Hay algunas expresiones que se usan a menudo y que detesto. Una de ellas es la de la entrada de hoy: Cumplimiento: cumplo y miento. Era más popular hace 20 o 30 años que ahora –gracias a Dios–, pero sigo oyéndola de cuando en cuando. A ver si explico por qué me pongo de tan mal humor cada vez que la oigo.
La intención de la expresión es clara: va contra la hipocresía que puede acompañar al cumplimiento sin devoción. Jesús mismo condena esta hipocresía, por ejemplo en el Sermón de la Montaña (Mt, cap. 6), donde indica que los que ayunan u oran para ser vistos por los hombres “ya han recibido su recompensa”. Es decir, esta oración o ayuno no llega a Dios. Hemos de estar prevenidos ante esta tentación y estar seguros que nuestras acciones son actos de piedad y no de soberbia, para gloria de Dios y no para nuestra vanagloria.
Pero cumplir los mandamientos de Dios y de su esposa la Iglesia no es algo opcional. Estar cerca de Dios exige cumplir sus mandamientos: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos.” (Jn. 14, 15). La respuesta ante este argumento suele ser “Pero hay que guardarlos porque crees en ellos, no solamente por cumplir”. Y aquí es donde aparece la perversión de esta expresión. Una perversión que muestra varias vertientes.
La primera es una falta de confianza en Dios. Dios, que es omnisciente, que te ha creado y te conoce mejor que tú mismo, y te quiere como un Padre, te dice que por tu bien debes cumplir sus mandamientos. El no cumplirlos significa que no crees que Dios quiere tu bien, o que te conoce, o que sabe lo que te conviene. ¿Por qué tienes que cumplir los mandamientos? Porque Dios, que es Dios y es tu Padre, te lo manda. No debiéramos necesitar de otro argumento.
La segunda vertiente de perversión es que esta actitud te aleja del cumplir jamás los mandamientos. Digamos que uno decide no ir a Misa porque no la entiende, no le dice nada. Queda sin decir, pero se supone, que, cuando la entienda, irá. Pero si no va, ¿cómo la va a entender en el futuro? Esta expresión no es un llamamiento a la mejora, sino a la inacción.
La tercera vertiente de perversión es una de soberbia: yo soy el que últimamente decide qué mandamientos cumplir o no. Me estoy poniendo a la altura de Dios: “Tú me das unos mandamientos, yo me los estudio y después podemos negociar de igual a igual cuáles cumplo”. Es el pecado original. La serpiente nos está diciendo lo que le dijo a Eva: “Seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal” (Gn. 3, 5).
La cuarta vertiente es la más insidiosa: viste esta falta de confianza, inmovilismo y soberbia en una apariencia de sabiduría y razón: no se cumple por cumplir, como hacen la gente sin instrucción, sino que se discierne. ¡Ay cuánta razón tenía Cristo cuando dijo que estas cosas estaban ocultas a los sabios y entendidos y había sido revelada a los humildes y sencillos! (Mt. 11, 25).
Es mejor cumplir por devoción que por obediencia. Además es más fácil. Pero no cumplir porque “no lo entiendo” o “no lo siento” no es señal de madurez o autenticidad sino de soberbia. Cumple los mandatos de Dios dados en la Biblia o a través de la Iglesia. Los entiendas o no. Hazlo por amor y obediencia. Ese es el camino al cielo.
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