En una entrada reciente reflexionaba sobre el cambio de modelo que deberá dar la Iglesia en un futuro sospecho que cercano. El papel de las personas ordenadas va a cambiar y también el papel de los laicos. ¿Cómo va a ser este nuevo papel de los laicos? Yo no lo sé, ni creo que lo sepa nadie, pero dado que yo he colaborado en parroquias y centros desde siempre –de niño ya leía en las misas del colegio–, que lo he sino en parroquias y centros de 4 diócesis en 2 países y que he hecho de todo, tengo algo que decir. Quizá no tenga ideas valiosas, pero tengo muchos años de experiencia y he visto y vivido mucho. En esta serie de entradas voy a exponer algunas cosas a hacer, y otras a evitar, al ir remodelando el papel de los laicos en las parroquias y centros. Lo centraré en varios aspectos concretos. En esta entrada hablaremos del reclutamiento y la formación y en entradas posteriores tocaremos otras cuestiones.
Reclutamiento. No he visto nunca un llamamiento en ninguna parroquia pidiendo lectores, acólitos o miembros del coro. El proceso de reclutamiento que he visto usar más a menudo es algo así. Un domingo se te acerca el cura o el monitor o alguien conocido y te dice “El lector de la primera lectura no ha venido. ¿Podrías leer tú?” Quizá es algo que te gustaría hacer, o quizá no, pero ante la emergencia, y como tienes buena voluntad, dices que sí. A la semana siguiente se te vuelven a cercar y te dicen: “Haces la primera?” A la siguiente ya no se acercan, sino que de lejos te dicen “¡La primera!” Y si a la semana siguiente por lo que sea no vas a la misa de siempre, la siguiente vez que te ven te dicen “Si no vas a venir tienes que avisar y si es posible buscar un sustituto para tu lectura”. Y te das cuenta que, sin que nadie haya pedido tu opinión, has pasado de hacer un favor a tener una obligación y responsabilidad.
Este procedimiento puede ser “efectivo” en el sentido que captas a más gente y que sólo reclutas a gente de confianza, pero más parece una trampa y el reclutado se siente engañado. No son formas de hacer las cosas y a la larga acabas quemando a muchos. Además da lugar a una sensación entre la gente de que el grupo de colaboradores es un grupo cerrado al que sólo se entra por invitación selecta. Y esto puede parar a muchos.
Debe crearse un procedimiento de reclutamiento. Puede ser un llamamiento a principio de curso o tener un cartel a la entrada en el que se indique a quién acudir si se quiere ser laico colaborador o algún otro método. Un miedo que previene el uso de este llamamiento general es, cómo me han dicho a veces, “¡Vete tú a saber quién te va a venir!” Pero eso sólo es un problema si aceptas a todos los que aparezcan. En el procedimiento de reclutamiento tiene que haber un proceso de selección. Y eso está relacionado con el siguiente punto: la formación.
Formación. En este momento la formación es nula. Se parte de la idea falsa de que, por ejemplo, si sabes leer, ya tienes todos los conocimientos que necesitas para ser lector. Pero es aún peor. Un sacerdote me pidió una vez presidir una celebración de la palabra. Cuando le pedí que me explicara lo necesario para hacerlo bien, no me lo supo decir. Al final tuve que ir buscando por Internet y hacerme mi propia rúbrica. No sé si es completamente correcta, y hay muchos detalles que desconozco. Por ejemplo, no sé si un laico puede hacer una homilía o sólo lo puede hacer una persona consagrada. Si a esto añadimos la falta de formación general que hay desde hace décadas, resulta que la formación es posiblemente la cuestión más grave a resolver si queremos que los laicos colaboren (para bien) en la Iglesia.
¿Cómo se consigue esta formación? Uno de los problemas es la gran variedad de carismas: hay catequistas, lectores, monitores, acólitos, Ministros Extraordinarios de la Sagrada Comunión, coro… El párroco no tiene conocimientos para formar tanta variedad. Bueno, ni el párroco ni nadie. Sugerí en la entrada anterior que las conferencias episcopales podrían crear cursos con documentos y videos, que después los párrocos podrían utilizar para formar a sus laicos.
Un aspecto fundamental es que esta formación debe ser obligatoria. Ahora, la poca formación que hay es voluntaria, incluso para ministerios importantes. Por ejemplo, yo soy Ministro Extraordinario de la Sagrada Comunión. La formación consistió en una conferencia de unas dos horas. De los seis “candidatos” de mi parroquia, creo que fui el único que fue. Pero nos dieron el nombramiento a todos. Eso no puede ser.
Otro aspecto es que la formación debe ser seria. No basta una conferencia en la que un sacerdote divague durante dos horas, como fue el mencionado cursillo del Ministro de la Sagrada Comunión. No hay que exagerar: no ha de ser un máster de dos años. Pero tampoco puede no ser nada. Hay que encontrar un buen equilibrio. Dada la penosa situación de partida, quizá se debiera empezar con el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, y después seguir con unos pocos documentos, los más relevantes, adecuados a cada carisma. Y acabar con un examen que hay que aprobar.
¿Pero por qué uno que sólo quiere cantar en misa tiene que aprenderse el Catecismo, algunas partes del Sacrosantum Concilium, y algunas cosas más? Porque el coro no está “simplemente cantando”: cantar en misa no es lo mismo que cantar en una fiesta del barrio. En misa no se está cantando sino que se está alabando a Dios. Y ayudando a los fieles a unirse en alabanza a Dios. Y si no sabes quién es Dios, ni qué es la misa, ni lo que estás haciendo, no puedes llevar a cabo esta labor. He leído recientemente un excelente artículo donde explica lo que es realmente participar en la liturgia. Simplemente cantar, o leer, es una mera actividad que degrada la liturgia. Por eso todos deben estar especialmente formados.
Además, esta es la parte de selección mencionado en el apartado de reclutamiento. Si alguien quiere ser lector pero no tiene los conocimientos y actitud adecuadas, aquí se le dará. Y si quiere ser lector por algún motivo que no es para ayudar a caminar hacia Dios –para sentirse importante, por ejemplo– aquí se les apartará.
Alguno pensará que si exigimos formación nadie querrá ser colaborador de la parroquia. Puede ser, pero por un lado creo que es peor tener un mal lector, que no quiere dedicar un tiempo y esfuerzo moderado para hacer bien su labor, que no tener lector alguno. Por otro lado, es mi experiencia que el poner unas condiciones adecuadas de entrada no detrae a nadie valioso, sino todo lo contrario: añade valor a la labor y a la posición. Acaba atrayendo más que detrayendo.
Naturalmente, no se puede incorporar esta formación de golpe. Decirle a lectores que llevan 15 o 20 años leyendo en misa que tienen que estudiarse estos documentos, pasar un examen si no quieren que se les eche es violento, cruel y contraproducente. Pero sí que hay que introducir la formación, quizá de forma voluntaria al principio. Y de forma continua. Por ejemplo, cada trimestre, añadiendo nuevos aspectos. Y si un lector habitual no viene nunca, se le puede hacer alguna indicación, para irle atrayendo.
Por hoy ya basta. En la próxima entrada empezaré hablando de la “alimentación” que se debe dar a los laicos colaboradores.
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