sábado, 11 de noviembre de 2017

Qué es (y no es) el éxito para un cristiano

Cuando murió S. Juan Pablo II me acuerdo del comentario de un bloguero que, ante la avalancha de loas, se preguntaba si era cierto que había sido tan buen Papa. Se preguntaba, por ejemplo, si tras su muerte había más católicos que cuando le eligieron. Y yo me dije «no es eso», aunque la verdad es que no hubiera sabido decir que sí era.

Consideramos que una misa tiene éxito si se llena de fieles; o que un sacerdote tiene éxito si es muy popular y la gente sigue con atención sus conferencias y escritos; o que una campaña del IRPF tiene éxito si hay muchas cruces para dar dinero a la Iglesia Española, o que un centro de Cáritas tiene éxito si da de comer a mucha gente. Pero eso es aplicar los criterios del éxito mundano a asuntos sagrados. Vuelvo a repetir, «no es eso» y ahora sí que tengo más claro qué es lo que sí es.

Santa María Faustina Kowalska, conocida como la apóstol de la Divina Misericordia, es una gran santa que vivió en Polonia entre 1905 y 1938. Ya desde niña tuvo visiones y conversaciones con nuestro Señor Jesús y Él mismo la conminó a recoger sus conversaciones en un diario. Es una gran lectura que recomiendo. En este diario hay varios fragmentos donde Jesús mismo le dice qué es el éxito para Dios. Y no es llenar las iglesias, tener muchos seguidores, recaudar mucho dinero, ni siquiera dar de comer a muchos necesitados.

(El Diario no tiene secciones ni capítulos. En la edición que yo tengo de Marian Press numeran los párrafos para poder referenciarlos. Usaré esta numeración)

En el párrafo 28 cuenta que Jesús le pidió que fuera a la Madre Superiora de su convento y que le pidiera permiso para ponerse un cilicio. Ella se resistió, pero Jesús insistió y finalmente fue. La Madre Superiora le negó el premiso. Acaba el párrafo:
Entonces vi al Señor Jesús en la puerta de la cocina y dije al Señor: Me mandas ir a pedir estas mortificaciones y la Madre Superiora no quiere permitírmelas. Entonces Jesús me dijo: Estuve aquí durante la conversación con la Superiora y sé todo. No exijo tus mortificaciones, sino la obediencia. Con ella Me das una gran gloria y adquieres mérito para ti.  
En el párrafo 90, cuenta que vio como su confesor, el P. Sopocko, sufriría mucho por intentar llevar a cabo un encargo de Jesús:
Y vi como si Dios Mismo le fuera contrario y pregunté al Señor ¿por qué se portaba así con él?, como si le dificultara lo que le encomendaba. Y el Señor dijo: Me porto así con él para dar testimonio de que esta obra es mía. Dile que no tenga miedo de nada, Mi mirada está puesta en él, día y noche. En su corona habrá tantas coronas cuántas almas se salvarán a través de esta obra. Yo no premio por el éxito en el trabajo sino por el sufrimiento.
En el párrafo 515 explica que fue al cementerio de su convento:
Entreabrí la puerta y me puse a rezar un momento y les pregunté a ellas dentro de mí: ¿Seguramente serán muy felices? De repente oí estas palabras: Somos felices en la medida en que hemos cumplido la voluntad de Dios… y después el silencio como antes.
De los dos primeros párrafos vemos que el éxito es hacer la voluntad de Dios. Ser obediente y hacerlo. Y el éxito no será mayor si tienes más seguidores o mejores resultados, sino si no has cedido ante las dificultades y sufrimientos. Y del tercero vemos que tras la vida mortal la obediencia es lo que se nos tendrá en cuenta.

«Pero seguramente», os diréis, «las obras de misericordia sí que valen: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento… eso es bueno en sí mismo y es un éxito hacerlo.» Pues tampoco. Podemos remontarnos a S. Pablo:
Y aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo para dejarme quemar, si no tengo caridad, de nada me aprovecharía. (1Cor. 13, 3)
Como se dice en el Evangelio de S. Mateo (Mt 6, 2-6), si das limosna y haces el bien para brillar ante los hombres o sentirte justificado, ya has recibido tu recompensa. Hay que hacer el bien sólo para cumplir la voluntad de Dios. Es más, hacer el bien por otros motivos no le gusta al Señor, como leemos en el párrafo 484 del Diario:
En cierta ocasión comprendí cuánto le desagrada al Dios la acción, aunque sea la más laudable, sin el sello de la intención pura; tales acciones incitan a Dios más bien al castigo que a la recompensa.  

Esta visión de lo que es el éxito para un cristiano es mucho más dura que la visión habitual. Es agradable hacer el “bien” que tú has elegido hacer y además recibir palmaditas a la espalda, o sentirte bueno y superior. Y ese es el peligro, claro.

En cambio cuando oyes a Dios que te dice «Quiero que hagas esto» (si estás en silencio y atento, lo oirás) empieza la conversación:
– Esto no, por favor.
– Haz esto.
– Pero de esto no sé.
– Haz esto.
– Pero es que va a salir mal y no va a servir para nada.
– Haz esto.
Lo bueno es que cuando al final vas y lo haces, el resultado no importa. Además, es más fácil de lo que pensabas, pues Dios añade su gracia. Si tú pones todo lo que tienes, le puedes decir a Dios tranquilamente «Yo ya he hecho mi parte. A partir de aquí es cosa tuya». Y no tienes que contar personas, lectores, ni recaudaciones.  Ya has tenido éxito. Y si te desprecian o insultan, más éxito aún.

No son los resultados o las expectativas lo que nos ha de guiar.  Basta seguir lo que dice el final del capítulo 6 del Evangelio de S. Mateo, «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os añadirán.»



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