El cardenal Sarah pone como ejemplo a un homosexual americano, Daniel Mattson. También los hay hispanos. Por ejemplo, el mexicano Rubén García. Podéis encontrar charlas suyas en YouTube y es el protagonista del gran documental de Juan Manuel Cotelo Te puede pasar a tí (cap 2). Los 10 primeros minutos del documental están en YouTube.
Como pueden los cristianos acoger a seguidores del LGBT
Cardenal Robert Sarah
La Iglesia Católica ha sido criticado por muchos, incluso algunos de sus propios miembros, por su respuesta pastoral a la comunidad LGBT. Esta crítica merece una respuesta –no para defender reflexivamente las prácticas de las Iglesia– sino para determinar si, como discípulos del Señor, estamos contactando adecuadamente a un grupo necesitado. Los cristianos siempre debemos esforzarnos para seguir el mandamiento nuevo que Jesús nos dio en la Última Cena: «amaos los unos a los otros como Yo os he amado».
Amar a alguien como Cristo nos ama significa amar a esa persona en la verdad. «Pues para eso nací» le dijo Jesús a Poncio Pilato, «para ser testigo de la verdad». El Catecismo de la Iglesia Católica refleja esta insistencia en la honestidad, afirmando que el mensaje de la Iglesia al mundo debe «revelar con toda claridad el gozo y las demandas del camino de Cristo».
Aquellos que hablan en nombre de la Iglesia deben ser fieles a las enseñanzas inmutables de Cristo, porque sólo a través de vivir armoniosamente con el diseño creativo de Dios puede encontrar la gente la plenitud profunda y permanente. Jesús describió su propio mensaje en estos términos, diciendo en el Evangelio de Juan: «Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado». Los católicos creemos que, bajo la guía del Espíritu Santo, la Iglesia saca sus enseñanzas a partir de las verdades del mensaje de Cristo.
Entre los sacerdotes católicos, uno de los críticos más locuaces del mensaje de la Iglesia con respecto a la sexualidad es el Padre James Martin, un Jesuita americano. En su libro Building a bridge (Construyendo un puente), publicado este año, repite la crítica habitual que los católicos han sido injustamente críticos con la homosexualidad a la vez que han descuidado la importancia de la integridad sexual entre sus miembros.
El Padre Martin con razón dice que no debería haber una doble moral en lo que respecta a la virtud de la castidad, que, exigente como puede ser, es parte de la Buena Nueva de Jesucristo para todos los cristianos. Para los no casados –independientemente de sus atracciones– la castidad fiel requiere abstenerse de tener relaciones sexuales.
Esto puede parecer una norma muy dura, especialmente hoy en día. Pero sería contrario a la sabiduría y bondad de Cristo exigir algo que no puede conseguirse. Jesús nos llama a esta virtud porque ha hecho nuestros corazones para la pureza, de la misma forma que ha hecho nuestras mentes para la verdad. Con la gracia de Dios y nuestra perseverancia, la castidad no sólo es posible, sino que también se convertirá en la fuenta de la verdadera libertad.
No hay que buscar mucho para encontrar las tristes consecuencias del rechazo al plan de Dios para la intimidad y amor humanos. La liberación sexual que el mundo promueve no cumple con sus promesas. Más bien la promiscuidad es la causa de tanto sufrimiento innecesario, de corazones rotos, de soledad y del uso de otros como medios para la gratificación sexual. Como madre, la Iglesia busca proteger a sus hijos del mal del pecado, como expresión de su caridad pastoral.
En sus enseñanzas sobre la homosexualidad, la Iglesia guía a sus seguidores diferenciando sus identidades de sus atracciones y acciones. Primero tenemos a la gente misma, que siempre son buenos pues son hijos de Dios. Después tenemos las atracciones hacia otros del mismo sexo, que no son pecaminosos si no son perseguidos o llevados a cabo, pero que aún así son contrarios a la naturaleza humana. Y finalmente tenemos las relaciones sexuales con gente del mismo sexo, que son pecados graves y dañinos para el bienestar de aquellos que incurren en ellos. Debemos a la gente que se identifica como miembros de la comunidad LGBT esta verdad en caridad, especialmente desde los clérigos que hablan en nombre de la Iglesia sobre este tema complejo y difícil.
Es mi oración que el mundo finalmente preste atención a las voces de los cristianos que sienten atracción hacia gente de su mismo sexo y que han descubierto la paz y el gozo de vivir en la verdad del Evangelio. He sido bendecido en mis encuentros con ellos y su testimonio me conmueve profundamente. Yo escribí el prólogo de uno de estos testimonios, el libro de Daniel Mattson Why I don’t call myself gay: how I reclaimed my sexual reality and found peace (Por qué no me considero gay: como reclamé mi realidad sexual y encontré la paz), con la esperanza de hacer que tanto su voz como otras similares se oigan más.
Estos hombres y mujeres son testigos del poder de la gracia, la nobleza y capacidad de adaptación del corazón humano y de la verdad de las enseñanzas de la Iglesia sobre la homosexualidad. En muchos casos han vivido alejados del Evangelio por algún tiempo pero se han reconciliado con Cristo y su Iglesia. Sus vidas no son fáciles ni sin sacrificio. Sus inclinaciones homosexuales no han sido conquistadas. Pero han descubierto la belleza de la castidad y de amistades castas. Su ejemplo merece respeto y atención, pues tiene mucho que enseñarnos sobre cómo mejor acoger y acompañar a sus hermanos y hermanas en la auténtica caridad pastoral.
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