En la entrada anterior empecé un reflexión sobre el papel que los laicos van a tener en el futuro en la Iglesia. Mucho conocimiento quizá no tenga pero mucha experiencia, sí, y desde ella hablo (Más sabe el diablo por viejo…).
En la entrada anterior hablé de dos cuestiones, el reclutamiento y la formación. En esta me proponía tratar la alimentación que deben recibir los colaboradores, pero una conversación con mi párroco, y algunas cosas más, me han hecho consciente que tengo que ahondar en la cuestión de la formación.
Formación de base. Ya lo comenté en la entrada anterior, pero me he dado cuenta que la falta de formación de base en “gente de Iglesia” es aterradora. Por ejemplo, he llegado a la conclusión de que si a gente que lleva años ayudando en misa le preguntas qué es el altar, más allá que señalarlo y decir “Esa mesa de ahí”, no sabrían responder. No creo que sepan que el altar está consagrado a Dios –mucho más allá de que lo está todo el edificio– y que no es una mesa sino un lugar de sacrificio, en este caso, el lugar donde tiene lugar el sacrificio de Cristo en cada misa. Me da horror ver a gente –y repito, gente de Iglesia que se supone que está formada– que, por ejemplo por estar preparando unos adornos, pone las tijeras, la cola, los retales y cualquier otra cosa que necesite sobre el altar. Y tengo que ir yo con una mesita o algo y quitarlo y explicarles que el altar es sagrado y no se debe poner nada sobre el altar. Falta la base. Eso es malo en sí, pero además, sin la base no se puede construir.
Porque en los cursillos de formación “avanzados” no se explica la base. En un cursillo para ministros extraordinarios de la sagrada comunión te explican detalles de cómo se aplica el ayuno eucarístico a personas ancianas y enfermas, pero que realmente sirven de poco si no sabes qué es un sacramento, en particular qué es el sacramento de la Eucaristía, qué es lo que le da validez, cuál es su materia y su forma y otras cuestiones de base. Y acabas con ministros, como casos que yo conozco, con mucho más entusiasmo que conocimiento, que acaban haciendo burradas y quizá invalidando el sacramento mismo.
Poco a poco debe ir exigiéndose a todos los laicos que hagan algo en la Iglesia, sea la actividad que sea, que hayan estudiado –no leído, estudiado– el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica o algo equivalente (a mí me gusta más el Catecismo Mayor de S. Pío X). Si no se tiene esta base el laico, por mucho entusiasmo y voluntad que tenga, acaba haciendo más daño que bien a su parroquia y a la Iglesia.
Desactivismo. (Me he tenido que inventar un “palabro” para esta cuestión). Nos hemos contagiado por el nefasto activismo de nuestra sociedad: “hay que hacer algo”. Hay que tener lectores, hay que tener monitores, hay que tener coro, hay que tener acólitos, hay que tener ministros de la comunión. Y si no hay lectores para la gran misa de la fiesta del pueblo, coges a uno que sabes que lee bien, que viene, lee, y ves con asombro que al acabar su lectura se marcha del templo. Y si no hay monitor, coges a uno que suela venir a misa, le das dos indicaciones y le pones ante el ambón para que se las arregle como pueda (mal). Y si no hay monaguillos, coges a cualquier niño que se está preparando para la primera comunión, le pones un alba, le guías un poco y lo sueltas sobre el altar, para que todo el mundo le vea reclinado sobre el altar con cara de aburrido. Y si el ministro de la sagrada comunión no puede ir a la residencia a dar la comunión a los ancianos, coge a un amigo, que ni es ministro ni es nada, y le dice que le sustituya. Y si el cura no puede dar la catequesis un día, coge a uno que no tiene los conocimientos suficientes, pero que está libre a esa hora y le pone a dar la catequesis. Todo esto lo he visto.
También he visto las consecuencias. Normalmente, no son consecuencias inmediatas, sino que es una devaluación continua. Si las lecturas no se proclaman como deben, al final la gente no escucha y acaba creyendo que es algo que está en el guión pero que no tiene importancia. Si los cantos tienen música de verbena, no elevan tu alma a Dios, sino que la rebajan al mundo y la misa acaba siendo una representación. Si el monitor no sabe lo que está haciendo no ayuda al pueblo a enfocar su atención al sacrificio de Cristo, sino que lo distrae y la misa acaba perdiendo sentido. Si, como me comentó mi párroco, se reparte la comunión como si fueran caramelos, acaban siendo para el fiel meros trozos de pan.
Las consecuencias también son negativas para el laico: todo lo dicho en el párrafo anterior es aun más cierto para el que lo hace: si tú lees sin entender lo que estás haciendo, acaba perdiendo importancia con más rapidez que a los que te escuchan. Además, el hacer cosas sin entender qué estas haciendo te da una sensación interna de ser un falso. Eso a algunos les acaba quemando.
Es mucho mejor no hacer algo que hacerlo mal. Es mejor que lea el sacerdote celebrante a que lea uno que lo hace por hacer (o peor aún, por destacar). Es mejor no tener monitor a tener uno que te distraiga de la misa. Es mejor que el reparto de la comunión dure tres minutos más a que la reparta uno que lo reparte como si fueran caramelos. Es mejor rezar bien que cantar algo inadecuado. Es mejor una misa sencilla y devota que un gran espectáculo vacío.
Por suerte no es que tengamos esta falsa dicotomía. No es que las dos únicas opciones son que lea el cura o un mal laico. Queremos un buen laico, lo que nos vuelve a llevar a la importancia de la formación. Lo que quiero resaltar es que lo importante no es hacer las cosas, sino hacerlas bien. Si un día el cura no puede hacer la catequesis, pues no se hace. Si un día no se puede llevar la comunión a la residencia, pues no se lleva. Si hasta que no se formen bien a los lectores tiene que leer el cura, que lea. Hacer las cosas mal devalúa la liturgia y la misma fe católica. Eso es demasiado grave. Desterremos el activismo.
Y esta entrada ya es suficientemente larga. Dejamos la alimentación de los colaboradores para la siguiente entrada, que espero sea la última de la serie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario