jueves, 1 de noviembre de 2018

Reflexión 2

Creo que la gente confunde dos afirmaciones. Una es “Cristo vino a la Tierra y murió para salvarnos a todos” y la segunda es “Todos estamos salvados”. No son afirmaciones equivalentes. Quizá el silogismo que siguen es “Dios quiere que todos nos salvemos; Dios es omnipotente; luego todos estamos salvados”.  Pero mi reflexión no va sobre las diferencias de las dos afirmaciones o la falsedad de este silogismo (eso ya lo escribí con la ayuda de @Nour84_ en la trilogía ¿Hola?¿Es el infierno?¿Hay alguien?). Sino sobre otra concepción falsa que la gente tiene.
Al leer textos y escuchar conferencias y homilías, acabas con la impresión que la salvación de Dios es algo que se te aplica después de que te mueras, probablemente en el juicio individual (no confundir con el Juicio Final, que tendrá lugar al final de los tiempos). Vamos, que vives la vida como puedes o te da la gana, y al morir Dios te aplica los méritos de la muerte de Cristo. No te los va a negar: eres su hijo. Y por lo tanto te salvas.
Pero no es eso lo que la Iglesia enseña. La salvación está disponible desde que existes, es decir, desde la concepción (otro motivo por el que el aborto es tan abominable). Los sacramentos son fuentes de salvación: hay buen montón de salvación en el bautismo, en cada confesión, en cada misa, en cada comunión, en la unción de enfermos cuando se acerca la muerte. Y en la oración, la Sagrada Escritura, libros santos y en mil otras cosas.
La Iglesia también enseña que lo que se va a contar no son las herramientas de salvación que hayas usado, sino las que hayas tenido disponibles. O sea que tras la muerte Dios va a mostrar todas las veces que te ha ofrecido su salvación en vida y todas las veces que las has rechazado. Para el que las ha rechazado sistemáticamente no va a ser agradable.

Dios nos ofrece a todos la salvación mil veces. Pero si has rechazado la salvación en vida una y otra vez, ¿estás seguro que Dios te la va a volver a ofrecer tras la muerte?

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