Existen dos visiones del derecho. Una es el derecho natural, que presupone que todos tenemos de forma natural el concepto de lo que es bueno y malo, justo e injusto. Esta concepción natural que todos tenemos pone límites a lo que el legislador puede hacer: debe someterse a los principios del derecho natural para no crear leyes inicuas, malvadas o injustas.
La segunda visión del derecho se conoce con el nombre de derecho positivo. Según esta visión las leyes son acuerdos arbitrarios entre los miembros de la sociedad. El legislador no tiene límite alguno y mientras se cumplan los procedimientos y el legislador sea legítimo, puede hacer lo que quiera.
Esta segunda visión es la que fundamenta de forma exclusiva el derecho de la sociedad occidental. Los parlamentos pueden crear cualquier ley que quieran y vemos cómo se están aprobando leyes que permiten cosas que hace 10 años se considerarían abominaciones.
La visión del derecho de la Iglesia católica es natural: Dios ha incorporado al alma del hombre las concepciones fundamentales de lo que es bueno y mal, justo e injusto. Tenemos además la Revelación –por ejemplo los Diez Mandamientos– pero incluso sin esto todos sabemos diferenciar entre el bien y el mal. Podemos decidir no seguir esta inclinación que Dios nos ha dado, e incluso con el tiempo podemos acallarlo completamente, pero lo tenemos.
La Doctrina de la Iglesia Católica no es un código de derecho, pero lo podemos encuadrar dentro del derecho natural. Es realmente un caso extremo, pues hemos recibido no un concepto de bien o justicia, a partir del cual elaboramos el código de derecho, sino que a través de la Revelación hemos recibido toda la Doctrina. Lo que pasa es que no lo hemos recibido como un código explícito y completo y por lo tanto a lo largo de los siglos la Iglesia lo ha ido formalizando.
Por ejemplo, en los primeros siglos los fieles se fueron haciendo preguntas sobre Jesucristo, sobre su relación con Dios Padre, o como se conjuga su naturaleza humana y divina, o si tenía dos voluntades o sólo una. Poco a poco, con mucho estudio, oración y discusiones se fue formalizando que es completamente Dios y completamente hombre, que es una sola persona, pero con dos naturalezas y dos voluntades. Y así todo. Lo importante es recordar que la Iglesia no creó la Doctrina, sino que la recibió de Dios y la fue formalizando. La Doctrina se recoge en el Catecismo, catecismos que se han ido reformulando, no para cambiar la esencia de la Doctrina, sino para adecuarlos al lenguaje y responder a las preguntas que más preocupaban de cada momento. Ningún catecismo contradice a ningún otro, pues la Doctrina es inalterable. En una entrada anterior explico esto en más detalle.
En esa misma entrada describo mi preocupación y tristeza al oír a sacerdotes, obispos e incluso cardenales declarar que debe cambiarse la Doctrina. Es lo que llamo una metaherejía, pues es que vaya contra algún punto de la Doctrina católica, sino que rechaza el concepto mismo de doctrina. Desgraciadamente esta es una preocupación que no cesa, pues las peticiones de cambio por parte de sacerdotes, obispos e incluso cardenales siguen acumulándose.
Meditando sobre ello hace unos días tuve la idea de que quizá lo que pase es que los que piden estas modificaciones creen que el derecho positivo es la única forma posible de derecho. Esto no significa necesariamente que crean que la Doctrina es creada por los hombres: se puede tener esta visión positiva incluso si pensamos que el “legislador” es Dios. Y parece que esa es la idea que tienen, pues vemos en las declaraciones en donde dicen que el Espíritu Santo, a través del Sínodo de la Sinodalidad, nos indicará qué cambios que se deben realizar.
Pero esta forma de pensar contiene un error fundamental. Cojamos la vida homosexual activa (que no debe confundirse con atracción hacia el mismo sexo). En las Escrituras, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, se describe como una abominación y en el Catecismo de la Iglesia Católica actual se considera un acto intrínsicamente malo y un pecado grave. Pero si en el futuro cercano esto se revirtiera y la actividad homosexual dejara de considerarse pecado, eso quiere decir que no es bueno ni malo –si fuera malo ¿cómo es que no es pecado ahora?, si bueno, ¿cómo es que lo era antes?– y que Dios, arbitrariamente, lo proclamó un pecado grave entonces, y ahora, arbitrariamente otra vez, no lo considera siquiera un pecado. Sin motivo alguno salvo su arbitrio, lo que antes era gravemente castigado ahora es bendecido. Es decir, Dios sería un tirano cruel.
Se puede argumentar que, pecado grave o no, nunca había castigo por la acción, pues Dios perdona a todo el mundo y no castiga a nadie. Hace 5 años escribí una entrada en 3 partes rechazando argumentadamente esta idea. Además, Dios seguiría siendo un tirano, sólo que ahora no sería cruel, sino caprichoso y bobo. No sé qué es peor.
Vamos, que si miramos la Doctrina Católica desde el punto de vista de derecho positivo, nada tiene sentido.
En cambio, si lo miramos desde el punto de vista del derecho natural, todo se vuelve obvio. O al menos yo lo veo obvio. Quizá sea porque he sufrido las consecuencias de estar en pecado mortal. Pongamos una analogía. Supongamos que fumas varios paquetes de cigarrillos al día. Un día vas al médico y te diagnostica con un cáncer de pulmón. El médico no te ha “castigado” con un cáncer de pulmón, sino que es la consecuencia de tus actos.
Digamos que eres, como yo lo era, un adicto a la pornografía. Al cabo de un tiempo tu alma está muy seriamente dañada, casi moribunda. Vives –y haces vivir a tu familia– en un infierno. No es que Dios te haya castigado dañando tu alma y destrozando tu vida, sino que es la consecuencia de tus actos. Lo que Dios sí puede hacer es liberarte milagrosamente de tu adicción y sanar tu alma. Y por eso le estaré eternamente agradecido.
Y de la misma manera que no porque un congreso de médico declare al tabaco bueno y saludable van a desaparecer los cánceres de pulmón, no porque sacerdotes, obispos e incluso cardenales declaren que la pornografía o la homosexualidad o el adulterio dejan de ser pecado grave van a dejar de dañar gravemente las almas de los que cometen los pecados. No es que la pornografía mate tu alma porque es pecado, sino que es pecado porque mata tu alma.
Lo que es pecado y no no es una cuestión “natural” y no de convenio y por eso no puede cambiarse: lo que daña tu alma es pecado y lo que la pone en peligro de muerte es pecado mortal. Y ninguna declaración ni ningún documento va a cambiar la naturaleza de tu alma. Y por eso me preocupa y entristece tanto las declaraciones que estamos oyendo. ¿Y qué podemos hacer? El obispo J. Strickland, de Tyler, Texas nos da la clave en un tweet reciente:
It is critical that faithful Catholics study their faith & resist attempts by priests, bishops or even cardinals to introduce heretical ideas. The Bible, the Catechism & the magisterial teachings of the Church are sources of the deposit of faith that all the baptized should know.
(Es crucial que los Católico fieles estudien su fe y resistan los intentos de sacerdotes, obispos e incluso cardenales de introducir ideas heréticas. La Biblia, el catecismo y las enseñanzas magisteriales de la Iglesia son las fuentes del depósito de la fe que todos los bautizados deben conocer.)
Como escribí en una entrada de ya hace tiempo: “¿Qué hacer si tu párroco, tu obispo o Roma te confunden y te alteran? Es muy fácil: no les escuches.” En vez de eso, como dice el Obispo Strickland, estudia tu fe. Es triste que sea así, pero eso son los tiempos que corren.
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