domingo, 29 de enero de 2023

El caso de compartir la comunión

Leyendo cosas sobre historia de la Iglesia me he dado cuenta que, siempre que hay una crisis interna, uno de los motivos aducidos es el bajo nivel doctrinal de los fieles debido a una mala catequesis. Quizá sea cierto, quizá la catequesis es una culpable conveniente. De lo que sí estoy seguro, porque lo he vivido, es que ahora estamos en una grave crisis interna y que el nivel de catequesis actual es claramente peor del que había hace 50–100 años. Y donde se nota más, tanto el nivel de catequesis como la crisis, es en la Eucaristía.

Dos ejemplos recientes. Hace unas semanas, en la misa semanal que se hace a los padres y niños que se preparan para la primera comunión, una madre, tras recibir a comunión, al llegar al banco junto a su hija catecúmena se sacó la hostia de la boca, la partió en dos, y le dio la mitad a su hija. La catequista que lo vio se quedó helada y no pudo reaccionar. Después se lo contó al párroco que también se quedó de una pieza. “¡Pero si hoy mismo les hemos estado explicando a los padres la importancia de la comunión!” 

Segundo ejemplo. Precisamente a raíz de este caso, otro sacerdote que es capellán en un hospital, me contó que hacía unos días se había encontrado una hostia en el suelo de la habitación del hospital ocupado por una señora ya muy mayor. Horrorizado, la recogió y cuando preguntó cómo había pasado esto la hija de la anciana dijo que ella se la había traído. El sacerdote le preguntó si era ministro de la Sagrada Comunión y le dijo que no, que había ido a misa y había cogido una hostia para su madre (suponemos que fue a comulgar, pero no se comió ella la hostia sino que la guardó para llevarla al hospital). No sabemos cómo se la dio a su madre, pero acabó en el suelo.Y ahí se quedó.

No es posible pensar en qué pensaban la madre de la niña y la hija de la anciana, pero hay una mala analogía usada para la misa (y la comunión) que es consistente con estos comportamientos: la analogía de que la misa es “compartir el pan”.

Es una mala analogía, pues ¿quién comparte con quién? No somos nosotros que compartimos, sino que es Cristo que comparte su cuerpo con nosotros, y así, nos hace partícipes de Él. Y es Cristo mismo el que nos da su cuerpo en la figura del sacerdote, que actúa in persona Christi, como si fuera Cristo mismo. Por eso sólo el sacerdote (y diáconos y ministros extraordinarios en casos muy concretos) puede repartir la comunión. Pero si me dan la hostia y tengo en la cabeza la idea de que la misa es “compartir el pan”, pues eso hago y la comparto con mi hija o con mi madre. Pero eso implica creer que la hostia pasa a ser mía cuando me la dan. ¿Por qué creo eso?

Ese es uno de los problemas conceptuales de la comunión en la mano es este: recibo la hostia en mi mano y facilita el que crea que es mía. La simbología de la comunión en la boca es mucho más adecuada en este aspecto. Pero hay otro problema más grave, que es creer que la hostia es un objeto. La hostia ya no es un simple objeto material, sino que es el Cuerpo de Cristo. Si yo le doy mi mano a alguien, ambos tenemos claros que la mano sigue siendo mía. Pues lo mismo, la hostia es el Cuerpo de Cristo, y aunque la pongan en mi mano, sigue siendo de Cristo. 

Luego el análisis nos lleva al problema que todos conocemos: ya no creemos en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, sino que creemos que la hostia consagrada es un mero símbolo. Por eso mucha gente, incluso sacerdotes, pasa ante el sagrario como ante cualquier otra capilla; tratan la hostia consagrada como un mero trozo de pan; hablan en el templo, incluso durante misa, como si fuera en la plaza; no se arrodillan en la consagración; y parten la hostia para compartirla con su hija, o se la llevan a su madre enferma.

¿Y qué podemos hacer? Los obispos de Estados Unidos han decidido gastarse los cuartos en un  programa de tres años con cursillos, documentos, actos y demás. No creo que sea efectivo: formas de actuar de la sociedad que tenemos bien metidos en el cuerpo no cambian por un cursillo. Ya he dicho que la madre del primer ejemplo acababa de asistir a una conferencia del sacerdote sobre la Eucaristía. Más efectivo, aunque más lento, es cambiar la simbología y la forma de actuar: devolver los sagrarios al presbiterio; arrodillarse durante la consagración; comulgar de rodillas y en la boca; no entrar en un templo sin hacer una visita, pro breve que sea, al Santísimo; reencender devociones, como las procesiones del Corpus, las exposiciones del Santísimo y la Adoración Nocturna. Algo se va haciendo: conozco varias parroquias de aquí, de Palma de Mallorca, en donde se hace semanalmente una Exposición del Santísimo. Hace 10 años no sé si había alguna. Cada vez hay más capillas de Adoración Perpetua en España. La procesión del Corpues está de vuelta en muchos sitios. Es alentador. 

Y es el único camino, pues la Eucaristía como símbolo es la nada. Como dijo la escritora católica Flannery O'Connor: “If it's just a symbol, to hell with it” (Si es sólo un símbolo, que se vaya todo al infierno). Pero va a ser lento, y necesitaremos paciencia y constancia:  hemos estado 50 años o más hundiéndonos en el hoyo y va a costar al menos otro tanto salir de él. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario