Hace unos días el P. Jorge González escribía en su blog una entrada llamada Celebraciones dominicales en ausencia de presbítero, en el cual reflexionaba sobre la conveniencia de hacer uso de la liturgia de la celebración de la palabra en vez de la misa dominical ante la disminución del número de sacerdotes. Tanto la entrada en sí como los comentarios son interesantes. Pero esta es una reflexión sobre el síntoma y no sobre el problema fundamental: un modelo que no se sostiene.
Cuando llegué a mi parroquia actual, hace unos 30 años, tenía un párroco y un vicario. Después sólo el párroco, después un párroco compartido con la parroquia de al lado. Ahora para llevar 6 parroquias tenemos un párroco, un vicario, un diácono y otro sacerdote que ayuda celebrando algunas misas … y el párroco es además administrador de otras 4. Ante la disminución del número de sacerdotes lo que se ha hecho es ir estirando la sábana. Y la sábana ya no da más de sí y cada vez que la estiras se rompe. Porque no es sólo que tenemos pocos sacerdotes, es que ya son mayores y están sin fuerzas. Sé de dos sacerdotes en mi diócesis que han tenido que ser ingresados por problemas de estrés, un sacerdote argentino que a los pocos meses se fue y dijo que no volvía (el de las 4 parroquias que ahora administra nuestro párroco) y otro sacerdote peruano que ya ha dicho que a final de curso se vuelve al Perú. Ya no se puede estirar más de este modelo, hay que crear otro.
Esto se veía venir desde hace al menos 30 años, pero no se ha hecho nada. Pareciera que ante la situación los obispos hubieran decidido aguantar unos años y dejarle la patata al siguiente. La existencia de las conferencias episcopales tampoco ayudan mucho: no favorece que un obispo valiente intente probar cosas y además es otro lugar al que echar la pelota.
En su descargo hay que reconocer que es un problema muy complejo. Supongo que a muchos nos ha entrado la tentación de pensar “Si yo fuera el obispo, lo arreglaba en 15 días”. Pero eso es una fantasía: es demasiado complejo para arreglarlo uno sólo. Por ejemplo, no es sólo un problema litúrgico, sino también administrativo y legal. Pero si no nos ponemos pronto, algún día va a explotar. Y más pronto que tarde.
Actuaciones, como la que describe el P. González Guadalix, de permitir o promover que haya celebraciones de la palabra sin sacerdote en vez de la misa dominical, no son soluciones sino más remiendos sobre la sábana y con un peligro de dañar la salud espiritual de los fieles y de la Iglesia misma. Es una crisis muy grave sin una solución obvia ni simple. Pero hay cosas que hay que hacer ya.
Por ejemplo es necesario hacer un listado de qué cosas es imprescindible que haga un sacerdote, que cosas conviene que la haga un sacerdote, qué cosas pueden dejarse a diáconos y personas consagradas y qué cosas pueden dejarse a los laicos. Esto tiene una parte técnica y fácil –sólo un sacerdote puede celebrar misa– pero también tiene una parte política, más complicada: ¿conviene que el director de la biblioteca diocesana sea un sacerdote? Esto es algo que debe hacerse desde Roma: no puede hacerlo un obispo por su cuenta, y mucho menos un párroco en su parroquia.
Otra, es una reflexión de las actividades necesarias para llevar una vida cercana a Cristo. Estamos acostumbrados a tener siempre cerca una parroquia con un párroco disponible al menos unas cuantas horas cada día, con una o más misas cada día y una (cada vez menor) facilidad para recibir los sacramentos a voluntad. ¿Debemos pasar a hacer celebraciones de la palabra en vez de las misas diarias? ¿Quizá otro tipo de celebración (rosario, liturgia de las horas) en vez de la celebración de la palabra? ¿Pasar a tener menos parroquias y que la gente se traslade? Probablemente también haya que promover el diaconado.
También es necesario ir formando laicos para que vayan tomando responsabilidades. No quiere decir esto que para ser parte activa de la parroquia un laico deba ser licenciado en teología. Depende de qué actividad deba hacer. Por ejemplo me pone de muy mal humor que el director del coro parroquial no se sepa siquiera las partes de la misa y te canten la respuesta del salmo en vez del gloria o te suelten un aleluya en cuaresma. Y como ya escribí de ello, no voy a volver a entrar en la elección de las canciones.
El grave problema es que la falta de formación básica de casi todos los laicos aterra: me dice una catequista que la mayoría de los niños hacen la primera comunión sin saberse el Padrenuestro. Y partiendo de tan paupérrima base es muy difícil construir. Y menos si, como me pasó a mí, el párroco te pide que hagas una celebración de la palabra un día de la semana siguiente porque no habría ningún sacerdote disponible (era un día de diario) y cuando le pides que te explique qué debes hacer, no te lo sepa decir.
Se deberían hacer unos cursos para cada función que se espera que los laicos realicen en una parroquia. Esto lo podrían hacer las Conferencias Episcopales. Podrían ser una serie de libros y videos que los laicos debieran estudiar. Y después, y esto es fundamental, nos tendríamos que examinar. He sido profesor toda mi vida y lo sé de sobras: si no hay examen, no va a haber aprendizaje. ¿Quieres ser miembro del coro? Unas nociones básicas de liturgia y tener claro que el objeto de la música en las celebraciones no es amenizar. ¿Quieres ser director del coro? Tienes que saber mucho mejor qué es una misa, el objeto de la música en la liturgia y las características de la música litúrgica. ¿Quieres ser lector? Aparte de cuestiones técnicas de lectura y control vocal, el objeto de las lecturas en la misa y los tipos de escritos bíblicos (no es lo mismo un salmo, que una lectura de un profeta, que una epístola de un apóstol).
Todo esto es la parte “fácil”. Lo difícil es la aplicación. Lo difícil es decirle al canonista del obispado que le va a sustituir fulanito que es un abogado laico y que tú te tienes que ocupar más de estas otras labores pastorales. O decirle al director del coro de la parroquia que tiene que estudiar este curso y pasar este examen si quiere seguir siendo director del coro. Y tener que prescindir del coro cuando se niegue.
Estos cambios no se pueden hacer de forma rápida: habría una reacción negativa y quizá violenta de obispos, sacerdotes, diáconos, laicos que trabajan en la parroquia y de los mismos feligreses. Pero las bases del nuevo modelo hay que crearlas ya y después ir implementándolo poco a poco. Porque la cuestión no es si va a haber un cambio de modelo. La va a haber. La cuestión es si llevamos las riendas y la implementamos de forma controlada o si hay una hecatombe y se tenga que crear de las cenizas que queden.
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