viernes, 28 de julio de 2023

De la humildad a la vanidad

Teníamos en nuestra parroquia una pareja ya anciana: Catalina y Felip. Eran ambos activos en la parroquia. Ella era del pueblo de mis padres y nos tratábamos bastante. Hace un año o así murió Felip. Sus hijos no quisieron hacerle un funeral y Catalina no pudo hacerlo, pues ya estaba bastante enferma. Hace unas semanas murió Catalina. Otra vez sus hijos no quisieron hacerle un funeral. Viendo la situación unas cuantas de sus amigas decidieron organizar una misa para ambos. Me avisaron, sabiendo que yo los trataba a ambos, y me dijeron que iban a hacer una misa de homenaje. La palabra homenaje me chirrió mucho, pero supuse que era la palabra que le salió en el momento: decir “una misa en sufragio de sus almas” es largo y parece incluso pedante. No le di importancia.

Fui a la misa y me senté en un rincón en la parte de atrás. Vi que los tres hijos habían venido con sus familias. Me sorprendió ver que salieron 3 sacerdotes a oficiar la misa. Pero cuando me quedé de piedra es cuando el párroco, que presidía la celebración, dijo “Esta misa es de acción de gracias y homenaje a Catalina y Felip”. Menos mal que estaba sentado detrás del todo y nadie vio mi expresión. Me estuve preguntando: ¿puede una misa ser un homenaje? A mí me parece que no. Sí que puede ofrecerse por intenciones que se tengan, pero ¿homenaje? Me sonó fatal. Y después me dije “¿Acción de gracias por qué?” ¿Y si alguno de los dos se hubiera condenado? Dios no lo quiera, pero es una posibilidad. ¿Estamos dando acción de gracias por eso?

Por suerte, salvo por algunos detalles, la misa fue correcta (hace un año o dos fui a un “funeral” que fue un engendro horroroso del cuál me fui a la mitad, pues me pareció que quedarme era participar en un acto sacrílego). La homilía fue de acorde con la idea de que esto era un homenaje, pero bueno. Tuve tiempo para preguntarme por qué me parecía tan mal lo que estaba viendo. Y llegué a una conclusión.

Un funeral es un acto de humildad. Nos juntamos para pedir al Padre que perdone los pecados del difunto y le acoja en el Reino. Nos arrodillamos y le pedimos a Dios que mire lo bueno y no mire a lo malo. Sabemos que no era merecedor de la salvación, pero le pedimos que escuche las intercesiones de su Hijo y que tenga en Cuenta que Cristo murió por sus pecados. Rogamos a Dios, a veces con lágrimas, que le perdone y le acepte.

El “homenaje” que montaron fue un acto de vanidad. Nadie pidió por ellos: con lo buenos que eran, ¡cómo no les va a acoger Dios en su Reino! No se habló de sus pecados sino exclusivamente de sus virtudes. Adecuadamente embellecidas, por supuesto. Estoy seguro que más de uno debió pensar: “Cuando muera no quiero un funeral, sino que me hagan un homenaje, como a Catalina y Felip”. Al menos así debían de pensar los hijos, que no querían saber nada de un funeral, pero fueron al homenaje. Me llené de desazón y me fui rápidamente, tan pronto pude.

Dios no puede ver con buenos ojos que un acto de humildad se haya convertido en uno de vanidad. Después ya valorará las responsabilidades de cada uno en función de su formación, sus circunstancias y su capacidad de tomar decisiones, pero seguro que no está nada contento con este cambio del funeral al homenaje. De la humildad a la vanidad.

Esto no salió de la nada: hay muchos funerales que son homenajes encubiertos. Pero al menos las oraciones establecidas para las misas de difuntos transmiten una idea de humildad ante la muerte y el juicio. Pero como esta misa no era de difuntos, la humildad despareció y se dio campo libre a la vanidad.

Ya somos demasiado soberbios: casi nadie se arrodilla ante Cristo en la consagración, los confesionarios están vacíos. Si ahora los funerales se convierten en homenajes, no sé qué nos pasará. Cuando yo muera, quiero un funeral y quiero cuantas más oraciones por mi alma, mejor. No quiero ningún homenaje. Por suerte soy demasiado gruñón y áspero, y no hay ningún peligro de que nadie quiera ofrecérmelo.


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