Cuando fui por primera vez a la misa tridentina me esperaba encontrar algo extraordinario, completamente distinto, pero si algo me sorprendió era que la diferencia era poca: aparte del uso del latín, lo que vi fue que el sacerdote mira hacia el altar y no hacia la gente; estás mucho más tiempo de rodillas; lo que ahora decimos todos sólo lo dice el sacerdote y a menudo en voz baja. Alguna cosa más aparente es que el "Yo pecador" se dice dos veces (una donde la misa moderna y otra antes de la comunión), que hay dos lecturas en vez de tres y un salmo y que se recita el inicio del Evangelio de S. Juan al final de la misa. Quedé un poco decepcionado.
Sobre las ventajas del uso del latín ya escribí en una entrada anterior. Aquí me centraré en algunas de las otras diferencias. Fuera de la consagración, no veo mucha diferencia que el sacerdote mire hacia el pueblo o ad orientem («hacia el oriente», es decir, hacia Dios). En la consagración sí que tiene mucho más sentido que el sacerdote y el pueblo miren todos hacia Dios (que no es lo mismo a que el sacerdote esté «de espaldas al pueblo»). Por ejemplo, cuando se levanta la Hostia o el Cáliz queda mucho más claro que está ofreciendo a Cristo en sacrificio, mientras que en la misa ordinaria parece que el celebrante está enseñando la Hostia a los espectadores para que la veamos bien. Entre el latín y el silencio hay un mucho mayor recogimiento y un mayor sentido del misterio, como bien explica el Cardenal Sarah en «La fuerza del silencio».
Había oído que cuando, una vez listo el nuevo rito, se hizo una «demo» de la nueva misa en el Vaticano para los cardenales, muchos se fueron enfadados y escandalizados a mitad de celebración. Entendí muy bien por qué: se había pasado de una liturgia interna, de recogimiento y de misterio, a algo externo, explícito, cercano a un espectáculo.
Pero hay cosas de la misa actual que me gustan más. Por ejemplo me gusta más que haya 3 lecturas, con una del antiguo testamento, y un salmo. Aunque el salmo no debería ser responsorial: si no es obligatoriamente cantado, lo quitaría. Me gusta que haya 3 ciclos en las lecturas, de manera que se visite mucho más de la Biblia. Aunque ahora el pueblo habla demasiado, echo de menos en la misa tradicional rezar el Padre Nuestro. Y dar la paz es un gesto bonito. No es importante, y a menudo se abusa de él, pero me gusta que esté.
En resumen, aunque creo que la misa de Rito Extraordinario es superior, el Rito Ordinario no es un desastre, y como dice J. Ratzinger (futuro Benedicto XVI) en «El espíritu de la liturgia», con unos pocos cambios el Rito Ordinario podría ser igual de bueno. Porque como he dicho al principio, muchas de los desaguisados de la liturgia actual no son culpa del rito. ¿Entonces, de qué son culpa?
Este verano fui a Viena y mi mujer y yo fuimos a Misa Mayor en la Catedral de S. Esteban. Además de los vieneses, asistíamos muchos turistas de diferentes países y el lío fue aparente: unos se ponían de pie mientras otros se ponían de rodillas y otros permanecían sentados. A veces te levantabas “cuando tocaba” y rápidamente te volvías sentar porque parece ser que no tocaba. Todos los turistas mirábamos de reojo para saber qué se supone que había que hacer. No había “ordo” sino “desordo”.
Y no hace falta irse a Viena para ver esto: en mi parroquia, dependiendo del cura, el salmo se reza de una manera u otra; el «por Cristo con Él y en Él» lo reza el cura o pide que lo recemos todos; te pones de pie en la oración sobre las ofrendas o esperas al «levantemos los corazones». Cada diócesis, cada párroco, cada cura, decide “innovar” y crear una misa su gusto. Eso es un sentimiento muy de años '70 y desgraciadamente se ha mantenido. La liturgia nos debería centrar y unir y en vez de eso nos confunde e incluso nos separa.
Y esto no es culpa del rito: estoy convencido que si no se hubiese cambiado, en los '70 hubiera habido de todas formas esta maldición de la innovación. Estaba en los tiempos, no en los ritos. Y si ahora el Rito Extraordinario se mantiene fijo es porque los sacerdotes y feligreses que vamos a ella precisamente buscamos esta estabilidad y este valor profundo de la tradición.
Y esto explica otras características indeseables de la misa moderna. Por ejemplo la música. Como explico en una entrada anterior, se ha perdido el sentido de lo sagrado en la música. Otra vez, no es el rito, sino que son los tiempos. Y la gente va vestida de cualquier manera. Otra vez, el rito no dice nada de la forma de vestir. Son los sacerdotes, a iniciativa de los obispos, que deberían explicar que no se puede entrar en un templo sagrado peor de lo que se viste para ir al cine. O que durante la consagración debemos estar humilde y respetuosamente de rodillas y no orgullosamente de pie. Cuando una amiga mía le comentó esto último al anterior obispo de Mallorca, le dijo que qué más daba de pie o de rodillas. Sin comentarios.
Incluso lo de recibir la comunión en la mano no está en el Novus Ordo. Fue un “logro” de un conjunto de obispos alemanes y holandeses, que, probablemente influidos por los protestantes, y por la vía de hechos consumados, consiguieron una dispensa papal. Faltó tiempo para que el resto de conferencias episcopales pidieran también la dispensa para ellos. No iban a ser menos modernos que los alemanes. La devoción y hondura que se siente al recibir la comunión de rodillas y en la boca es incomparable. El que lo probó, lo sabe.
Hay muchos problemas con la liturgia, pero el culpable no es el rito. Es, como en tantas otras cosas, la pérdida del sentido de lo sagrado. Y eso es una suerte. El rito no lo podemos cambiar, pero los laicos, sin ayuda ni de curas ni de obispos podemos mejorar la liturgia:
- Viste bien para ir a misa. Yo siempre voy con americana y corbata.
- Desgraciadamente hay que decirlo: apaga el móvil antes de entrar al templo.
- Purifícate con agua bendita al entrar y si tienes tiempo haz una breve visita al Santísimo frente al sagrario. Si no hay agua bendita, házselo saber al párroco.
- Arrodíllate durante la consagración.
- Toma la comunión en la boca.
- No parlotees con los demás antes o después de misa. Ya lo harás una vez fuera.
- Nunca aplaudas en misa. Como dice Benedicto XVI, cada vez que se aplaude, desaparece lo sagrado.
Y hay más posibilidades, que ya dejo al buen sentido de cada uno. Si te llevas bien con tu párroco, coméntale alguna de estas cosas. A lo mejor lo único que necesita es sentirse apoyado. Actúa como si el cambio fuera posible, que es la única forma de que lo sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario