John Lennox es un profesor de matemáticas de la Universidad de Oxford y apologista cristiano. Una de las cosas en la que incide mucho es que creer no es lo mismo que tener fe. Que la palabra “fe” viene del latín fidere, que significa “confiar”. Argumenta que tener fe no es simplemente creer que Dios existe, o que Jesucristo es Dios, sino que implica que confiamos en Él. Naturalmente, para tener fe hay que creer, pero se puede creer sin tener fe.
Esta visión de la fe la vemos explicada en dos pasajes evangélicos. Tenemos por un lado el padre del chico endemoniado de Mc 9, 17–27. Les ha llevado su hijo, luego cree, pero después le dice a Jesús «si algo puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos». Es decir, cree que es el Mesías, pero no confía demasiado en que pueda hacer algo. Por suerte, se da cuenta de esta situación y grita «Creo, pero ayuda mi falta de fe».
El otro extremo lo vemos con el centurión que tiene el criado enfermo (Mt. 8, 5–13). Cuando Cristo le dice que irá a ver al enfermo le dice que no hace falta, que basta que dé la orden y ya está: tiene confianza plena. Y por eso Cristo dice «En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe».
Mucho creemos, pero con una fe débil, pues confiamos poco en Dios. Cosas que he notado en mí mismo:
- Cuando rezo, no confío en que Dios me esté escuchando. Estoy seguro que mis rezos quedan “registrados” en alguna base de datos celestial y que cuando me muera y vaya al Juicio personal, me podrán decir exactamente cuántos rosarios he rezado y con cuánta devoción. Pero no confío en que Dios o la Virgen estén rezando conmigo en ese momento.
- Como comenté en una entrada anterior, tengo ofrecido mis sufrimientos por la conversión de los pecadores, pero cada vez que me llega una enfermedad o tribulación, tengo mis dudas de si me lo envía Dios o si me llega de forma “natural”. Y si me llega de forma natural, ¿cuenta como ofrecimiento? Mi confianza en Dios es muy limitada…
- Voy semanalmente a la Exposición del Santísimo. Pero mi confianza de que Dios está presente no es muy alta, pues si lo fuera, no me distraería tanto.
Esto mismo que he notado en mí, lo he notado en otros. Por ejemplo, ves gente “de Iglesia” (no turistas) que entran en los templos como si entraran en una tienda: si están hablando o bromeando con otros, siguen como si tal cosa: no confían en que el templo es la Casa de Dios. Esto lo he visto incluso en catequistas, que entran con los niños sin hacer –ni enseñar a hacer– el más mínimo gesto de reconocimiento de que están entrando en lugar sagrado.
Nuestro problema no es tanto en que no creemos, sino en que no confiamos. El pasado Miércoles de ceniza, como todos los Miércoles de ceniza, los templos estuvieron llenos. La gente sigue yendo a las procesiones, las romerías y otros actos de piedad popular. Pero los domingos apenas hay nadie en misa. Bautizos, bodas, confirmaciones, incluso funerales, están bajo mínimos. Creemos en Dios, pero no confiamos en su Iglesia, ni en su Doctrina, ni en los sacramentos.
En la primera lectura de ayer (Jueves después de la Ceniza, Dt. 30, 15–20) Dios decía:
Pues yo te mando hoy amar al Señor, tu Dios, seguir sus caminos, observar sus preceptos, mandatos y decretos, y así vivirás y crecerás y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para poseerla. Pero, si tu corazón se aparta y no escuchas, si te dejas arrastrar y te postras ante otros dioses y les sirves, yo os declaro hoy que moriréis sin remedio;
¿Confiamos en estas palabras?¿Creemos que seguir lo que Dios nos manda nos lleva a la vida, y que no seguirlo nos lleva a la muerte? Mas bien, no. No nos fiamos de lo que nos ha dicho, no nos fiamos de sus mandamientos. Nos fiamos más de nosotros mismos que de Dios, de nuestros deseos que de sus mandamientos. Nos fiamos más del Mundo que de Él. Y así nos va.
Creemos, Señor, pero auméntanos la fe.
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