La pasada Nochebuena fuimos la familia a la Misa del Gallo. Desde hace años esta Misa de Medianoche se hace por la tarde (a las 7:00 en mi parroquia) porque la feligresía ya es anciana y no puede trasnochar. Como es tradición en Mallorca, tuvimos el canto de la Sibila, canto muy antiguo que sólo se canta en la Misa del Gallo. La que lo interpretó este año lo hizo muy bien. El coro parroquial cantó. Y como pasa en tantas otras parroquias, hubo una participación infantil, con un baile, una breve representación teatral y villancicos. Todo el mundo se lo tomó en serio y la representación fue de fondo navideño, no profano. La iglesia estaba llena de gente, con los padres y familiares de los niños. Tras la Misa, mientras nos felicitábamos la Navidad, una me dijo "Ha sido la Misa del Gallo más bonita que recuerdo, ¿no te parece?" Yo no quise ser negativo y sólo me encogí de hombros.
Porque, sí, la iglesia estaba llena, pero no de feligreses, sino de espectadores, haciendo fotos y filmando vídeos. La iglesia pasó de ser un lugar santo a ser un teatro y el altar, del lugar más sagrado, donde Dios desciende en cada Misa, a ser a ratos un mero escenario. El espectáculo había estado muy bien, pero la Misa… había perdido mucho de su importancia y de su trascendencia.
Repito que se había organizado con cariño y cuidado: los villancicos no eran sobre la nieve y regalos sino sobre el niño Jesús, la representación también, los padres fotógrafos fueron tan discretos como era posible. No se organizó una saturnal profana. Pero ni por esas.
Quizá soy demasiado negativo. Porque si la iglesia se llenó y toda esa gente adoró al Niño Jesús, aunque sólo fuera un ratito, eso tiene que ser bueno, ¿no? Si miramos esto, sólo esto, aisladamente, efectivamente hay algo positivo. Pero si lo miramos todo yo creo que se ha perdido más de lo que se ha ganado.
Los que vinieron a ver a sus niños empezaron viendo un espectáculo, y eso impregnó todo el resto: las vestimentas religiosas se convirtieron un poco en vestuario, el incienso, en tramoya, el canto de la Sibila, en un número musical. Hubo aplausos tras la representación y el canto y como dijo Benedicto XVI, cada vez que se aplaude en Misa, algo sobrenatural se pierde. Me sospecho que incluso la consagración se vio desde un punto de vista más teatral que religioso, más como una representación que una recreación. No creo que ninguno de los espectadores creyó que Jesús bajó otra vez a la Tierra y volvió a ser ofrecido en sacrificio para la expiación de nuestro pecados. Tras la conclusión de la Misa, los niños subieron al escenario, perdón, al altar, para que les hicieran fotos. Tenían al Niño Jesús a un lado y a Jesús en la cruz al otro. Ni niños ni padres les hicieron el más mínimo caso. Dios en esta misa no fue el protagonista supremo, sino que sólo fue parte de la ambientación.
No es que crea que si no hubieran venido los niños hubiéramos tenido una Misa del Gallo altamente espiritual. Pero todo es cuestión hacia donde empujas. Si vas empujando constantemente hacia lo sagrado, irás construyendo una visión sagrada y trascendente de la Misa. Si lo haces hacia lo terreno, lo sagrado pasará a segundo plano. Llevamos muchos años empujando hacia lo terrenal y las iglesias se han vaciado. Es lógico: si la misa es una reunión de gente que piensa de una cierta manera, mejor lo haces en un mitin o en el fútbol; si es un espectáculo, los hay mejores en el teatro o en televisión; si es música, tienes YouTube, Spotify o tu reproductor de MP3. Lo único que puedes encontrar en Misa y que no puedes encontrar en ningún otro sitio es la parte trascendente, sobrenatural, sagrada: la venida de Jesús y su sacrifico para salvarte de tus pecados y abrirte el camino del cielo. El comer su Cuerpo para entrar en comunión con Él y recibir fuerzas para seguirle.
Y este movimiento hacia lo sagrado no se consigue simplemente mediante palabras. No basta con decir antes de la consagración "Y ahora bajará Jesús al altar" (aunque no estaría más que se dijera, sobre todo en ls «misas de los niños») . Es necesario actuarlo y vivirlo par poder interiorizarlo y creerlo. Esto no se consigue en unas horas ni unas semanas. Esto hay que trabajarlo todos los días. Poniendo agua bendita en las benditeras y usándola para purificarse antes de entrar en la Casa de Dios; arrodillándose ante el Sagrario; guardando un respetuoso silencio siempre que se está en la iglesia (ya hablarás con tus amigos a la salida); usando exclusivamente música sacra compuesta específicamente para la liturgia (dando prioridad al gregoriano, como indica el Concilio Vaticano II); arrodillándose en la consagración y tras la comunión (e incluso para recibir la comunión); reservando el altar sólo para el sacerdote y sus ayudantes… Naturalmente hay que explicar el porqué de todo esto y hacerlo no por mera costumbre y sin pensar, sino conscientemente y por convencimiento. Estos signos, repetidos muchas veces, nos llevarán hacia lo sobrenatural, hacia lo sagrado, hacia el contacto con Dios.
Y nos cambiará para todo y para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario