Segunda parte: ¿Hay alguien en el infierno?
Tercera parte: La pedagogía del infierno
Mi agradecimiento a @Nour84_ por su ayuda en la redacción y documentación de este escrito. Si os gusta, es en buena parte debido a ella.
Desde hace décadas es inusual que se mencione el infierno en homilías o textos católicos. Tanto es así que en un retiro al que asistí el adviento pasado uno de los presentes le preguntó al sacerdote agustino que nos daba el retiro si aún se pensaba que el infierno existía. Como si el infierno fuese una cosa de esas de antes pero que ya hemos superado. En la primera parte de este ensayo mostramos que el infierno indudablemente existe porque así está en los Evangelios, porque es lo que nos enseñan los santos y es lo que se ha revelado en muchas apariciones angélicas, de la Virgen y de Nuestro Señor. En esta segunda parte veremos que la condenación de nuestras almas a vivir y sufrir eternamente en el infierno es bien posible.
¿Hay alguien en el infierno?
En el retiro, tras la pregunta de si el infierno existía, y la respuesta del sacerdote que indudablemente sí, vino una segunda pregunta. “¿Pero hay alguien en el infierno?” insistió el hombre. “Eso ya no está tan claro” dijo el sacerdote. Sobre este particular he oído creencias de todo tipo. Una es que el infierno está vacío, que nadie se ha condenado ni se condenará jamás. Incluso el Papa Francisco ha hecho alguna declaración en esas líneas. Una segunda opinión es que sólo se ha condenado Judas, ya que Jesús dijo en la Última Cena “El que moja la mano conmigo en el plato, ése me va a entregar. Ciertamente el Hijo del Hombre se va, según está escrito sobre él; pero ¡ay de aquel hombre por quien es entregado el Hijo del Hombre! Más le valdría a ese hombre no haber nacido.” (Mt 26, 23-24). Una tercera es que es muy difícil condenarse. Las únicas almas que estarían en el infierno serían las de Hitler, que para eso es muy “apañao”, algún asesino en serie especialmente cruel y poco más. Y después están los que opinamos que no es tan difícil acabar en el infierno, que puede ser incluso más fácil que ir al cielo.
Yo entiendo que la cuestión de la condenación eterna es muy dura. Que amigos, familiares, seres queridos puedan estar condenados a sufrir eternamente es algo en lo que no queremos pensar. Pero si lo miramos con los ojos de la razón, yo no veo otra posibilidad que aceptar que hay almas en el infierno.
El argumento habitual de que no hay almas en el infierno es el siguiente: ¿cómo puede Dios, que es infinitamente misericordioso, condenar a nadie al sufrimiento eterno? Esta pregunta no es nueva. Ya la respondió el profeta Ezequiel: “Escucha, casa de Israel, ¿es injusto mi proceder?¿No es más bien vuestro proceder el que es injusto?” (Ez. cap 18, en particular 21-32). Voy a responder a esta pregunta en dos partes. Primero explicaré qué es el infierno, y segundo qué es la misericordia del Señor.
Tenemos una idea del infierno de un lugar rojo y caliente con pobres almas en pucheros y demonios alimentando el fuego. Una visión claramente infantil. Una visión más teológica se explica en el podcast de Pints with Aquinas que mencioné en la primera parte. Esta visión coincide con la idea que expone C.S. Lewis en The great divorce (El gran divorcio). El infierno no es un lugar donde pobres almas que han cometido un desliz son atormentadas por el demonio. Las almas que van al infierno no son «pobres almas»: son almas que primero han cometido pecados graves, es decir han causado graves daños, y segundo, no están arrepentidas y no tienen ningún problema en seguir pecando y causando daño. Un tercer elemento es que al infierno no llega la gracia de Dios. Esto implica que estas almas malvadas no tienen ningún freno a su maldad y pecan y causan dolor con desenfreno. Yo lo imagino como un sistema realimentado: el mal causa daño que causa más maldad que causa más daño que causa más maldad… Y esto lleva a maldad pura y dolor absoluto. El infierno estaría lleno de dolor inenarrable incluso sin los tormentos de los demonios. Notad que este dolor no lo causa Dios, sino la ausencia de Dios. Es el destino natural de los que quieren vivir sin Dios.
Esta visión del infierno ya muestra que la condenación no es una falta de misericordia de Dios, sino más bien una consecuencia de las decisiones libres de los hombres. Pero además hay una idea equivocada de lo que es la misericordia infinita del Señor. Que el Señor es infinitamente misericordioso quiere decir que por malo que uno haya sido, por tremendos y numerosos los pecados que haya cometido, si se arrepiente y se convierte, el Señor le perdonará. Una vida entera de maldad se puede perdonar por un instante final de arrepentimimento sincero: incluso los que van a la última hora a la viña del Señor reciben la paga completa (Mt 20, 1-16). Pero es requisito indispensable este arrepentimiento final: no nos va a perdonar todos los pecados sin nosotros hacer nada. El que peca pensando que no hay problema, que Dios ya le perdonará, no está pensando “Dios es misericordioso” sino que está pensando “Dios es tonto y le puedo engañar”. Y esta es una visión que nos viene del diablo, como nos indica en una homilía San Alfonso María de Ligorio (doctor de la Iglesia, no lo olvidemos). Si uno se arrepiente de sus maldades, se convierte y se confiesa, Dios le perdonará. Todo. Pero si no se arrepiente y no se confiesa, si está dispuesto a seguir pecando si hay ocasión, no está pidiendo perdón y Dios no le va a perdonar. Quizá alguno se esté preguntando “¿Es obligatorio lo de la confesión?” Si no estás dispuesto a confesarte, ¿realmente estás arrepentido?
Luego hemos visto que el infierno es un lugar donde hay llanto y crujir de dientes por la ausencia de Dios y que la misericordia de Dios quiere decir que perdonará a un alma arrepentida –verdaderamente arrepentida– haya hecho lo que haya hecho, pero no que va a haber perdón automático a todo el mundo. Pero esto es teoría. ¿Hay alguna evidencia que se haya condenado a alguien? Podemos seguir las mismas tres vías que para demostrar que el infierno existe: las Escrituras, los escritos de los santos y las visiones y apariciones.
Como vimos en la primera parte Jesucristo menciona el infierno a menudo. Cierto que en algunos casos se podría pensar que es algo metafórico. Un buen ejemplo de esto es la parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón (Lc 16, 19-31), en el que es defendible sostener que usa el infierno para explicar otra cosa. Pero eso es más difícil de sostener en la descripción del Juicio Final (Mt 25, 31-46). Y hay sitios donde indica que el camino del infierno es muy transitado: “Entrad por la puerta angosta, porque amplia es la puerta y ancho el camino que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la Vida, y qué pocos son los que la encuentran!” (Mt 7, 13-14).
Muchos santos se han tomado estos pasajes evangélicos de forma literal. Por ejemplo S. Juan de la Cruz dice “Mira que son muchos los llamados y pocos los escogidos, y que, si tú de ti no tienes cuidado, más cierta está tu perdición que tu remedio, mayormente siendo la senda que guía a la vida eterna tan estrecha”. Ni siquiera los obispos tienen la salvación asegurada, como dice S. Juan Crisóstomo: “No creo que haya muchos entre los obispos que se salven, pero muchos más que perecen”. No es un mensaje para dar miedo, sino más bien para inculcar el santo temor de Dios. S. Anselmo, doctor de la Iglesia, nos recomienda: “Si quieres estar seguro de estar en el número de los elegidos, esfuérzate de ser uno de los pocos, no de la mayoría. Y si quieres estar seguro de tu salvación, esfuérzate de estar entre la minoría de los pocos […] No sigas a la gran mayoría de la humanidad, sino sigue a los que entran por la senda estrecha, que renuncian al mundo, que se entregan a la oración, y que nunca relajan sus esfuerzos, ni de día ni de noche, para poder alcanzar la bienaventuranza eterna”. El camino del infierno es más ancho y es cuesta abajo, pero el estrecho y duro camino del cielo está abierto a todos.
Y finalmente tenemos las visiones. Ya hablamos en la primera parte del sueño de S. Juan Bosco, de los mensajes de la Virgen de Fátima y de la visión del infierno de Sta. Faustina Kowalska. Puedo añadir alguna más, como la de Sta. Teresa de Jesús, que tuvo una visión en la que vio el lugar reservada para ella en el infierno. Y varias que tuvo Sta. Faustina Kowalska en las que vio a Satanás completamente enrabiado. Jesús le hizo saber que eso era porque muchas almas destinadas al infierno se habían salvado por ella. Si estaba tan enrabiado era porque le habían quitado unas almas que ya consideraba suyas.
Las escrituras, los santos, las apariciones de la Virgen. Todo lleva a que existe la condenación eterna y que muchas almas se condenan. Quizá incluso la mayoría. Entonces, ¿por qué se habla tan poco del infierno, del pecado y de la condenación eterna en nuestras iglesias? Reflexionaremos sobre ello en la tercera parte.
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