Introducción
Cuando nacemos recibimos de nuestros padres, nuestra comunidad y nuestro país un idioma, unos hábitos alimenticios, una forma de vestir, unas costumbres y una religión (en sentido amplio: en este escrito considero el ateísmo como una religión). Y así los españoles hablamos español, comemos paella, nos gusta el fútbol y somos católicos. Mientras que en la India hablan hindi, comen curry, les gusta el cricket y son hindúes.
De toda esta cultura la religión es la única que trasciende esta vida. No nos vamos a pasar buena parte de nuestra vida reflexionando sobre las paellas de los domingos pero sí que deberíamos reflexionar profundamente sobre nuestras creencias religiosas. Desgraciadamente, para muchos su religión es una “manifestación cultural” más, sin mayor importancia, y aceptan por defecto la que les viene de nacimiento. No se dan cuenta que esta vida, y sobre todo la que viene después de la muerte, dependen de de como su religión marca su vida.
La forma más natural de reflexionar sobre las religiones consiste en profundizar en los principios de tu “religión de cuna”. Primero, a través de la catequesis infantil, siguiendo con los libros sagrados de tu religión y otros libros o conferencias sobre aspectos concretos. En el caso de un católico esto incluye conversaciones con sacerdotes y la lectura de la Biblia, del Catecismo, de libros de teología y de libros de vidas de santos. Estas reflexiones te llevarán a confirmar tu religión de partida o puede llevarte a cambiar de ella.
Este proceso no es necesariamente premeditado. En mi caso, tras la catequesis de primera comunión y las clases de religión del colegio, empezó con el ingreso en un grupo de jóvenes de la parroquia, a atender cursillos y conferencias que se iban dando en mi zona, a largas conversaciones con sacerdotes y a la lectura de libros muy variados. Tras una “travesía del desierto” de más de 30 años en el que sólo iba a misa los domingos (ni siquiera rezaba), la Virgen me hizo darme cuenta de la desolación de mi alma y volví al estudio del catecismo, la lectura de libros y a atender charlas (ahora mayoritariamente videos de Internet).
Yo soy católico de nacimiento pero no católico como opción por defecto: mis experiencias personales y mis reflexiones me han confirmado en la idea de que el Catolicismo es la única religión verdadera. No soy un “católico cultural” sino un católico convencido. Pero era un convencimiento interno: si alguien me hubiera pedido que le explicara por qué soy católico, no hubiera sabido qué contestar. Y eso está mal, pues S. Pedro nos dice “Más bien, glorificad a Cristo el Señor en vuestros corazones, dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza,” (1 Pe 3, 15).
Por eso, desde hace unos meses he estado intentando explicarme razonadamente por qué soy católico y lo tengo ya suficientemente maduro para hacer una serie de entradas en este blog con mi respuesta. Es una respuesta razonada, que acude a la razón. Probablemente soy católico más por mi experiencia de Dios, por cómo responde a mis oraciones, por lo que pasa dentro de mí en las horas que paso ante el sagrario y la custodia. Eso no se puede explicar. Pero la respuesta razonada a mi fe no es un motivo secundario, sino el que complementa, refuerza y ancla mis sentimientos y experiencias.
Entonces, ¿por qué soy católico? Soy católico porque de todas las opciones que hay, el catolicismo es la que tiene más sentido. Esto requiere muchas explicaciones. En particular detallaré que:
- Tiene más sentido que exista dios a que no exista
- Tiene más sentido que haya un sólo dios a que haya varios
- Tiene más sentido el Dios cristiano que Allah o que la visión judía de Dios
- Tiene más sentido la religión católica que la ortodoxa o las protestantes
- Tiene más sentido el misterio que entenderlo todo
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