Los santos han de ser una gran inspiración para nosotros: nos dan ejemplo en el camino a seguir pero también nos muestran sus debilidades. Cuando era niño era normal encontrarte en revistas o en el libro de lecturas del colegio relatos y anécdotas de la vida de los santos. O ver películas de sus vidas por la televisión. Hoy, como tantas otras cosas, esto ha desaparecido. Es esta serie voy a contar pequeñas estampas de vidas de santos, algunos conocidos, otros prácticamente desconocidos, que me han ayudado. El protagonista de la estampa de hoy es S. José.
–––
Sabemos muy poco de S. José. Sólo aparece en los Evangelios de S. Mateo y S. Lucas y en ninguno de los dos se recoge una sola palabra dicha por él. Eso en general no es demasiado extraño: tampoco se recoge casi nada de lo dicho por diez de los doce Apóstoles (S. Pedro y Judas Iscariote son la excepción). Pero hay un sitio donde sí me sorprende: cuando encuentran a Jesús niño en el Templo, tras buscarlo tres días (Lc 2, 42–52). Lo natural sería que fuera el padre, S. José, el que le preguntara qué hacía allí. Pero no fue él sino la Virgen María la que interpela a Jesús. Estoy seguro que los maestros del Templo debieron hacer entre ellos algún comentario al respecto.
Uno podría pensar que S. José fuese un tanto “lento” o pusilánime. Pero tenemos dos momentos en los que vemos que no era así, sino que era un hombre de decisión firme. Uno es cuando Dios le dice que reciba a María a pesar de saber que ella estaba embarazada. Hace falta mucha fe y mucha decisión para aceptar un sueño en el que se te dice que el niño de María “viene del Espíritu Santo”. Y aceptarlo sin vacilar, sin pasarse días dándole vueltas: “Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.” (Mt 1, 24). Es una aceptación del estilo del “Hágase en mí según tu palabra” de María.
La segunda vez que muestra esta capacidad de decisión es cuando se le manda ir a Egipto. No empezó a hacer preparativos para tan largo y arriesgado viaje. Ni siquiera esperó a la mañana. Sino que “José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes” (Mt 2, 14–15).
Y estoy seguro que S. José mostró esta actitud en más ocasiones. Debió ser una tranquilidad para María saber que en los momentos difíciles podía descansar en la fortaleza de S. José.
A mí me gusta imaginarme a S. José como poseedor de una perfecta virtud de la prudencia. Porque la virtud cardinal de la prudencia no es pensárselo mucho y no hacer nada, sino actuar decididamente una vez lo tienes claro. Es la media dorada entre el pusilánime –que da mil vueltas a todo y nunca hace nada– y el temerario –que se lanza estúpidamente a la acción sin sopesar la situación–. Y el hecho de que S. José hablara poco le añade carácter. Sobre todo en estos tiempo en que todo son palabras y el que no quiere resolver una situación no tiene más que pedir “diálogo”. El Mundo quiere mucha palabra y poca acción, todo lo contrario de lo que nos enseña S. José.
Para aprender más de S. José podemos acudir a sus letanías. En ella encontramos, por ejemplo,
José, prudentísimo, ruega por nosotros.
Otras tres que no nos sorprenden:
Gloria de la vida doméstica, ruega por nosotros.
Custodio de Vírgenes, ruega por nosotros.
Sostén de las familias, ruega por nosotros.
Y finalmente una que nos demuestra el poder de su carácter:
Terror de los demonios, ruega por nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario