Del sufrimiento y de la muerte no se libra ni Dios
No, no es una blasfemia. Es una afirmación factual: Dios sufrió y murió. Esta frase me vino a la cabeza hace muchos años, mientras oraba, y ha sido muy importante en mi vida de fe. Lo considero una (mini-muy-mini-)revelación divina.
Lo de que Dios murió lo sabemos todos. Mañana, Viernes Santo, lo celebraremos otra vez. Las consecuencias también deberían ser claras. Lo dijo muy claro S. Pablo: «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?¿Dónde, oh sepulcro, tu aguijón?» (1 Cor, 15:55). Dios ha vencido a la muerte por nosotros. La muerte no es el final. No somos un conjunto de células que se van a dispersar y desaparecer. Somos inmortales.
Pero, y quizá esto no lo pensamos demasiado, las consecuencias de nuestros actos también permanecen para siempre. Lo de «comamos y bebamos que pronto moriremos» ya no parece una buena idea. Las consecuencias de mis excesos no desaparecen con la resaca. Ni siquiera con la muerte. Se quedarán conmigo para toda la eternidad. Antes de cada acto debería preguntarme si después de mi muerte quiero tenerlo en mi conciencia. Que voy a tener que responder de ello ante Dios. Desgraciadamente apenas lo hago.
Y después viene la parte del sufrimiento. El hecho que Cristo sufrió implica que el sufrimiento no es intrínsecamente malo. Es desagradable, claramente, puede ser malo, sí. Pero no es necesariamente malo. Sufrir no es algo que se deba evitar porque sí.
A veces debemos buscar sufrir. Me acuerdo a menudo de la celda de S. Pedro de Alcántara, en Arenas de S. Pedro. No sé si lo que vi fue su celda auténtica o una reproducción, pero era una celda diseñada para que no se estuviera cómodo ni sentado, ni tumbado, ni de pie. El Santo usaba la incomodidad, el sufrimiento, como camino de perfección. Es la misma idea de los ayunos y las mortificaciones: templar el cuerpo y el alma para dominarlas mejor y estar más en forma para la lucha espiritual. Poder hacer así el bien que quiero y no el mal que no quiero.
Otra consecuencia de mi (mini-muy-mini-)revelación divina fue darme cuenta que el sufrimiento nunca es un castigo. Es más bien una oportunidad de acercarme a Cristo y de unir mi sufrimiento al suyo. Los católicos anglosajones tiene el dicho «offer it up» («ofrécelo al cielo»): si sufres, ofrece tu sufrimiento, únelo al de Cristo, para el bien del mundo. Considérate un ayudante en la salvación del mundo.
No hay que buscar sufrir innecesariamente. Pero evitar el sufrimiento a toda costa te aleja de Dios. Si hay que sufrir, se sufre. Y se sufre divinamente.
Jueves Santo, 2017
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