Tiene más sentido que exista dios a que no exista
Los ateos tienen sus razones
En las entradas anteriores hemos estado estudiando la cuestión de la existencia de un dios. Pero al releerlo me he dado cuenta que lo he hecho desde el punto de vista del creyente. Sin ser mi intención, posiblemente he dado la impresión de que si uno no acaba creyendo que dios existe es porque o no se lo ha pensado en serio o porque no tiene luces. En esta entrada voy a intentar corregir esta impresión incorrecta que he podido dar.
Sí que creo que la mayoría de la gente no se plantea seriamente el tema de la existencia de dios. Hace 100 años esto significaba en el mundo occidental que casi todo el mundo era cristiano porque sí; ahora significa que casi todo el mundo es ateo porque también. Esta mayoría no es que sean cristianos o ateos, más bien son indiferentes. Pero sí que hay ateos que se han tomado en serio y se han pensado bien su opción por el ateísmo y lo explican. Por ejemplo, es bien conocido el debate sobre la existencia de Dios entre el creyente William Lane Craig y el ateo Christopher Hitchens.
No es mi intención entrar en todos los motivos que los ateos tienen para no creer en la existencia de dios, sino solamente en motivo principal, el que probablemente empuja a más gente hacia el ateísmo: el problema del mal. Hitchens mismo (no me acuerdo si en el debate enlazado arriba o en otro) enunció este problema más o menos así: Vemos sufrimiento en el mundo: hambres, guerras, enfermedades, crímenes atroces. Pero se nos dice que sobre nosotros hay un dios todopoderoso y bondadoso. Esto no tiene sentido. Tiene más sentido pensar que no hay dios que pensar que un dios todopoderoso y bondadoso nos ha creado y nos ha traído al mundo para sufrir.
Nótese que este argumento es realmente contra la existencia del Dios cristiano: en la mitología nórdica tenemos a Loki, que era capaz de grandes maldades. En la mitología griega-romana prácticamente todos los dioses hacían sufrir a un humano que les cayera mal sin pensárselo dos veces. Pero a pesar de esta cuestión lógica, es un problema que ha llevado a muchos hacia el ateísmo. Por lo tanto vamos a abordarlo.
Vamos a mostrar que es compatible la idea de un Dios todopoderoso y bondadoso con la existencia del mal y del sufrimiento.
En su soberbia, el hombre moderno se cree que es un problema nuevo, que no se le había ocurrido a nadie antes, pero realmente es muy antiguo. Por ejemplo el libro de Job, en el Antiguo Testamento está escrito para tratarlo. Los argumentos que yo voy a usar provienen mayoritariamente de Santo Tomás de Aquino, del S. XIII, aunque les he dado una vuelta para hacerlos más comprensibles para mí, y espero que para ustedes.
Voy a dividir el problema del mal en dos, porque realmente son dos, dependiendo de la procedencia del mal, y reciben tratamientos diferentes. Voy a llamarlos el problema de la maldad, si la causa del mal proviene del hombre, y el problema del sufrimiento, si la causa proviene de la naturaleza.
El problema de la maldad
En el mundo hay gente perversa que mata, viola, roba, provoca guerras. Gente que con tal de obtener un beneficio no le importa la miseria que crea. ¿Cómo puede un dios todopoderoso permitir esto?
Para atacar este problema, Santo Tomás empieza estableciendo que la maldad no existe, sino que es la ausencia de bien. Esto, que parece tan extraño, es lo mismo que pasa con la oscuridad: la oscuridad no existe, es sólo la ausencia de luz. La luz sí existe: son ondas electromagnéticas, fotones. Pero la oscuridad no es nada: es sólo la ausencia de luz. Pues lo mismo pasa con la bondad y la maldad. La bondad existe mientras que el mal no existe, es lo que aparece si bloqueamos el bien.
Yo noto esta diferencia entre el bien y el mal en mí mismo: tengo que trabajar para hacer el bien, pero tengo que resistirme para no cometer el mal. Es decir, el bien requiere una fuerza, una presencia; en cambio el mal, requiere una ausencia, es lo que pasa si no te esfuerzas.
Dada esta diferencia entre bien y mal, vemos que el bien viene de Dios, puesto que Dios es bondad. Pero que si lo alejamos, lo apartamos de nosotros, el bien desaparece y obtenemos lo que llamamos el mal. Una consecuencia es que Dios no provoca el mal, sino que es una consecuencia de nuestra libertad para bloquear su presencia.
Una explicación más detallada de esto la hace Dante Urbina, utilizando un argumento de C.S. Lewis. Imaginemos que alguien le tira una piedra a otro con la intención de quebrarle la cabeza. Dios podría convertir la piedra en plumas y así evitaría el daño. Pero no hubiera impedido la maldad, ya que la persona tiró la piedra con intención de causar un grave daño. Se han impedido las consecuencias del mal, pero no el mal en sí. Demos un paso atrás. Digamos que Dios inmoviliza el brazo del malo para impedir que pueda tirar la piedra. Sigue sin haber impedido la maldad, pues la persona decidió cometer la maldad. El único camino de Dios para impedir la maldad de tirar la piedra es impedir que pueda decidir tirarla. Es decir, que la única manera que tiene Dios para impedir la maldad es impedir que las personas puedan decidir cometer maldades, es decir, eliminando nuestra libertad.
Si no tenemos libertad somos autómatas, muñecos; si tenemos libertad, somos personas. En el momento que Dios creó personas, creó la posibilidad que éstas decidieran bloquearle y por lo tanto la aparición de la maldad. La maldad potencial es intrínseca a la libertad. O libertad y posibilidad de maldad o ni libertad ni maldad. No hay otra opción.
Vayamos con el problema del sufrimiento: situaciones dolorosas que no son causadas por la maldad de otro.
El problema del sufrimiento
Vemos continuamente que hay sufrimiento sin intervención humana. Sufrimiento, a veces desgarrador, por enfermedades, accidentes, catástrofes naturales, etc ¿Cómo puede un dios todopoderoso y bondadoso permitirlo? Lo podría evitar si quisiera, sin tocar nuestra libertad. ¿Por qué no lo hace?
Sto. Tomás declaraba que esto era un misterio. Realmente, no sabemos por qué dios actúa así, pero sí podemos pensar en motivos razonables que puede tener. Para empezar, Sto. Tomás establece que si un dios todopoderoso y bondadoso permite estos sufrimientos tiene que ser porque de este dolor puede salir un bien mayor que el sufrimiento soportado.
Esto no es tan extraordinario y lo saben bien todos los que intentan mejorar su forma física: en los entrenamientos tienes que sufrir; si no, no vas a mejorar. En Estados Unidos lo resumen con el dicho No pain, no gain (sin dolor, no hay ganancia). Pues de la misma manera que nuestro cuerpo necesita del sufrimiento físico para mejorar, nuestros espíritus necesitan del sufrimiento espiritual. Esto está reconocido por la mayoría de las religiones y está introducido en forma de ayunos y mortificaciones. El sufrir hambre voluntariamente fortalece tu espíritu de una forma que sin este sufrimiento no lo podrías conseguir.
Pero hay sufrimientos que no pueden ser voluntarios, por ejemplo, una enfermedad. La película El milagro del Padre Stu cuenta la historia del sacerdote Stuart Long, que sufrió una enfermedad muscular degenerativa de la que acabó muriendo. Mark Wahlberg, el productor y protagonista de la película, cuenta que al estudiar el personaje le impresionó ver cómo la degeneración física del Padre Stu iba acompañado de un enorme crecimiento espiritual. En cierto modo la degeneración física provocó el crecimiento espiritual.
Esta es una experiencia que todos hemos tenido, normalmente en menor grado. Yo, por ejemplo, he tenido que cuidar un padre enfermo, y ahora a una madre con demencia senil. Y ante las muestras de conmiseración que recibo, siempre contesto lo mismo: el poder cuidar de tus padres enfermos es un don de Dios. Sí, pierdo horas de sueño, hay días que tengo que correr de un lado para otro, hay mucho cansancio, preocupaciones persistentes, ratos de angustia. Pero he recibido mucho más. No es que quiera pasar por este trago, pero una vez pasado ves que has ganado más de lo que te ha costado.
Y esto que hemos experimentado de forma individual, también se experimenta de forma social o colectiva. Por ejemplo, cuando hay una catástrofe natural, vemos como la sociedad se vuelva en ayudar a los afectados. Mientras todo va bien, yo diría que somos una sociedad tirando a egoísta. Pero cuando hay un problema, se nos enciende la llama solidaria. Cuando todo va bien mostramos nuestro lado malo; es cuando las cosas van mal que mostramos lo mejor que tenemos. Un mundo en el que nunca hubiera una crisis humanitaria estaría lleno de sociedades egoístas y distópicas. Sería un mundo horrible.
Pensado así, es lógico que un dios todopoderoso y bondadoso permita que suframos, pues nos ayuda a crecer espiritualmente y hace que nosotros y el mundo sean mejores. El sufrimiento no es agradable, pero es bueno.
El sentido del sufrimiento
Vemos, pues, que la existencia de la maldad y la existencia del sufrimiento no tienen por qué ser un motivo a favor del ateísmo, sino que es compatible con la existencia de un dios todopoderoso y bondadoso. Pero vemos también que esta existencia de dios da un sentido al mal y al sufrimiento que no existe si pensamos que no hay dios. Ya vimos que la existencia de dios da una trascendencia a la materia, a la vida y al hombre. Lo mismo pasa aquí: el mal y el sufrimiento obtienen una faceta trascendente que nos ayudan a entenderlo. La maldad y el sufrimiento porque sí, son descorazonadores. La maldad por alejamiento de dios y el sufrimiento como camino de perfección nos ayudan a soportarlos y a vivir mejor.
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