lunes, 22 de julio de 2024

Argumentos cristianos, argumentos mundanos: El caso de la eutanasia

 Santo Tomás de Aquino, en la introducción a su Suma contra Gentiles, indica que al tratar de cuestiones teológicas y de moral con ateos o gente de otras religiones, no se deben utilizar argumentos cristianos. Por ejemplo, no se debe acudir a la Biblia, pues ellos no aceptan la autoridad de la Biblia, y nuestra evidencia carecería de peso, nuestro argumento sería poco convincente y fallaría. Y en esto coinciden los apologistas cristianos. Para argumentar con el Mundo, hay que usar argumentos mundanos: lógica, observaciones del mundo, psicología, etc. 

Pero a este argumento se le puede dar la vuelta: al argumentar con cristianos sobre cuestiones teológicas o de moral, no basta usar argumentos mundanos sino que se debe acudir a la Biblia, al Catecismo y a la Doctrina. No es sólo una cuestión de efectividad –para un cristiano la palabra de Dios o la Doctrina de la Iglesia es evidencia mucho más potente que evidencia psicológica, por ejemplo– sino que es más fundamental y grave: si no usamos la Biblia, la Doctrina, los escritos de santos, estamos diciendo en el fondo que no hay más argumentos que los mundanos, que Dios no tiene nada propio que decir y que la Iglesia tiene su opinión, pero nada más. Y por lo tanto, si escucho un argumento de un profesor de universidad y de un cardenal, como toda la evidencia que me dan ambos es puramente mundana y están en un plano de igualdad intelectual, pues me quedo con el que tenga más sentido o me guste más.

Y esto es lo que estoy viendo en general: el Vaticano, los obispos y muchos sacerdotes usan exclusivamente argumentos mundanos. Esto está bien si están argumentando con el Mundo, pero lo malo es que usan los mismos argumentos cuando están argumentando con cristianos. Son los argumentos que leo en Infocatólica y otros portales católicos. O en las homilías en misa. Y a veces la evidencia que usan o la lógica que usan es peor que el de los mundanos. Dan el mensaje que Dios no tiene nada que decir sobre estos temas, y ellos, poco. Como ejemplo, vamos a coger un caso, la eutanasia.

Los argumentos que he oído sobre la eutanasia a curas y obispos son que es una vergüenza que primen la eutanasia sobre los cuidados paliativos –esto me parece un error táctico que quizá comente en otra ocasión–, que los ancianos nos han cuidado a nosotros y que ahora es de muy egoísta que no les cuidemos a ellos, que lo que duele y hace pensar en la muerte a los que sufren no es el sufrimiento sino la soledad, que es el principio de una pendiente resbaladiza que puede dar lugar a matar a grupos indeseados, y cosas así. Todos estos son argumentos mundanos. Los únicos argumentos ligeramente cristianos, que he oído es que la vida es muy importante y nadie puede disponer de ella y que hay que ser misericordiosos con los débiles.

¿Qué echo de menos?¿Qué argumentos cristianos se pueden usar? Para empezar, que la vida no es nuestra, sino de Dios, y por lo tanto no podemos disponer de ella, ni siquiera de la nuestra. Solicitar tu eutanasia no te salva, sino que te condena. Si Dios te envía esta enfermedad y estos sufrimientos, es para tu salvación, y probablemente también la de tus seres queridos.

También nos podría explicar la Doctrina cristiana sobre el sufrimiento. El que Cristo –Dios mismo– vio necesario sufrir, nos indica que hay una dimensión sagrada en el sufrimiento; que el sufrimiento nos acerca a Cristo, a su Cruz, y por lo tanto a la salvación; que el sufrimiento ayuda a purgar y purificar nuestras almas; que ofreciendo nuestro sufrimiento a Dios, ayudamos en su misión redentora del mundo (Col 1, 24). En conclusión: que el sufrimiento no es algo a evitar a toda costa, y por lo tanto la muerte no es una “solución”.

Nos podrían explicar que cuidar de padres y enfermos te ayuda. Yo he tenido que cuidar de mi padre impedido y de mi suegro y estoy cuidando a mi madre senil y a mi suegra anciana, que vive en casa. Y cuando oigo palabras de conmiseración ante mi suerte, les contesto que cuidar a mis padres es un don de Dios. Y los que han tenido que cuidar de los suyos, por mal que lo hayan pasado, me suelen dar la razón. Mi vida es más cercana a Dios por haber cuidado de los enfermos y débiles.

Y también debe decirse que matar a alguien por ser anciano o enfermo no es misericordioso. Todo lo contrario: es un crimen que Dios aborrece especialmente. Y como dice la carta de Santiago “el juicio será sin misericordia para quien no practicó la misericordia” (Sant 2, 13). Cualquiera que participe en una eutanasia, ya sea el médico, la familia y amigos que ayudan a convencer al enfermo, los políticos que votan a favor la ley que lo permite o incluso los que defienden este “derecho”, cometen un pecado especialmente grave y ponen en serio peligro su alma. Dejan de estar en gracia de Dios y han entrado en la autopista al infierno. Y como no están en gracia de Dios, no pueden acudir a los sacramentos –excepto, naturalmente, el de la confesión–.

Que los obispos y sacerdotes no usen estos y otros argumentos cristianos para atacar la eutanasia y otras cuestiones morales debilita su argumentación. La debilita ante los cristianos que no ven una dimensión sagrada a las cuestiones morales y acaban por creer que el cristianismo no es más que “un deísmo moralista y terapéutico”. Y también la debilita ante los ateos, que concluyen que el cristianismo es una cosa del pasado y que ahora es una mera filosofía sin más fuerza moral que la que tienen ellos. Y les confirma en su idea que que ellos tienen la capacidad, o incluso el deber, de modelar la sociedad a su gusto. 

Y así no vamos bien.

lunes, 8 de julio de 2024

¿Y ahora qué hacemos?

Son muy recordadas las proféticas palabras de S. Pablo VI, en el que indicaba que “el humo de Satanás” se había infiltrado en la Iglesia. Y últimamente pareciera que este humo se está haciendo más y más espeso. Recientemente el Dicasterio  para el Culto Divino ha prohibido a los organizadores de la peregrinación a Covadonga que celebren la Misa Tradicional al final de la peregrinación. Para algunos esto ha sido la gota que ha colmado el vaso, se declaran muy cansados y se preguntan qué deben hacer. Algunas reflexiones.

  • Muchos santos han sufrido grandes tribulaciones. Para un ejemplo reciente, S. Pío de Petrelcina sufrió persecuciones de los superiores de su congregación y de la jerarquía de la Iglesia, prohibiéndole en algunos momentos ejercer el sacerdocio. Dios permite estas persecuciones porque son parte del camino de santidad de estos santos. Y al igual que personas concretas sufren persecuciones injustas, también las sufren grupos y organizaciones. Es nuestro camino de santidad. Dios no nos tiene abandonados, como no abandonó a sus grandes santos. Todo lo contrario.
  • Todas las cuestiones de la Iglesia no son naturales sino sobrenaturales. Luego es algo que no está en nuestras manos, sino en las de Dios. Nosotros no vamos a resolver esta situación, por lo tanto no nos frustremos: “Si el Señor no construye la casa, en vano se afanan los albañiles”.

Entonces ¿qué tenemos que hacer? Ser santos. Ser santos en nuestra vida diaria. Ser santos con nuestra familia, con nuestros compañeros de trabajo, con nuestros vecinos. Ser santos en el autobús, en la playa, en el supermercado. Ser todo lo santos que podamos, siempre. Al hacer esto, estaremos cerrando puertas a Satanás y eso ya es mucho.

Y para ser cada día más santos, debemos volver a los fundamentos: la oración, la penitencia y los sacramentos. Reza cada día, una hora, por ejemplo. Lee la Biblia cada día, aunque sólo sean las lecturas de la misa del día. Haz penitencia por ti y por los demás pecadores. En particular, si algún obispo o cardenal hace algo que te parece escandaloso, haz penitencia por él. Ve a misa con frecuencia, confiésate periódicamente. Busca donde se hay exposición ante del Santísimo en tus cercanías y vete a adorarle y rezar ante Él. Y si no hay ninguna exposición cercana, haz lo mismo ante el Sagrario.

Y sobre todo, sé perseverante. Esto no es una pequeña batalla: es una guerra permanente. Hay momentos peores –como el presente– y otros mejores, pero la guerra espiritual contra el Mundo no cesa. Y nosotros somos los soldados que Cristo necesita.