viernes, 30 de agosto de 2024

Expresiones que detesto: “Ser amigo de Jesús”

 En Primeras Comuniones, misas de niños, e incluso en confirmaciones he oído demasiado a menudo al sacerdote preguntar a los niños si quieren ser “amigos de Jesús”. La respuesta que me sale del alma cuando lo oigo es “No. Quiero ser su discípulo”. Le he cogido manía a lo de “ser amigo de Jesús”.

No es que sea malo querer ser amigo de Jesús. Sta. Teresa exhortaba a sus monjas a ser buenas amigas de Jesús y lamentaba que el buen Jesús tuviera tan pocos amigos. El problema que veo –y el motivo por el que no me gusta la expresión– es cómo se usa; cómo, en el fondo, aleja a los niños de Jesús. En particular, veo tres peligros.

  • Discípulos primero, amigos después. En el relato de la Última Cena del Evangelio según S. Juan, Jesús les dice a los apóstoles “Ya no os llamo siervos, […] a vosotros os llamo amigos”. Ser amigo de Jesús no es el primer paso, es el último. Primero hay que ser discípulo, hacer la voluntad de Dios. Y para saber lo que Dios quiere de nosotros, hay que saberse la Doctrina. No basta decir que hay que “ser bueno”, hay que saber qué significa eso. Ese es el camino para llegar a ser amigos de Jesús. Pero si miras los libros de catequesis de niños, de doctrina hay bien poco. Este es el primer peligro: si uno quiere llegar a amigo de Jesús sin pasar primero por ser discípulo suyo, acabará no siendo ni una cosa, ni otra.
  • Todo empieza en Cristo. Un segundo peligro es que se pone el énfasis en el fiel y no en Cristo. Ya escribí cómo esto se ve muy bien comparando los recordatorios actuales de Primeras Comuniones con los de hace años. Y no sólo es con los niños. Hace unos meses fui al bautizo, primera comunión y confirmación de una joven. Al final de la misa salieron algunos amigos de la joven que estaban muy contentos porque la joven “había decidido ser amiga de Jesús”. Tal y como lo contaban, de ella había partido la amistad. Ella era la protagonista. No es así: todo parte de Cristo. Dios te da la gracia del Bautismo, que tú puedes aceptar. Cristo te ofrece su amistad, que tú puedes aceptar. Y cualquier amistad que tú le des, procede que Él, y tú sólo la retornas. Nada sale de nosotros. Incluso todo el bien que hacemos no es nuestro, sino es gracia que Dios te da, que podemos aceptar o no. Nosotros somos siervos inútiles. Esta idea de que las cosas salen de nosotros roza la herejía del pelagianismo. Esta forma en la que se usa la amistad con Jesús, como si fuera una iniciativa nuestra, es dañina.
  • Amistad divina, no humana. El tercer peligro que veo es que usamos un concepto humano de amistad: Cristo deja de ser nuestro Maestro y se convierte en sólo nuestro colegui. Un amigo no te acusa, no te dice cosas feas, se convierte en cómplice de tus travesuras, tapa tus maldades. Esa no es la amistad de Cristo. Esto lo detalla Ulrich Lehner en su libro, Dios no mola. Pensemos que Cristo era amigo de los fariseos cuando les llamaba sepulcros blanqueados. Y esto se traslada a la vida adulta. Hace algún tiempo yo abría mi parroquia por las mañanas. Un día vino una mujer, de las de misa habitual. Vino en bicicleta. Dejó la bicicleta en el templo y se fue. No es que viniera a rezar y no quiso dejar la bicicleta en la calle, sino que usó la Casa de Dios como aparcamiento. Retiré la bicicleta a un cuartito, pues me dolía verla allí aparcada. Cuando volvió a recuperarla, se la di y aproveché para afearle su conducta. Me respondió que ella se llevaba muy bien con Jesús y que Él la dejaba hacer esas cosas. Vamos, que para ella la amistad con Jesús era una patente de corso que le permitía no ser respetuosa con la iglesia y posiblemente saltarse las normas que le viniera en gana. Esta es una idea de amistad que nos aleja de Jesús. Si queremos ser amigos de Él, no hacemos lo que a nosotros queremos. Jesús mismo lo dice: “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”. 
Es una gran cosa ser amigo de Jesús. Pero ha de ser una amistad que empiece en Él, en sus mandamientos, en su voluntad, en la obediencia. Una “amistad” que parte de nosotros, que nos hace importantes, que nos hace cómplices y no discípulos, que nos permite saltarnos sus mandamientos, nos aleja de Él. Y mucho me temo que cuando se les dice a los niños y jóvenes que han de ser amigos de Jesús, piensan más en esto segundo que en lo primero.


domingo, 25 de agosto de 2024

Sumisión e importancia

 La segunda lectura de este Domingo (XXI del tiempo ordinario, ciclo B) es de la carta de S. Pablo a los Efesios y es la que da tantos dolores de cabeza a los sacerdotes en la homilía, sobre todo por la frase “Las mujeres [sed sumisas] a sus maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia”. 

Nuestro sacerdote, en la homilía, no rehuyó el tema, pero fue bastante previsible: que si hay que entender esto en el contexto histórico, que si debemos centrarnos en el mensaje fundamental y no en las formas, etc. Ese era mi forma de entender este texto en el pasado, pero ahora no. Como escribí en una entrada anterior, creo que la Biblia hay que entenderla de forma mucho más literal que interpretada. Esta forma interpretada y contextualizada no es lo que nos quiere decir Dios a través de S. Pablo en este fragmento, sino que es la forma en la que el Mundo entiende este texto.

Una visión mejor la obtenemos si leemos la encíclica sobre el matrimonio Casti Connubii, del Papa Pío XI. El número 10 parte de este texto de S. Pablo y nos dice que toda familia necesita de cabeza y corazón. La cabeza es el hombre, pero el corazón es la mujer. Ambos son imprescindibles: el marido para gobernar, la mujer para amar. Esta es una visión mucho más adecuada. Y puestos a comparar, que preferís, ¿una persona con cabeza y sin corazón o una persona con corazón y sin cabeza? Lo segundo, ¿verdad? Pues eso.

La cabeza no es más importante que el corazón, lo que es, es más visible. Y para el Mundo visibilidad es importancia. Pero para Dios, no: el más importante es el menor de todos, el servidor. 

Y no es sólo cuestión del papel de las mujeres en la sociedad. Pasa tamibén con los hombres: el importante es el Obispo, el Cardenal, el Papa. Tonterías.  Los grandes obispos, como S. Agustín o S. Pío X, no querían ser obispos: lucharon lo que pudieron para no serlo. S. Juan Mª Vianney ni siquiera quería ser cura de Ars: pidió mil veces a sus obispos que lo dejaran ir a un monasterio a vivir en soledad para hacer penitencia por sus pecados (nunca se lo concedieron). El ambicioso que quiere ser obispo es demasiado soberbio para este puesto. Probablemente será muy alabado por el Mundo, pero será un pésimo obispo.

Y en el fondo esto lo sabemos: si necesitamos oraciones, por ejemplo para una enfermedad seria, no se los pedimos a los obispos o cardenales, sino a las monjas de clausura, porque sabemos que ellas son escuchadas por Dios. (Si necesitáis oraciones de monjas de clausura podéis pedirlas en la página web de la Fundación deClausura, y ya puestos, hacer un donativo).

Cuando el Mundo pide importancia, pide alguien que salga en los medios o alguien que gane mucho dinero: busca a una persona visible. El importante para Dios es poco visible, como la Virgen. La búsqueda de importancia mundana lleva a la soberbia, la búsqueda de importancia ante Dios lleva a la humildad. No quieras ser visible, sé servidor. Lo que es mucho más difícil.

Si algún sacerdote lee esta entrada, le pediría que la próxima vez que comente este texto de la carta a los Efesios, se centre en esta idea: El importante para Dios es el servidor de todos y la buena esposa es muy importante porque es la gran servidora de la familia.