martes, 5 de noviembre de 2024

No olvidemos lo sobrenatural: Adán y Eva

 Es doctrina de la Iglesia Católica que Adán y Eva existieron: fueron el primer hombre y la primera mujer. También es doctrina que todos descendemos de ellos y que cometieron el pecado original. Pero esto a muchos les suena a falso. No creen que existiera un primer hombre y una primera mujer, sino que Adán y Eva son unos seres alegóricos, de leyenda, que simplemente representan el inicio de la humanidad y que fueron inventados por el escritor del Génesis para contarnos la creación del hombre y la existencia del pecado de forma poética. Que los ateos tengan esta visión no es de extrañar. Lo preocupante es que muchos cristianos incurren en este error doctrinal, que se llama poligenismo.

Y es cierto que si pensamos en la aparición del hombre como un proceso natural, no existe un primer ser humano. Las especies se van formando de gradualmente, pasito a pasito, a lo largo de decenas de miles de años y no hay un primer individuo de la especie: cada individuo que nace es de la misma especie que sus progenitores. Luego la exigencia doctrinal de la existencia de Adán y Eva como los dos primeros individuos de la especie humana se presenta a veces como un ejemplo en el que la doctrina de la Iglesia contradice a la ciencia.

Y si la única visión del mundo que tienes es lo natural, es difícil superar esta contradicción. Pero si crees en Dios y en lo sobrenatural, no debiera haber problema alguno.  El que  muchos cristianos incurran en el error del poligenismo proviene de no entender qué es el hombre. Porque lo que diferencia a un hombre de cualquier otra criatura no son sus genes. Lo que diferencia la hombre de cualquier otra criatura es que posee alma. La diferencia no es natural, sino sobrenatural.

Y así desaparece cualquier contradicción. Evidentemente, no sé cómo apareció Adán, pero voy a dar un posible mecanismo que es correcto tanto biológica como teológicamente.

Digamos que había una especie de homínidos, que vivía en África y que contaba con unos cuantos miles de individuos. Dios convirtió uno de estos homínidos en hombre insuflándole un alma Este fue Adán. Genéticamente era como sus padres y hermanos. Pero sobrenaturalmente, no. Al tener alma también disponía de las potencias del alma: inteligencia, memoria y voluntad. El resto de la especie sólo tenía instinto y obedecía a su instinto. Adán, no. Adán era diferente. Adán era capaz de razonar. Adán era libre. Y se sintió sólo. Entonces Dios insufló alma a una hembra homínida y se convirtió en Eva, la primera mujer.

Adán y Eva, gracias a poseer almas,  no sólo tenían inteligencia, memoria y voluntad, sino también un conocimiento de Dios. Desgraciadamente decidieron usar su voluntad para desobedecer a Dios y cometieron el pecado original. Nótese que si Adán y Eva no existieron, sino que son sólo seres alegóricos, el pecado original no pudo suceder, y eso implica que el pecado es algo consustancial al hombre, es algo que Dios introdujo en nosotros. Y eso contradice la esencia de Dios.

Adán y Eva eran biológicamente indistinguibles del resto de los homínidos: eran de la misma especie. Pero eran esencialmente diferente de ellos: eran humanos porque tenían alma. 

Pero si Adán y Eva eran biológicamente sólo dos homínidos entre miles, ¿cómo es que son los padres de toda la especie humana? Tampoco es difícil de explicar. Empecemos por un caso muy simple.

Supongamos que no había miles de homínidos sino solo dos parejas: Adán y Eva, que eran humanos y Yago y Zoe que no lo eran. Les llamaremos la Generación 0. Adán y Eva tuvieron descendencia, como también la tuvieron Yago y Zoe. Esta es la Generación 1. La mitad de esta generación, los descendientes de Adán y Eva, también tenían alma y eran humanos, mientras que los de Yago y Zoe no tenían alma y eran homínidos. Pero eran todos de la misma especie biológica. Ahora digamos que en esta generación nunca se emparejaron hijos de los mismo padres. Por lo tanto los hijos de Adán y Eva se emparejaron con los hijos de Yago y Zoe. Sus descendientes forman la Generación 2. Y toda esta generación son descendientes de Adán y Eva y por lo tanto son todos humanos.

Si en vez de dos parejas son unas cuantas miles de parejas, se puede demostrar que pasará lo mismo, sólo que tardarán más generaciones. No muchas más, quizá una docena o dos. Además, como los humanos tienen claras ventajas evolutivas sobre los homínidos, la teoría de la evolución nos asegura que los homínidos acabarán por desaparecer.

Este no es el único mecanismo posible. Se me ocurren algunos y estoy seguro que hay muchos otros que ni siquiera se me pueden ocurrir. Pero eso no es lo importante. Lo importante es tener claro que la diferencia entre los hombres y cualquier otro ser vivo no es natural sino sobrenatural; no es por la existencia de unos genes, sino por la existencia del alma.

El alma es lo que hace que seamos seres humanos. Y el alma sólo la da Dios. Si vivimos eso, hemos avanzado mucho en el camino del cristianismo.


domingo, 22 de septiembre de 2024

Gracia de Dios

 Hace más de 30 años vi un episodio de Los Simpson del que recuerdo bien poco excepto una subtrama, que me quedó muy grabada. Por algún motivo (creo que una huelga) dejó de haber programación infantil en la TV. No habiendo televisión, los niños salieron a la calle y se pusieron a jugar. Y se lo pasaron muy bien: corrían, jugaban, reforzaban amistades, crecían en cuerpo y alma. Habían encontrado la felicidad. Pero entonces se acabó la huelga, volvió la programación infantil y los niños volvieron a sentarse y tumbarse en el sofá absorbiendo la nada que les venía de la pantalla, solos, con risas superficiales, abobados. El mensaje me quedó muy claro y se me quedó grabado para siempre: entre algo que es bueno para ti y algo cómodo, eliges lo cómodo. No es una cuestión de ignorancia: sabes que es bueno para ti. Tampoco es una cuestión de sufrimiento: lo disfrutas. Es igual: la comodidad gana.

Eso es algo que a todos nos pasa: comemos lo que sabemos que no nos conviene, pero que nos gusta; no salimos a pasear, aunque el día sea precioso; nos aburrimos delante de la televisión, pero no cogemos un libro que nos haría pasar un mejor rato y nos haría pensar. La comodidad gana.

Y esto es algo que he vivido también en mi vida como profesor: un buen sistema pedagógico debe cerrar las puertas a las salidas cómodas pero que llevan al fracaso y forzar al alumno a estudiar y trabajar. Hay estudios que lo muestran: si damos a los alumnos una salida cómoda, aunque sepan que es un camino que casi siempre acaba en el suspenso, demasiados alumnos lo cogerán.

Con nuestras almas pasa lo mismo: los santos, y Jesús mismo, nos advierten que el camino a la perdición es ancho y cómodo, mientras que el camino a la salvación pasa por la Cruz. Dada la naturaleza humana, no me sorprende que caigamos tan a menudo, que las tentaciones nos venzan tantas veces: la carne es débil.

Lo que me sorprende es otra cosa: que no vayamos todos bajando a tumba abierta por la autopista al infierno. Porque, a diferencia de lo que indicaba de los sistemas pedagógicos, nada ni nadie nos impide coger el camino a la perdición; nada ni nadie nos fuerza a abrazarnos a nuestra cruz de cada día. Si yo hubiera dado mis clases con el sistema pedagógico que Jesús nos ha dejado, mi porcentaje de aprobados sería muy cercana al 0.

Mirándome a mí: con lo mucho que me tiran mis concupiscencias, con lo comodón que soy, con los mensajes demoníacos con que me bombardea el mundo (¿os habéis fijado en los anuncios últimamente?), con lo fácil que es no pisar una iglesia ni hablar con un cura, ¿cómo es que sigo diariamente esforzándome por subir por el camino estrecho, pedregoso y empinado que lleva al cielo?

Sólo se me ocurre una respuesta: es por la gracia de Dios.

No hay una explicación natural. Sólo puede ser un motivo sobrenatural. Y ahora entiendo mejor la primera pregunta y respuesta del Catecismo que aprendí de niño: “¿Eres cristiano? Soy cristiano por la gracia de Dios”. No soy cristiano porque por mis padres o por la sociedad o por la catequesis o por nada de eso: soy cristiano por la gracia de Dios. Sólo la gracia de Dios me da la fuerza que necesito para ser cristiano.

A poco que miremos alrededor la pregunta que se nos ocurre es “¿Y todos estos no recibieron la gracia de Dios?” Sí, recibieron la gracia de Dios, pero no la aceptaron o no la pusieron a trabajar. Esto lo he leído de muchos santos: las gracias que recibimos de Dios hay que agradecerlas y ponerlas a trabajar. Y después pedir más y recibiremos más.

Es lo que se nos explica en la parábola de los talentos (Mt 25, 14-30; Lc 19, 12-27): recibes tus talentos, mucho o pocos, y si los pones a trabajar, se multiplican: el que tiene 5 talentos, acaba con 10; el que tiene 2, acaba con 4.  En cambio, si los escondes, los pierdes: “Quitadle su talento y dádselo al que tiene 10”. Y lo bueno es que es una inversión segura: un talento negociado, siempre crece.

A veces nos pensamos que Dios se oculta y nos gustaría que estuviera más presente.  Pero la verdad es que lo tenemos a nuestro lado en todo momento. Sin su ayuda constante nos sería imposible avanzar hacia el Reino. Su gracia está siempre a nuestra disposición, pero la hemos de desear, la hemos de aceptar y la debemos trabajar. Sólo así nos ayudará en nuestra salvación.


viernes, 30 de agosto de 2024

Expresiones que detesto: “Ser amigo de Jesús”

 En Primeras Comuniones, misas de niños, e incluso en confirmaciones he oído demasiado a menudo al sacerdote preguntar a los niños si quieren ser “amigos de Jesús”. La respuesta que me sale del alma cuando lo oigo es “No. Quiero ser su discípulo”. Le he cogido manía a lo de “ser amigo de Jesús”.

No es que sea malo querer ser amigo de Jesús. Sta. Teresa exhortaba a sus monjas a ser buenas amigas de Jesús y lamentaba que el buen Jesús tuviera tan pocos amigos. El problema que veo –y el motivo por el que no me gusta la expresión– es cómo se usa; cómo, en el fondo, aleja a los niños de Jesús. En particular, veo tres peligros.

  • Discípulos primero, amigos después. En el relato de la Última Cena del Evangelio según S. Juan, Jesús les dice a los apóstoles “Ya no os llamo siervos, […] a vosotros os llamo amigos”. Ser amigo de Jesús no es el primer paso, es el último. Primero hay que ser discípulo, hacer la voluntad de Dios. Y para saber lo que Dios quiere de nosotros, hay que saberse la Doctrina. No basta decir que hay que “ser bueno”, hay que saber qué significa eso. Ese es el camino para llegar a ser amigos de Jesús. Pero si miras los libros de catequesis de niños, de doctrina hay bien poco. Este es el primer peligro: si uno quiere llegar a amigo de Jesús sin pasar primero por ser discípulo suyo, acabará no siendo ni una cosa, ni otra.
  • Todo empieza en Cristo. Un segundo peligro es que se pone el énfasis en el fiel y no en Cristo. Ya escribí cómo esto se ve muy bien comparando los recordatorios actuales de Primeras Comuniones con los de hace años. Y no sólo es con los niños. Hace unos meses fui al bautizo, primera comunión y confirmación de una joven. Al final de la misa salieron algunos amigos de la joven que estaban muy contentos porque la joven “había decidido ser amiga de Jesús”. Tal y como lo contaban, de ella había partido la amistad. Ella era la protagonista. No es así: todo parte de Cristo. Dios te da la gracia del Bautismo, que tú puedes aceptar. Cristo te ofrece su amistad, que tú puedes aceptar. Y cualquier amistad que tú le des, procede que Él, y tú sólo la retornas. Nada sale de nosotros. Incluso todo el bien que hacemos no es nuestro, sino es gracia que Dios te da, que podemos aceptar o no. Nosotros somos siervos inútiles. Esta idea de que las cosas salen de nosotros roza la herejía del pelagianismo. Esta forma en la que se usa la amistad con Jesús, como si fuera una iniciativa nuestra, es dañina.
  • Amistad divina, no humana. El tercer peligro que veo es que usamos un concepto humano de amistad: Cristo deja de ser nuestro Maestro y se convierte en sólo nuestro colegui. Un amigo no te acusa, no te dice cosas feas, se convierte en cómplice de tus travesuras, tapa tus maldades. Esa no es la amistad de Cristo. Esto lo detalla Ulrich Lehner en su libro, Dios no mola. Pensemos que Cristo era amigo de los fariseos cuando les llamaba sepulcros blanqueados. Y esto se traslada a la vida adulta. Hace algún tiempo yo abría mi parroquia por las mañanas. Un día vino una mujer, de las de misa habitual. Vino en bicicleta. Dejó la bicicleta en el templo y se fue. No es que viniera a rezar y no quiso dejar la bicicleta en la calle, sino que usó la Casa de Dios como aparcamiento. Retiré la bicicleta a un cuartito, pues me dolía verla allí aparcada. Cuando volvió a recuperarla, se la di y aproveché para afearle su conducta. Me respondió que ella se llevaba muy bien con Jesús y que Él la dejaba hacer esas cosas. Vamos, que para ella la amistad con Jesús era una patente de corso que le permitía no ser respetuosa con la iglesia y posiblemente saltarse las normas que le viniera en gana. Esta es una idea de amistad que nos aleja de Jesús. Si queremos ser amigos de Él, no hacemos lo que a nosotros queremos. Jesús mismo lo dice: “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”. 
Es una gran cosa ser amigo de Jesús. Pero ha de ser una amistad que empiece en Él, en sus mandamientos, en su voluntad, en la obediencia. Una “amistad” que parte de nosotros, que nos hace importantes, que nos hace cómplices y no discípulos, que nos permite saltarnos sus mandamientos, nos aleja de Él. Y mucho me temo que cuando se les dice a los niños y jóvenes que han de ser amigos de Jesús, piensan más en esto segundo que en lo primero.


domingo, 25 de agosto de 2024

Sumisión e importancia

 La segunda lectura de este Domingo (XXI del tiempo ordinario, ciclo B) es de la carta de S. Pablo a los Efesios y es la que da tantos dolores de cabeza a los sacerdotes en la homilía, sobre todo por la frase “Las mujeres [sed sumisas] a sus maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia”. 

Nuestro sacerdote, en la homilía, no rehuyó el tema, pero fue bastante previsible: que si hay que entender esto en el contexto histórico, que si debemos centrarnos en el mensaje fundamental y no en las formas, etc. Ese era mi forma de entender este texto en el pasado, pero ahora no. Como escribí en una entrada anterior, creo que la Biblia hay que entenderla de forma mucho más literal que interpretada. Esta forma interpretada y contextualizada no es lo que nos quiere decir Dios a través de S. Pablo en este fragmento, sino que es la forma en la que el Mundo entiende este texto.

Una visión mejor la obtenemos si leemos la encíclica sobre el matrimonio Casti Connubii, del Papa Pío XI. El número 10 parte de este texto de S. Pablo y nos dice que toda familia necesita de cabeza y corazón. La cabeza es el hombre, pero el corazón es la mujer. Ambos son imprescindibles: el marido para gobernar, la mujer para amar. Esta es una visión mucho más adecuada. Y puestos a comparar, que preferís, ¿una persona con cabeza y sin corazón o una persona con corazón y sin cabeza? Lo segundo, ¿verdad? Pues eso.

La cabeza no es más importante que el corazón, lo que es, es más visible. Y para el Mundo visibilidad es importancia. Pero para Dios, no: el más importante es el menor de todos, el servidor. 

Y no es sólo cuestión del papel de las mujeres en la sociedad. Pasa tamibén con los hombres: el importante es el Obispo, el Cardenal, el Papa. Tonterías.  Los grandes obispos, como S. Agustín o S. Pío X, no querían ser obispos: lucharon lo que pudieron para no serlo. S. Juan Mª Vianney ni siquiera quería ser cura de Ars: pidió mil veces a sus obispos que lo dejaran ir a un monasterio a vivir en soledad para hacer penitencia por sus pecados (nunca se lo concedieron). El ambicioso que quiere ser obispo es demasiado soberbio para este puesto. Probablemente será muy alabado por el Mundo, pero será un pésimo obispo.

Y en el fondo esto lo sabemos: si necesitamos oraciones, por ejemplo para una enfermedad seria, no se los pedimos a los obispos o cardenales, sino a las monjas de clausura, porque sabemos que ellas son escuchadas por Dios. (Si necesitáis oraciones de monjas de clausura podéis pedirlas en la página web de la Fundación deClausura, y ya puestos, hacer un donativo).

Cuando el Mundo pide importancia, pide alguien que salga en los medios o alguien que gane mucho dinero: busca a una persona visible. El importante para Dios es poco visible, como la Virgen. La búsqueda de importancia mundana lleva a la soberbia, la búsqueda de importancia ante Dios lleva a la humildad. No quieras ser visible, sé servidor. Lo que es mucho más difícil.

Si algún sacerdote lee esta entrada, le pediría que la próxima vez que comente este texto de la carta a los Efesios, se centre en esta idea: El importante para Dios es el servidor de todos y la buena esposa es muy importante porque es la gran servidora de la familia. 



lunes, 22 de julio de 2024

Argumentos cristianos, argumentos mundanos: El caso de la eutanasia

 Santo Tomás de Aquino, en la introducción a su Suma contra Gentiles, indica que al tratar de cuestiones teológicas y de moral con ateos o gente de otras religiones, no se deben utilizar argumentos cristianos. Por ejemplo, no se debe acudir a la Biblia, pues ellos no aceptan la autoridad de la Biblia, y nuestra evidencia carecería de peso, nuestro argumento sería poco convincente y fallaría. Y en esto coinciden los apologistas cristianos. Para argumentar con el Mundo, hay que usar argumentos mundanos: lógica, observaciones del mundo, psicología, etc. 

Pero a este argumento se le puede dar la vuelta: al argumentar con cristianos sobre cuestiones teológicas o de moral, no basta usar argumentos mundanos sino que se debe acudir a la Biblia, al Catecismo y a la Doctrina. No es sólo una cuestión de efectividad –para un cristiano la palabra de Dios o la Doctrina de la Iglesia es evidencia mucho más potente que evidencia psicológica, por ejemplo– sino que es más fundamental y grave: si no usamos la Biblia, la Doctrina, los escritos de santos, estamos diciendo en el fondo que no hay más argumentos que los mundanos, que Dios no tiene nada propio que decir y que la Iglesia tiene su opinión, pero nada más. Y por lo tanto, si escucho un argumento de un profesor de universidad y de un cardenal, como toda la evidencia que me dan ambos es puramente mundana y están en un plano de igualdad intelectual, pues me quedo con el que tenga más sentido o me guste más.

Y esto es lo que estoy viendo en general: el Vaticano, los obispos y muchos sacerdotes usan exclusivamente argumentos mundanos. Esto está bien si están argumentando con el Mundo, pero lo malo es que usan los mismos argumentos cuando están argumentando con cristianos. Son los argumentos que leo en Infocatólica y otros portales católicos. O en las homilías en misa. Y a veces la evidencia que usan o la lógica que usan es peor que el de los mundanos. Dan el mensaje que Dios no tiene nada que decir sobre estos temas, y ellos, poco. Como ejemplo, vamos a coger un caso, la eutanasia.

Los argumentos que he oído sobre la eutanasia a curas y obispos son que es una vergüenza que primen la eutanasia sobre los cuidados paliativos –esto me parece un error táctico que quizá comente en otra ocasión–, que los ancianos nos han cuidado a nosotros y que ahora es de muy egoísta que no les cuidemos a ellos, que lo que duele y hace pensar en la muerte a los que sufren no es el sufrimiento sino la soledad, que es el principio de una pendiente resbaladiza que puede dar lugar a matar a grupos indeseados, y cosas así. Todos estos son argumentos mundanos. Los únicos argumentos ligeramente cristianos, que he oído es que la vida es muy importante y nadie puede disponer de ella y que hay que ser misericordiosos con los débiles.

¿Qué echo de menos?¿Qué argumentos cristianos se pueden usar? Para empezar, que la vida no es nuestra, sino de Dios, y por lo tanto no podemos disponer de ella, ni siquiera de la nuestra. Solicitar tu eutanasia no te salva, sino que te condena. Si Dios te envía esta enfermedad y estos sufrimientos, es para tu salvación, y probablemente también la de tus seres queridos.

También nos podría explicar la Doctrina cristiana sobre el sufrimiento. El que Cristo –Dios mismo– vio necesario sufrir, nos indica que hay una dimensión sagrada en el sufrimiento; que el sufrimiento nos acerca a Cristo, a su Cruz, y por lo tanto a la salvación; que el sufrimiento ayuda a purgar y purificar nuestras almas; que ofreciendo nuestro sufrimiento a Dios, ayudamos en su misión redentora del mundo (Col 1, 24). En conclusión: que el sufrimiento no es algo a evitar a toda costa, y por lo tanto la muerte no es una “solución”.

Nos podrían explicar que cuidar de padres y enfermos te ayuda. Yo he tenido que cuidar de mi padre impedido y de mi suegro y estoy cuidando a mi madre senil y a mi suegra anciana, que vive en casa. Y cuando oigo palabras de conmiseración ante mi suerte, les contesto que cuidar a mis padres es un don de Dios. Y los que han tenido que cuidar de los suyos, por mal que lo hayan pasado, me suelen dar la razón. Mi vida es más cercana a Dios por haber cuidado de los enfermos y débiles.

Y también debe decirse que matar a alguien por ser anciano o enfermo no es misericordioso. Todo lo contrario: es un crimen que Dios aborrece especialmente. Y como dice la carta de Santiago “el juicio será sin misericordia para quien no practicó la misericordia” (Sant 2, 13). Cualquiera que participe en una eutanasia, ya sea el médico, la familia y amigos que ayudan a convencer al enfermo, los políticos que votan a favor la ley que lo permite o incluso los que defienden este “derecho”, cometen un pecado especialmente grave y ponen en serio peligro su alma. Dejan de estar en gracia de Dios y han entrado en la autopista al infierno. Y como no están en gracia de Dios, no pueden acudir a los sacramentos –excepto, naturalmente, el de la confesión–.

Que los obispos y sacerdotes no usen estos y otros argumentos cristianos para atacar la eutanasia y otras cuestiones morales debilita su argumentación. La debilita ante los cristianos que no ven una dimensión sagrada a las cuestiones morales y acaban por creer que el cristianismo no es más que “un deísmo moralista y terapéutico”. Y también la debilita ante los ateos, que concluyen que el cristianismo es una cosa del pasado y que ahora es una mera filosofía sin más fuerza moral que la que tienen ellos. Y les confirma en su idea que que ellos tienen la capacidad, o incluso el deber, de modelar la sociedad a su gusto. 

Y así no vamos bien.

lunes, 8 de julio de 2024

¿Y ahora qué hacemos?

Son muy recordadas las proféticas palabras de S. Pablo VI, en el que indicaba que “el humo de Satanás” se había infiltrado en la Iglesia. Y últimamente pareciera que este humo se está haciendo más y más espeso. Recientemente el Dicasterio  para el Culto Divino ha prohibido a los organizadores de la peregrinación a Covadonga que celebren la Misa Tradicional al final de la peregrinación. Para algunos esto ha sido la gota que ha colmado el vaso, se declaran muy cansados y se preguntan qué deben hacer. Algunas reflexiones.

  • Muchos santos han sufrido grandes tribulaciones. Para un ejemplo reciente, S. Pío de Petrelcina sufrió persecuciones de los superiores de su congregación y de la jerarquía de la Iglesia, prohibiéndole en algunos momentos ejercer el sacerdocio. Dios permite estas persecuciones porque son parte del camino de santidad de estos santos. Y al igual que personas concretas sufren persecuciones injustas, también las sufren grupos y organizaciones. Es nuestro camino de santidad. Dios no nos tiene abandonados, como no abandonó a sus grandes santos. Todo lo contrario.
  • Todas las cuestiones de la Iglesia no son naturales sino sobrenaturales. Luego es algo que no está en nuestras manos, sino en las de Dios. Nosotros no vamos a resolver esta situación, por lo tanto no nos frustremos: “Si el Señor no construye la casa, en vano se afanan los albañiles”.

Entonces ¿qué tenemos que hacer? Ser santos. Ser santos en nuestra vida diaria. Ser santos con nuestra familia, con nuestros compañeros de trabajo, con nuestros vecinos. Ser santos en el autobús, en la playa, en el supermercado. Ser todo lo santos que podamos, siempre. Al hacer esto, estaremos cerrando puertas a Satanás y eso ya es mucho.

Y para ser cada día más santos, debemos volver a los fundamentos: la oración, la penitencia y los sacramentos. Reza cada día, una hora, por ejemplo. Lee la Biblia cada día, aunque sólo sean las lecturas de la misa del día. Haz penitencia por ti y por los demás pecadores. En particular, si algún obispo o cardenal hace algo que te parece escandaloso, haz penitencia por él. Ve a misa con frecuencia, confiésate periódicamente. Busca donde se hay exposición ante del Santísimo en tus cercanías y vete a adorarle y rezar ante Él. Y si no hay ninguna exposición cercana, haz lo mismo ante el Sagrario.

Y sobre todo, sé perseverante. Esto no es una pequeña batalla: es una guerra permanente. Hay momentos peores –como el presente– y otros mejores, pero la guerra espiritual contra el Mundo no cesa. Y nosotros somos los soldados que Cristo necesita.


domingo, 18 de febrero de 2024

Colas en los confesionarios

En una entrada reciente titulada El huevo y la gallina comentaba que la solución al problema de la Iglesia es acercarse de nuevo a Dios con oración, penitencia y sacramentos. De aquí se deduce que una de las primeras señales que veremos cuando estemos saliendo del hoyo en el que estamos metidos es ver colas ante los confesionarios.

Y de momento estamos lejos: no sólo no hay colas ante los confesionarios, sino que generalmente están vacíos, sin un sacerdote dentro. E incluso hay iglesias que ni siquiera tienen confesionarios. No es cuestión de apuntar el dedo a los sacerdotes o a los fieles: es otra vez un caso del huevo y la gallina, va todo junto. Esta sociedad tiene demasiada soberbia para arrodillarse ante Dios ni ante nadie y pedir perdón; los sacerdotes piensan que hay maneras mejores de usar su escaso tiempo que pasarse horas en el confesionario si total no viene nadie; los fieles piensan que para qué pasar el mal trago de decir sus pecados a un sacerdotes si ellos ya se “confiesan” ante Dios, sin mediación de nadie; la jerarquía quiere hacer “más fácil” el ser católico y no promueve algo que los fieles encuentran desagradable. Nos hemos alejado todos juntos de este sacramento fundamental en la vida católica.   

He oído muchos testimonios de gente alejada de Dios que ha vuelto al seno de la Iglesia. Y siempre destacan que uno de los momentos fundamentales de su vuelta fue la confesión. Es mi caso. Y es un simple ejercicio de lógica darse cuenta que si la confesión ha sido un punto fundamental de la vuelta al Padre, la falta de confesión es un punto fundamental del alejamiento. Es también mi caso.

Fue por tanto una alegría ver que el pasado Miércoles de Ceniza no sólo estaban la misas a rebosar, sino que a la que yo fui había un sacerdote en el confesionario y desde media hora antes de la misa hasta el momento de la comunión, siempre que miré, había alguien confesándose. Hay mucha gente que siente necesidad de penitencia y conversión y es vital atender esta necesidad.

Por todo esto una buena manera de valorar la vitalidad de una parroquia es mirar el confesionario. ¿Hay un horario de confesiones? ¿Se puede encontrar el confesionario con un sacerdote sentado y esperando aunque sea antes o durante las misas? ¿Va la gente a confesarse? ¿Hay cola ante el confesionario? Una parroquia moribunda responderá que no a todas estas preguntas. Una bien viva, responderá que sí. No es el único punto, como comenta el P. Jorge en su blog, pero es un buen punto de partida.

Una comunidad católica viva se confiesa, una moribunda, no. Un sacerdote preocupado por las almas de sus fieles, promueve la confesión, uno preocupado por mil otras cosas, no. Y como he dicho antes, no es cosa de uno o de otro: es cosa de ambos. El sacerdote debe llevar a los fieles hacia el confesionario, pero los fieles también deben llevar al sacerdote hacia el confesionario.

Pide en tu parroquia que haya un horario de confesiones. Confiésate a menudo. Dale las gracias al sacerdote por estar allí, explicándole lo importante que es para ti poderte confesar. Así estarás haciendo tu parte en la salvación de tu alma, y en la recuperación de la Iglesia.