sábado, 31 de marzo de 2018

¿Hola?¿Es el infierno?¿Hay alguien? – y 3ª parte

Primera parte: ¿Existe el infierno?
Segunda parte: ¿Hay alguien en el infierno?
Tercera parte: La pedagogía del infierno



Mi agradecimiento a @Nour84_ por su ayuda en la redacción y documentación de este escrito. Si os gusta, es en buena parte debido a ella.

En las dos primeras partes he mostrado que hay motivos abundantes para pensar que el infierno existe y no está vacío.  Entonces, ¿por qué no se habla ya de él ni de la posibilidad de la condenación eterna?  Exploraremos en esta tercera y última parte el valor pedagógico del infierno en las enseñanzas cristianas.

La pedagogía del infierno

He hablado con sacerdotes sobre la “desaparición” del infierno de homilías y enseñanzas. Parece ser que hay una especie de acuerdo de que no es algo de lo que se deba hablar. Al principio uno piensa que son órdenes del obispo, pero no debe ser así, pues pasa en todas las diócesis. Quizá sea cosa de la Conferencia Episcopal, pero tampoco porque pasa en todos los países (al menos los occidentales). Tampoco es una cosa del Papa, pues hace muchos años –y varios papas– que el tema ha desaparecido de la vida católica habitual. Sólo se me ocurre que es porque estamos en una sociedad que sólo quiere lo bueno y agradable y la Iglesia se pliega por temor a que la gente no venga si les hablan del infierno.  Una forma de pensar muy poco evangélica: las escrituras están llenas de imágenes desagradables.  Recordemos el capítulo 6 del Evangelio de S. Juan, cuando le dijeron a Jesucristo: “Son duras estas palabras, ¿quién puede escucharlas?”

Es cierto que en el pasado se abusó del tema. Conozco gente ya mayor que en catequesis les aterrorizaron con imágenes del infierno.  Hace poco hablé con una señora que me contaba que de niña tenía problemas para dormir del pavor que le habían infundido con el infierno y la condenación.  Y además el razonamiento “tienes que ser bueno por temor al infierno” no es ni muy edificante ni cristiano.

Y con esto llegamos a la verdadera cuestión de estas entradas, que no es si el infierno existe o no o si hay gente o no.  La cuestión es ¿es pedagógico hablar del infierno?  Es decir, ¿ayuda a salvar almas?

El infierno es pedagógicamente útil. Idealmente los cristianos debemos actuar sólo por amor, pero muy pocos lo consiguen. Todos sabemos que no queremos hacer el mal por amor a nuestros padres, conyuges o seres queridos, pero que no basta.  Si sabemos que hay un castigo, o una bronca, tenemos un incentivo adicional, y poderoso, para evitar el mal.  Seamos sinceros: cedemos más a menudo ante una tentación si creemos que no nos van a pillar.  El amor nos mueve, pero el temor al castigo también.  A menudo más.

Y la doctrina católica de toda la vida recoge esta verdad.  Hay la contrición perfecta, que es el dolor de los pecados ocasionado por haber ofendido a Dios, y la contrición imperfecta, que es el dolor por el temor al infierno.  Como dice el acto de contrición:
Porque os amo sobre todas las cosas me duele de todo corazón haberos ofendido. También me duele porque podéis castigarme con las penas del infierno.
La contrición perfecta es mejor y preferible y debemos buscarla, pero el eliminar el infierno de nuestra vida nos elimina el camino de la contrición imperfecta. En otras palabras, se nos dice que es mejor pecar que no hacerlo por temor al castigo. Y eso es una barbaridad.

Aparte de estas reflexiones mías, ¿cómo sé que hablar del infierno es necesario? Porque es lo que hicieron Jesús y los santos.

Ya hemos visto en las dos primeras partes la abundancia de referencias al infierno que hay en los Evangelios. Es inconcebible que Jesucristo nos hablara tanto del infierno si no es una manera útil de llevarnos a la salvación. A lo mejor yo hablo del infierno porque no soy muy inteligente y quizá tenga aires de justiciero y no se me ocurre otro método mejor, pero Él no tenía esas limitaciones. Si hubiera otros caminos mejores, los usaría.

Y tenemos 2000 años de historia que sostienen el beneficio de predicar sobre el infierno y tenerlo presente, con las múltiples vidas ejemplares de santos, desde los Padres de la Iglesia hasta los santos del s. XX.,  que nos han dejado buena muestra, mediante sus escritos, de lo mucho que reflexionaban sobre esta cuestión en particular. No repetiré los ejemplos que ya he mostrado en las dos primeras entradas. Al que esté interesado, que busque un poquito por Internet y encontrará centenares más de escritos de santos sobre el tema.

El infierno no debe usarse para amenazar, ni debe ser el motivo principal que rija nuestro comportamiento, pero tras lo expuesto, no veo otra opción sino concluir que es nuestra obligación dejar bien claro que existe y que es una posibilidad acabar en él, sobre todo si no llevas una vida dedicada a Dios. No hay que mentarlo en cada sermón, pero sí con la suficiente frecuencia para que a
nadie se le olvide de que existe. Eso es mucho mejor que relegarlo al olvido, como si fuera una fase que nosotros los modernos ya hemos superado.

Porque, como dijo Sta. Faustina Kowalska, la apóstol de la Divina Misericordia, “La mayor parte de las almas que allí están son las que no creían que el infierno existe.”






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