Uno de mis novelistas favoritos es Bruce Marshall. Es un novelista católico no sólo en el sentido de que la moral de sus novelas sigue la moral católica –como es el caso de Tolkien o Chesterton– sino que los protagonistas de sus novelas son curas y monjas, la vida litúrgica y religiosa de sus personajes es parte importante de la trama y el objeto de sus novelas es explorar algún aspecto de la vida o la doctrina católica. En una entrada anterior expuse cómo me gusta su humor y su ternura y lo fácil que te es identificarte con los personajes, pues las dudas, motivaciones, argumentaciones y resquemores de ellas son las mismas dudas, motivaciones, argumentaciones y resquemores nuestras.
La primera novela de éxito de Bruce Marshall fue Father Malachy's miracle (El milagro del Padre Malaquías). No está en imprenta, pero la conseguí de segunda mano a buen precio a través de IberLibro. La premisa del argumento es genial. El P. Malaquías es un monje benedictino, humilde y lleno de amor de Dios, que va destinado por unos meses a una parroquia de Edimburgo para enseñar liturgia, y en particular canto gregoriano, al Canónigo Collins, su párroco, y sus dos sacerdotes ayudantes. Al poco de su llegada entabla conversación con el pastor anglicano de la iglesia de enfrente y descubre que es una persona muy moderna que cree mucho más en la ciencia que en la religión. En particular no cree en los milagros. No sólo en los milagros de la Edad Media, no cree ni en los milagros de los Evangelios, que considera que son debidos a la “desbordante imaginación Oriental”. Justo en ese momento pasan una serie de casualidades y esto da lugar a que el P. Malaquías anuncie al incrédulo pastor que él va a realizar un milagro: va a hacer que El Jardín del Edén, el salón de baile que hay calle abajo, que es un escándalo para el barrio, se traslade a cualquier lugar del mundo que el pastor indique. Quedan para la noche siguiente a las 11:30 para realizar el milagro. Al día siguiente se reúnen puntualmente ante el salón de baile el pastor, el P. Malaquías y los consternados sacerdotes de la parroquia. El pastor indica que quiere que trasladen el edificio al Bass Rock (un islote en la costa escocesa). El P. Malaquías y los sacerdotes se ponen a rezar y el edificio se levanta y desaparece para ir al Bass Rock, donde se asienta suavemente.
A partir de aquí empieza el meollo de la novela, que son las reacciones de la gente. El P. Malaquías realizó el milagro, y así lo repite una y otra vez, para convencer a la gente del poder de Dios, de que la Iglesia Católica es la Iglesia verdadera y conseguir la conversión de la gente y la salvación de sus almas. Está seguro de que ante tamaño milagro, hecho a la vista de todos y ante testigos, la gente no iba a poder tener otra reacción que alabar a Dios y correr hacia Él. Pero no es así. La descripción de las reacciones son geniales: te las crees porque son las que has visto, has vivido o has sentido tú mismo. Por ejemplo, tenemos al obispo, que no está contento porque no le han avisado con antelación que tenían previsto hacer un milagro y cuya preocupación mayor es “¿qué va a pensar el Papa?” El pastor anglicano no cree que haya sido un milagro y está seguro que la ciencia acabará explicando qué es lo que realmente ha pasado. Además, ha sido una forma “muy poco británica” de hacer las cosas. Los que estaban dentro del salón de baile tampoco creen que haya sido un milagro y están es muy enfadados porque han tenido grandes problemas para volver a Edimburgo y han perdido un día de trabajo. Un empresario lo considera una gran oportunidad de hacer dinero y acude al P. Malaquías para conseguir los derechos para hacer una película. Finalmente aparece un cardenal, delegado del Papa, que hace saber que esta no está beneficiando en nada a Roma. Explica que quizá en cien años lo declaren un milagro pero que en estos momentos lo que hay que hacer es echar tierra sobre el asunto y no hablar de ello.
El P. Malaquías está desolado. El había hecho el milagro para convertir a los incrédulos, demostrar que Dios es más importante que la ciencia, desmontar el materialismo moderno y así conseguir la conversión de las gentes y la salvación de sus almas. Y lo que ha pasado es todo lo contrario. Al final de la novela en una conversación con el canónigo, entiende por qué Dios ha permitido todo esto:
– No culpo a nadie más que a mí mismo, que fui lo suficientemente presuntuoso para creer que podía curar con una explosión de fuegos artificiales celestiales lo que veinte siglos de santas vidas católicas no han podido remediar. Debemos obedecer, Canónigo, no hay otro camino. La obediencia, como sabe, es la regla suprema que la Iglesia Católica impone a todos sus hijos.
[…]
– Pero, Padre, el mismo Dios Todopoderoso ha permitido que usted realice el milagro. No puede escaparse de eso. ¿Por qué permitiría que trasladara el Jardín del Edén si no fuera para avanzar hacia sus propios fines sobrenaturales?
– Quizá me permitió hacerlo para demostrar que, en el fondo, sus medios ordinarios son los mejores. […] Es ciertamente un milagro que el Jardín del Edén esté en el Bass Rock; pero es asímismo otro milagro que la mayoría de la gente se nieguen a creer que es un milagro. No, Canónigo, Dios Todopoderoso ha querido enseñarme una lección, y debo decir que lo ha hecho concienzudamente.
Y este es el mensaje de la novela. Por un lado, deseamos como el P. Malaquías, que un milagro resuelva nuestros problemas. Quizá no un milagro espectacular, pero sí pequeños milagros: que Fulanito, que me cae tan mal, deje de darme la lata. O que se resuelvan solas las malas relaciones con mi cuñada o mi hijo. No hemos de esperar un milagro, sino usar los medios ordinarios –la oración, los sacramentos y la penitencia– para conseguirlo.
Y por otro lado, somos incrédulos ante los milagros. Ante cualquier indicio de intervención divina seguimos el mismo razonamiento que los personajes de la novela: Si esto es un milagro tendría que cambiar mis creencias y mi forma de vida; no quiero cambiar mis creencias y mi forma de vida; luego esto no es un milagro. Preferimos pensar que Dios no interviene en el mundo, que está detrás de una nube durmiendo una siesta y así yo puedo guiarme a mí mismo y seguir mis inclinaciones. Ni siquiera queremos creer el mayor milagro de todos, que es la Eucaristía, y así no nos arrodillamos en la consagración.
Bruce Marshall escribió El milagro del P. Malaquías en 1931, hace casi 100 años. Pero te llega muy dentro porque el problema que trata es atemporal: preferimos ser diosecillos, que seguir a Dios. Exactamente el pecado que cometieron Adán y Eva.
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