viernes, 7 de julio de 2023

Estampas de santos: S. Isidro labrador

Los santos han de ser una gran inspiración para nosotros: nos dan ejemplo en el camino a seguir pero también nos muestran sus debilidades. Cuando era niño era normal encontrarte en revistas o en el libro de lecturas del colegio relatos y anécdotas de la vida de los santos. O ver películas de sus vidas por la televisión. Hoy, como tantas otras cosas, esto ha desaparecido. Es esta serie voy a contar pequeñas estampas de vidas de santos, algunos conocidos, otros prácticamente desconocidos, que me han ayudado. El protagonista de la estampa de hoy es S. Isidro Labrador.

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S. Isidro fue un pobre hombre que nació en las cercanías de Madrid alrededor del año 1070, cuando era tierra de frontera, a veces cristiana, a veces musulmana. Trabajó de oficios del campo, mayormente de labriego, y casi todo lo que tenía se lo daba a los que eran más pobres que él. Incluso daba su trigo a los pájaros. Se casó con María de la Cabeza, también santa. Tuvieron un hijo que murió joven. En vida hizo muchos milagros. Murió en 1130 y su cuerpo se mantiene incorrupto.

Debo confesar que la estampa de hoy la obtuve de la película de 1964 Isidro, el labrador. No sé si es algo que el guionista tomó de la vida del santo o si se lo inventó. En todo caso, es un buen ejemplo de la diferencia que hay entre nuestra idea de lo que es ser un santo y lo que verdaderamente es ser un santo.

Un invierno S. Isidro fue con un conocido a un molino harinero con un saco de trigo para convertirlo en harina. Estaba todo nevado y por el camino fue dando trigo a los pájaros. Cuando llegó al molino apenas le quedaban unos pocos puñados. El molinero le dijo que tirara el trigo al molino y se fue a hacer otros trabajos. Milagrosamente, y ante el asombro de su conocido, esos pocos puñados de trigo se convirtieron en un saco lleno de harina. En esto vuelve el molinero y al ver el saco lleno se deshace en insultos a S. Isidro. El conocido protesta, pero S. Isidro acepta los insultos y pide perdón al molinero. El molinero pone el saco lleno junto a los suyos, y coge un puñadito escaso de trigo, además lleno de paja. “¿Era como esto el trigo que traías?” pregunta al santo. “¡Era mucho más!” protesta el amigo. “Sí, señor, debía ser algo así” responde mansamente S. Isidro. El molinero echa el puñadito de trigo al molino mientras seguía insultando al santo. Y el puñadito de trigo se convierte en otro saco lleno de harina. El molinero pide perdón a S. Isidro, completamente anonadado, y el compañero y él salen camino a casa con sus sacos de harina. Ahora viene lo interesante.

Nada más salir el compañero le dice a S. Isidro: “Menos mal que eres manso. Me dice a mí lo que te ha dicho a ti y aquí corre la sangre.” “Sí, menos mal” responde el santo. Entonces la cámara enfoca a las palmas de las manos del santo y vemos que las tiene llenas de sangre: mientras aguantaba los insultos cerró los puños con tanta fuerza que se había clavado las uñas en la carne.

Nos creemos –o al menos yo me creo– que un santo es bueno porque le es fácil ser bueno. Que es amable con los que le insultan porque no le cuesta serlo. Que se desprenden de lo suyo porque no le tienen apego. O que ayunan porque no tienen hambre. Esta estampa nos enseña que no es así. Tienen hambre cuando ayunan, les repugna el leproso, les duele desprenderse de sus bienes, les hierve la sangre cuando les insultan. Les duele o les hiere tanto como a nosotros. ¿Qué mérito tendría si no fuese así? Pero aguantan, clavándose las uñas en las palmas de las manos hasta hacerse sangre si es necesario. ¿Por qué hacen eso? Por amor a Dios. Saben que agradan a Dios en su ayuno, ven a Cristo en el leproso, saben que sus bienes les alejan del cielo, agradecen que Dios les humille a través del que les insulta. Como nosotros, aman su comodidad, sus bienes, su ego. Pero a diferencia de nosotros, aman a Dios mucho más.

Y así, volvemos al tema que ya salió en la estampa de Sta. Faustina Kowalska, si queremos ser santos no hemos de esforzarnos en hacer cosas, sino esforzarnos en amar a Dios. Si nos centramos en la actividad, nos moveremos por fuerzas humanas; si buscamos amar a Dios, nos moveremos por fuerzas divinas. No es que no tengamos que “hacer cosas”, sino que estas “cosas” deben ser consecuencia de nuestro amor a Dios. Ya lo dice S. Pablo (1 Cor, 13): ya podemos hacer de todo, pero si no tenemos amor, no somos nada. 

Lo primero es amar a Dios. Y aguantar lo que sea por amor a Dios. Sabemos que no será fácil. Dios nos dará su gracia para ayudarnos. No gracia para eliminar nuestros dolor, sino para superarlo. Y si somos capaces de sufrir mucho por amor a Dios, por el mismo amor, seremos también capaces de muchas otras cosas.


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