Por ejemplo, ayer al llegar vi que la fotógrafo estaba usando la repisa del sagrario como lugar conveniente donde colocar su cámara y objetivos. Inmediatamente fui a pedir que los quitara de ahí. Más adelante, durante la consagración, le pedí que no hiciera fotos. Salieron dos personas junto con la niña a hacer las peticiones. Si uno que no tiene costumbre de leer en público, no sabe la estructura de una petición y está pidiendo cosas a un Dios en quien no cree, el resultado es predecible. Tenía a un grupo de niños sentados en el banco de delante. Antes de la Comunión se pusieron a discutir si podían o no ir a comulgar. En particular le dijeron a uno que no podía ir a comulgar porque no había hecho la primera comunión. El dijo que sí que la había hecho y fue. A la vuelta al banco estaba jugando con la Hostia. Un señor y yo, horrorizados, inmediatamente le conminamos a que se la comiera.
Tras la misa, mientras los niños y familiares estaban haciéndose fotos en el presbiterio, varios parroquianos nos pusimos a hablar de esta situación. Estábamos todos muy molestos con ella. Pero ¿qué podemos hacer?
Antes de seguir, quisiera indicar que
- La situación es bastante mejor que hace 15 años. Quizá es debido a que menos niños hacen la primera comunión y los que lo hacen son de familias que se lo toman más en serio.
- Ningún fotógrafo ha protestado cuando les he dado indicaciones de cuándo pueden o no hacer fotos. Es más, alguno me lo ha agradecido.
- No hay dejadez de parte de los sacerdotes. Por ejemplo, en la misa de la semana pasada el sacerdote específicamente pidió a algunos, que permanecían sentados durante la plegaria eucarística, que se pusieran de pie. El que la mitad no lo hiciera no es culpa suya.
Para intentar poner remedio a la situación debemos preguntarnos por las causas. Yo veo dos: una mala formación y el ambiente secular y mundano en el que vivimos. Muchos de los que se comportan “mal” en misa lo hacen por desconocimiento. Pero han hecho la primera comunión en su día, quizá hicieron catequesis post-comunión y seguramente hicieron un cursillo prematrimonial. Y naturalmente fueron a clase de religión en su colegio, impartido por alguien con el aval del obispado. ¿Qué han aprendido? No es ningún secreto que el nivel de catequesis en los últimos 50 años ha sido abismal. Y se nota.
Y el ambiente secular que vivimos y respiramos te anega con la idea de que lo divino y sobrenatural no existe. La ciencia lo es todo y lo explica todo. Por ejemplo, te dicen que el sentimiento religioso no viene de Dios, sino que es una respuesta psicológica que el hombre se ha creado para anestesiarse ante la muerte y otras cosas que no entiende. Estamos inmersos en esta atmósfera, la respiramos en todo momento en los libros, en las informaciones de los medios, en nuestras conversaciones, incluso en las iglesias. Y entonces la misa y la eucaristía se convierten en un rito, una costumbre, un espectáculo. Y el comportamiento que tenemos es el que corresponde a esta situación.
Ante problemas de fondo las soluciones son necesariamente a largo plazo. Y algo se hace. Por ejemplo, en mi parroquia, en todas las sesiones de catequesis se hace un rato de adoración al Santísimo ante el sagrario. Esto va a traer buenos efectos con el tiempo.
Pero se tiene que trabajar más los conceptos de divinidad, vida eterna, salvación del alma, pecado. Sin ir más lejos, en la homilía de ayer el diácono aprovechó para hablar de los sacramentos: la comunión, obviamente, y también del bautismo, de la confirmación y del matrimonio. Pero no dijo nada de la confesión. Esto está en consonancia con esa perniciosa idea de que todos estamos salvados (escribí una trilogía sobre ello, si a alguien le interesa). Pero si estamos todos salvados (o no hay salvación, que es lógicamente equivalente), los sacramentos, la liturgia y demás no es sino tradición y folklore. Que desgraciadamente es lo que vemos.
Los sacerdotes de mi parroquia –doy fe– hacen lo que pueden, pero si entre dos tienen que llevar 6 parroquias, el coro de la catedral, la comisión de inmigración y no sé cuántas cosas más, no llegan a todo. Además, durante la misa están el presbiterio y no pueden, ni deben, ocuparse de si el fotógrafo o los niños hacen esto o aquello. Y esto quiere decir que hemos de intervenir los laicos: demos indicaciones a los fotógrafos de lo que pueden y no pueden hacer; pidamos a los asistentes que se pongan de pie o de rodillas en los momentos que correspondan; pidamos silencio a mayores y a niños; recordémosles que estamos en casa de Dios y que ciertos comportamientos no son adecuados. En suma, si vemos que alguien hace algo que está mal, digámoselo, con amabilidad y sin enfadarnos, pero con firmeza.
Así, entre todos, conseguiremos mejores celebraciones para nosotros y para estos asistentes ocasionales que nos necesitan para poder sacar algo de su presencia en la casa de Dios.
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