Y ahora el problema con lo de «hermanos». Quizá es porque conozco demasiados hermanos que no se tratan, o que directamente se odian. La relación de hermandad es muchísimo más débil que la de padre o madre o hijo. Fijaos que en la Biblia el concepto de «hermano» es el de alguien de tu familia con el que tampoco te tiene que unir un lazo muy estrecho.
«Todos somos hermanos» es una mala analogía. Unas palabras bonitas que más que ayudarte a ser mejor te hacen indiferente. Yo me planteo este hecho de ser todos hijos de Dios de otra manera, que me mueve a tratar a mis prójimos de una manera más cercana a los que Dios nos pide. Es una forma de pensar en tus relaciones:
- Cuando un mendigo se te acerca y lo intentas esquivar y cuando a pesar de tus esfuerzos te pide algo y le dices que no llevas nada, piensa que él es un hijo de Dios. Y que Dios, su padre, te ha visto y oído y sabe que le has esquivado y que le has mentido, pues llevas un montón de monedas en tu bolsillo que encima te sobran.
- Cuando miras a esa joven lozana y disimuladamente te detienes en sus curvas y tienes pensamientos levemente lascivos (o quizá no tan levemente), piensa que ella es hija de Dios. Y que Dios, su padre, sabe lo que has pensado.
- Cuando un compañero de trabajo te ha pedido ayuda y le has dicho «Te ayudaría, pero no sabes lo ocupado que estoy», piensa que es un hijo de Dios y que Dios, su padre, sabe que aunque es cierto que estás ocupado, los 10 minutos que te costaría ayudarle, los tienes.
- Cuando estás mirando un partido de fútbol por la televisión y le hacen una entrada brutal a ese delantero que te cae tan mal y le ves retorcerse de dolor y te alegras e incluso piensas, «Ojalá le hayan partido la pierna», piensa que es un hijo de Dios. Y que Dios, su padre, ha notado tu malsana alegría y ha escuchado tus malos deseos. Alto y claro.
- Cuando se te ha acercado ese vecino tan pesado y le has escuchado con paciencia y amabilidad, Dios, su padre, y que sabe perfectamente lo pesado que es, y la prisa que tenías, lo ve y se alegra.
- Cuando has estudiado esa solicitud y, en vez de devolverla, has corregido el error que tenía y la has tramitado, Dios, el padre del que la ha rellenado, lo ve y se alegra.
- Cuando, por un pequeño despiste, uno te grita de malos modos delante de todos y en vez de contestarle como se merece, te disculpas, Dios, que sabe que tenías razón y que ha visto cómo te hervía la sangre, se alegra.
Si piensas así, ayudarás mucho más a la gente y les tratarás mucho mejor. Pensarás más en ellos y menos en ti. Y no lo harás porque se lo merezcan, porque ellos u otros se vayan a enterar, porque vayas a quedar bien o mal o por sentirte bueno. Lo harás por una razón mucho más poderosa: porque son hijos de Dios y Dios así lo quiere.
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