Debemos empezar por diferenciar la actividad de una “misión” de la de “ayudar a los pobres”. El objetivo de las misiones es evangelizar, propagar la fe, crear comunidades católicas permanentes en donde antes no había. Los apóstoles fueron los primeros misioneros. Por ejemplo sabemos que S. Pablo creó o cimentó comunidades sólidas y permanentes en Roma, Éfeso, Corinto, Tesalónica,… Una de las características que deben tener estas comunidades para ser permanentes es ser autosuficientes. Esto no significa que deban vivir aisladas, sino que tras unos cuantos años deben tener sus propios sacerdotes, formar a sus propios catequistas y así atender a sus propios fieles. Naturalmente, si necesitan ayuda deben recibirla, de la misma manera que deben ayudar a otros si pueden hacerlo. Esta no es una ayuda por ser tierra de misión, sino la ayuda fraterna que recibimos todos. Por ejemplo, muchos sacerdotes españoles van a recibir formación especializada en Roma, o vienen obispos o grandes teólogos a dar conferencias y cursillos aquí. Esta ayuda fraterna siempre va a haberla, pero la ayuda especial por ser una misión debería acabar tras algunos años, no muchos. S. Pablo se quedaba uno o dos años en la nueva comunidad, organizaba visitas prolongadas periódicas de Timoteo, Tito o algún otro y ya está. Del mismo modo, en pocos años las comunidades creadas por los misioneros deberían ser autosuficientes: primero se les explica la Palabra; después se forman catequistas para que ellos participen en la formación de los nuevos que van llegando; más adelante se forman sacerdotes y finalmente se forman obispos, y otros cargos especiales. Los misioneros empiezan la labor, pero con la idea de irse retirando poco a poco. Yo diría que tras unos 20 o 30 años la comunidad debería ser autosuficiente. Este debería ser un objetivo a la hora de crear una misión y creo que no lo es.
Como he dicho al principio, una cosa diferente es la ayuda humanitaria. Aquí ya es más difícil establecer un límite de tiempo. Pero también deberíamos empujar a la autosuficiencia. Si tienen problemas de salud, debe montarse un hospital y al principio será necesario que vayan médicos y enfermeras. Pero después hay que formar nuevas enfermeras, seguido de médicos, y poco a poco hacernos menos necesarios. Naturalmente, en caso de emergencia los que pueden deben ayudar a los que lo necesitan, pero en el día a día no debería ser necesario. Ese debería ser nuestro objetivo. Y o no lo es o somos unos incompetentes.
Volvamos a las misiones. ¿Qué es lo que pasa? Por un lado, se ha dado primacía a lo material sobre lo espiritual. Y eso viene de lejos. La hucha de la foto da la idea de que hay que dar dinero para ayudar al “pobre negrito” que vive en pobreza. Y esto ha llegado a tal extremo que tenemos el caso escandaloso que se publicitó durante el Sínodo de la Amazonia, de una misión que explicaban muy ufanos que no habían bautizado a nadie en 52 años. Esta “misión”, en 52 años, no es que no haya creado una comunidad católica autosuficiente, es que no ha creado una comunidad católica de ningún tipo. Si no se dedicaban a propagar la fe, ¿a qué se dedicaban? Se ve que a la “ecología integral”.
Otro problema que creo que hay es creernos superiores, sobre todo a los africanos. S. Pablo no se consideraba superior a los Colosenses o a los Gálatas. Consideraba que eran gente tan capaz como cualquiera, pero que no conocían a Cristo. Una vez se les ha dado a conocer, en que dejan de ser niños y se convierten en hombres, la parte principal de la misión había concluido. Pero el mundo occidental considera a los pueblos de África, partes de Asia, incluso partes de Sudamérica, como niños incapaces de crecer y que necesitan nuestro cuidado perpetuo. Este paternalismo, que implica un pecado de soberbia, impide siquiera plantear su autosuficiencia.
Sea por los motivos expuestos o por otros, tantos años de Domund debería hacernos reflexionar. Un buen profesor desea que sus alumnos no sólo se conviertan en sus iguales, sino que incluso le superen. No parece que queramos que los católicos de África, Asia y América nos superen. ¿Quizá no somos buenos misioneros?
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