Las ciencias naturales adelantan que es una barbaridad, como dice la zarzuela. Sobre todo lo hicieron a finales del S. XIX y la primera mitad del S. XX. En biología apareció la teoría de la evolución y la genética; en física la teoría de la relatividad; y junto con la química la teoría cuántica y la teoría del átomo… Todo esto en unos 70 años. Y después han venido los avances tecnológicos derivados de las nuevas teorías científicas, el transporte, la electrónica, las comunicaciones, la medicina. Este avance ha constituido una revolución y ha cambiado la sociedad completamente. Es la gran historia del último siglo.
Y la envidia de muchos. Ahora todo los campos del conocimiento se ponen la etiqueta de “ciencia” para de alguna manera poder aprovechar esta ola creada por las ciencias naturales. Así tenemos ciencias sociales, ciencias políticas, ciencias económicas, ciencias jurídicas. Todos quieren emular estos 70 años mágicos y ya no es cuestión de simplemente aumentar el conocimiento, sino de hacerse nuevo, cambiarlo todo. Pareciera que no hay más conocimiento que “la ciencia”.
Mucho me temo que la teología y la religión también han caído bajo este encanto. Hay que renovarse si se quiere seguir siendo relevante en este mundo. Cambiarlo todo. Nueva teología, nueva liturgia, nueva moral, nueva doctrina. Y este es un error, un grave error, pues los supuestos de la ciencia y la teología son muy diferentes.
La ciencia pretende descubrir las leyes que rigen la naturaleza. Para ello parten de observaciones de los fenómenos naturales, formulan una hipótesis de una ley que explique las observaciones y mediante experimentos y más observaciones prueban constantemente si la ley hipotetizada es razonable o es falsa. Si alguna nueva observación muestra que la ley es falsa, hay que formular una nueva hipótesis con una ley que explique tanto lo que ya había como las nuevas observaciones. Y vuelta a empezar. Es importante notar que las leyes de la ciencia no son verdades, sino las mejores explicaciones que tenemos dado lo que hemos observado. Las leyes de la mecánica de Newton fueron sustituidas por las leyes de la relatividad de Einstein cuando se hicieron observaciones y experimentos que mostraron que no se cumplían las leyes newtonianas. Y las leyes de Einstein serán sustituidas en el futuro por nuevas leyes que serán necesarias cuando nuevas observaciones obliguen a ello.
Esto es fundamentalmente diferente a la teología. Las diferencias son dos. Por una parte la teología no enuncia “lo mejor que tenemos hasta ahora” sino verdades. Por otra, la teología parte no de observaciones, sino de la revelación. Una vez se ha establecido una verdad –como son los dogmas de fe–, como verdad que es no puede cambiar, es verdad para siempre. Y como la revelación finalizó con la muerte de S. Juan, el último apóstol, no puede haber nuevas observaciones que nos hagan replantearnos lo que sabemos.
La teología no evoluciona en el sentido en que lo hacen las ciencias naturales. Las ciencias responden a una pregunta (¿cómo se atraen los cuerpos?), y años o siglos después la vuelven a responder, y más tarde otra vez. Es un proceso sin fin. La teología responde una pregunta una vez (¿Cómo puede ser Jesucristo Dios y hombre?) y una vez respondida, ya está. Es un proceso que tiene fin.
En las ciencias naturales tiene sentido decir “Antes pensábamos que las cosas eran así, pero ahora sabemos que eso no era correcto y pensamos que es asá”. En teología, esto no tiene sentido. Una vez establecida la verdad, es así antes, ahora y siempre. Incluso cuando se establece un nuevo dogma de fe no significa un cambio, sino una confirmación de lo que se ha sabido desde siempre. Por ejemplo, la asunción de la Virgen se estableció como dogma de fe en 1950, pero ya llevaba muchos siglos siendo un misterio del rosario. Pío XII, al proclamar el dogma, no propuso una nueva respuesta a una pregunta, sino que finalizó el proceso de dar la respuesta, proclamándola como una verdad que debe creerse, y que como verdad que es, no puede cambiar.
Me parece muy preocupante que esta diferencia fundamental se haya olvidado y se pidan cambios para que la Iglesia se “actualice” y “vaya con los tiempos actuales”. Naturalmente que la Iglesia del S. XXI no es la del S. I ni las del S. XVI y tiene que haber cambios, por ejemplo administrativos. Pero no es el caso, sino que quieren cambiar las creencias: eso que creían nuestros abuelos, en estos tiempos ya no nos sirve. Y estos cambios que proponen son –aunque digan que no– cambios doctrinales. Por ejemplo cualquier cambio moral significa un cambio doctrinal. Y me preocupa sobremanera que teólogos, o gente que debería saber teología, traten la teología como si fuera una ciencia. Porque hacer eso lleva a lo que llamo la metaherejía: no negar alguna parte de la doctrina, sino el concepto mismo de doctrina. Y esto es lo que vemos en estos tiempos.
La Iglesia tiene que caminar por el filo de la navaja: no ser del mundo pero estar en el mundo. Y eso es muy difícil. Cristo mismo dijo que era difícil. El Vaticano II se convocó explícitamente para hacer que la Iglesia fuera más relevante al mundo. Desgraciadamente –y estoy seguro que inconscientemente– se ha intentado ser relevante asemejando la teología a la ciencia, cuando ambas tienen esencias completamente distintas. Y así la teología, y por ende la liturgia, la moral y me temo la doctrina, han perdido su esencia. Y si la Iglesia pierde su esencia, ya no es Iglesia.
Debemos recordar nuestra esencia y mantenernos firmes en ella. Si acusan a la Iglesia de ser dogmática, en vez de intentar excusarnos debemos afirmar que claro que somos dogmáticos, pues de la teología se obtienen verdades eternas, mientras que la ciencia no tiene verdades sino explicaciones transitorias de lo que se observa, que forzosamente deben ir cambiando. O si te dicen que nadie tiene la verdad, afirmar orgullosos que nosotros sí. Porque Dios es la Verdad.
En el medioevo se afirmaba que la teología era la mayor de las ramas de conocimiento. Lo hemos olvidado. Debemos volver a tratarla como tal y recuperar así la esencia de la Iglesia.