sábado, 17 de febrero de 2018

Ayunar de pan y ayunar de maldad

En este inicio de Cuaresma la mayoría de las lecturas tratan del ayuno y del sacrificio. Y es también tema habitual de homilías, entradas de blogs, tweets, etc. Yo mismo escribí sobre ello hace dos años en este blog.

Ayer (viernes después del miércoles de ceniza) fui a misa. La primera lectura de ayer era Isaías 58, 1-9a. En ella describe el verdadero ayuno agradable a Dios:
Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir el pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos.
A partir de aquí el cura hizo una buena homilía distinguiendo entre lo que voy a llamar «ayuno de pan» –no comer e incluyo la abstinencia de no comer carne– y el «ayuno de maldad» –hacer el bien y no el mal, como se describe en este pasaje de Isaías–. Acertadamente decía que lo importante es el ayuno del mal y no el de pan.

También ayer escuché una tertulia en Church Militant. Al empezarla recordaron, acertadamente también,  que era viernes y que era muy importante recordar que era día de abstinencia y que no se debía consumir carne. La Iglesia lo mandaba y no podemos desobedecer sin más los preceptos eclesiales.

Lo que echo a faltar es que se comente la relación que hay en ambos ayunos. No es una cosa u otra. No es que una sea importante y la otra no. Las dos van juntas: ayunamos de pan para poder ayunar de maldad.

El ayuno de pan tiene dos beneficios. Una es la obediencia a los mandatos de la Iglesia. Vivimos en una época, y nos hemos acostumbrado, a obedecer sólo si nos parece bien, si estamos de acuerdo.  He oído decir (y he dicho yo mismo) «Esto no lo hago porque no lo veo». Pero si lo piensas un poco, esto es simplemente hacer mi voluntad y no la voluntad de Dios que nos llega a través de su Esposa la Iglesia. Por eso, como decían en la tertulia, es tan importante obedecer incluso si no lo vemos. Mejor dicho, especialmente si no lo vemos.

Además, si no obedecemos en lo pequeño y simple, ¿vamos a obedecer en lo duro y difícil?

El segundo beneficio del ayuno de pan es que somete el cuerpo al espíritu. Con esto logramos aumentar nuestra fuerza espiritual, lo que nos permitirá enfrentarnos con más armas cuando ayunemos de maldad. Desgraciadamente, como decía en mi entrada de hace dos años, el ayuno y abstinencia que pide la Iglesia es poca cosa para esto y conviene aumentarla con alguna mortificación adicional.

Ahora bien, conformarnos con ayunar de pan, creer que con comer un poquito menos ya hemos cumplido, no es lo que Dios quiere, como escribía Isaías y decía el cura en su homilía. La fuerza espiritual que conseguimos con el ayuno debemos emplearla en combatir el mal. ¿Y qué mal? No lo que la sociedad o la prensa cree que es malo –por ejemplo los “derechos” de los LGBT–, sino lo que la Iglesia nos señala que es malo –por ejemplo el aborto–. Independientemente de lo que nosotros pensemos y aunque eso obligue a ir contracorriente.

El que sólo ayuna de pan tendrá una mayor fuerza espiritual y seguramente combata el mal, pero al no hacerlo encauzadamente será poco eficaz. El que sólo ayuna de maldad atacará el mal con pocas fuerzas y sin guía. No basta uno de los ayunos: son necesarios ambos.


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