No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Aquel día muchos dirán: “Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre y en tu nombre hemos echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?”. Entonces yo les declararé: “Nunca os he conocido. Alejaos de mí, los que obráis la iniquidad”.
Es decir, que después de una vida esforzándome, puedo llegar al Juicio tras mi muerte y el Señor decirme que no me conoce y que he obrado iniquidad. Es para tener pesadillas.
Alguno puede pensar que esto es una exageración del Evangelio para meternos miedo. Pero yo no creo que Cristo exagere y nos quiera “meter miedo”: esa es una técnica de maestro mediocre. Si dice que pasará –y que pasará con muchos–, es que pasará. Además, basta mirar a tu alrededor: hay muchos que se consideran buenos católicos –incluso sacerdotes y obispos– y lo que dicen y hacen es muy distinto a lo que digo y hago yo. Y no me refiero a variedad de carismas, sino que lo suyo es antitético a lo mío y es imposible que Cristo diga a los dos que lo hemos hecho bien. Al menos a uno de los dos nos llamará agente de iniquidad. ¿Cómo puedo asegurarme que el agente de iniquidad no soy yo? Como escribí en una entrada anterior, me aseguro no haciendo lo que yo creo que está bien, sino lo que Dios dice que está bien. Y eso está en la Doctrina de la Iglesia Católica. Es decir, debo someter mi parecer y mis ideas a lo que está indicado en la Doctrina. Pero quiero entrar un poco más a fondo en esto.
Volvamos a la cita del Evangelio de Mateo. Notemos que los pobres desgraciados que obran iniquidad pregonan que ellos han profetizado y echado demonios y hecho milagros. Es decir, no todo lo que hacen es malo. Hacen cosas buenas. Y los que están en antítesis conmigo pueden apuntar a trozos del Evangelio y decir que ellos lo siguen: que son misericordiosos, que se ocupan de los pobres. ¿No basta con hacer cosas buenas?
La respuesta la encontramos en un dicho de la Edad Media: Bonum ex integra causa, malum ex quacumque defecto. Es decir, que para ser bueno hay que ser completamente bueno, pero para ser malo, basta tener un defecto. Un Ferrari con 3 ruedas no sirve para nada. No basta con seguir la Doctrina, hay que seguir toda la Doctrina. Seguir a Cristo en aquello en lo que estamos de acuerdo no tiene mucho mérito. Es necesario –y mucho más importante– seguirlo en aquello en lo que no estamos de acuerdo. O como Él nos dice, amar a los amigos es fácil y lo hacen todos. Para seguirle de verdad hay que amar a los enemigos. Seguir el Evangelio parcialmente no es hacer la voluntad de Dios, sino que es hacer tu voluntad, que mira tú que bien, a veces coincide con la de Dios.
Y aquí es dónde se ven las diferencias. Yo intento –con muchos fallos– seguir toda la Doctrina, mientras que veo a otros –incluso a sacerdotes y obispos– que dicen que el mundo ha cambiado, o que eso ya no es pecado y que tenemos que “discernir” si seguimos el Evangelio y la Doctrina o no. Si algo les cuesta, les crea problemas o no les gusta, pues encuentran una excusa para no cumplirlo. Y se creen fieles seguidores de Cristo.
No nos podemos excusar con lo que tantas veces oímos: “Eso era para aquellos tiempos” o “El mundo ha cambiado” o “Los avances científicos nos muestran que…”. Como he explicado en múltiples entradas, la doctrina no puede cambiar. Seguir a Cristo significa no sólo seguir su doctrina tal y como está escrita en los Evangelios y el Catecismo, sino seguir toda su doctrina. Sin excusas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario