En Primeras Comuniones, misas de niños, e incluso en confirmaciones he oído demasiado a menudo al sacerdote preguntar a los niños si quieren ser “amigos de Jesús”. La respuesta que me sale del alma cuando lo oigo es “No. Quiero ser su discípulo”. Le he cogido manía a lo de “ser amigo de Jesús”.
No es que sea malo querer ser amigo de Jesús. Sta. Teresa exhortaba a sus monjas a ser buenas amigas de Jesús y lamentaba que el buen Jesús tuviera tan pocos amigos. El problema que veo –y el motivo por el que no me gusta la expresión– es cómo se usa; cómo, en el fondo, aleja a los niños de Jesús. En particular, veo tres peligros.
- Discípulos primero, amigos después. En el relato de la Última Cena del Evangelio según S. Juan, Jesús les dice a los apóstoles “Ya no os llamo siervos, […] a vosotros os llamo amigos”. Ser amigo de Jesús no es el primer paso, es el último. Primero hay que ser discípulo, hacer la voluntad de Dios. Y para saber lo que Dios quiere de nosotros, hay que saberse la Doctrina. No basta decir que hay que “ser bueno”, hay que saber qué significa eso. Ese es el camino para llegar a ser amigos de Jesús. Pero si miras los libros de catequesis de niños, de doctrina hay bien poco. Este es el primer peligro: si uno quiere llegar a amigo de Jesús sin pasar primero por ser discípulo suyo, acabará no siendo ni una cosa, ni otra.
- Todo empieza en Cristo. Un segundo peligro es que se pone el énfasis en el fiel y no en Cristo. Ya escribí cómo esto se ve muy bien comparando los recordatorios actuales de Primeras Comuniones con los de hace años. Y no sólo es con los niños. Hace unos meses fui al bautizo, primera comunión y confirmación de una joven. Al final de la misa salieron algunos amigos de la joven que estaban muy contentos porque la joven “había decidido ser amiga de Jesús”. Tal y como lo contaban, de ella había partido la amistad. Ella era la protagonista. No es así: todo parte de Cristo. Dios te da la gracia del Bautismo, que tú puedes aceptar. Cristo te ofrece su amistad, que tú puedes aceptar. Y cualquier amistad que tú le des, procede que Él, y tú sólo la retornas. Nada sale de nosotros. Incluso todo el bien que hacemos no es nuestro, sino es gracia que Dios te da, que podemos aceptar o no. Nosotros somos siervos inútiles. Esta idea de que las cosas salen de nosotros roza la herejía del pelagianismo. Esta forma en la que se usa la amistad con Jesús, como si fuera una iniciativa nuestra, es dañina.
- Amistad divina, no humana. El tercer peligro que veo es que usamos un concepto humano de amistad: Cristo deja de ser nuestro Maestro y se convierte en sólo nuestro colegui. Un amigo no te acusa, no te dice cosas feas, se convierte en cómplice de tus travesuras, tapa tus maldades. Esa no es la amistad de Cristo. Esto lo detalla Ulrich Lehner en su libro, Dios no mola. Pensemos que Cristo era amigo de los fariseos cuando les llamaba sepulcros blanqueados. Y esto se traslada a la vida adulta. Hace algún tiempo yo abría mi parroquia por las mañanas. Un día vino una mujer, de las de misa habitual. Vino en bicicleta. Dejó la bicicleta en el templo y se fue. No es que viniera a rezar y no quiso dejar la bicicleta en la calle, sino que usó la Casa de Dios como aparcamiento. Retiré la bicicleta a un cuartito, pues me dolía verla allí aparcada. Cuando volvió a recuperarla, se la di y aproveché para afearle su conducta. Me respondió que ella se llevaba muy bien con Jesús y que Él la dejaba hacer esas cosas. Vamos, que para ella la amistad con Jesús era una patente de corso que le permitía no ser respetuosa con la iglesia y posiblemente saltarse las normas que le viniera en gana. Esta es una idea de amistad que nos aleja de Jesús. Si queremos ser amigos de Él, no hacemos lo que a nosotros queremos. Jesús mismo lo dice: “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”.