Quizá el motivo es el que me indicó mi director espiritual una vez que le dije que me cuesta sentirme perdonado de algunos pecados a pesar de haberme confesado de ellos. Y el me dijo que el formalismo de la confesión (examen de conciencia, dolor de los pecados, etc. y las fórmulas que sigue el sacerdote) me da una seguridad intelectual de haber sido perdonado. Aunque no me sienta perdonado, yo sé que estoy perdonado porque hay establecido un formalismo para este sacramento y el sacerdote y yo lo hemos seguido. Y esto pasa con todos los sacramentos.
Y no sólo con los sacramentos, sino con toda la vida espiritual. Es maravilloso estar henchido de emoción y de amor y de alegría. Pero no siempre es así. Y no estoy hablando sólo de nosotros que buscamos a tientas el camino de la santidad, sino también de los grandes santos: S. Francisco de Asís tuvo un periodo largo de oscuridad espiritual hacia el final de su vida; Sta. Faustina Kowalska lo tuvo al poco de entrar en el convento, antes de iniciar su contacto íntimo con Jesucristo. San Juan de la Cruz habla de las “noches oscuras del alma” y Sta. Teresa de Jesús, en su poesía Vuestra soy, para vos nací, dice
Si queréis, dadme oración;Cuando las emociones no acompañan, son los formalismos los que te llevan.
Si no, dadme sequedad.
Si abundancia y devoción
Y si no, esterilidad.
Quizá por eso me carga un poco esa gente que insiste que la oración te tiene que salir del alma. Es maravilloso si te sale del alma, pero si no sale, ¿qué haces? Pues si no te sale del corazón, que te salga de la boca. Por ejemplo, el rosario es una fuente de meditación profunda, muy fructífera. Pero otras veces –en mi caso la mayoría de las veces– lo rezas entre distracciones y casi sólo recitando las palabras. Estos rosarios secos y luchando con las distracciones quizá no aparenten mucho, pero sé que gustan a la Virgen y a Jesucristo y sé que ayudan a mi alma y a la Iglesia. Como dice S. Francisco de Sales, “Si el corazón se desvía o se distrae, tráelo de vuelta muy suavemente... Incluso, si en toda una hora no haces más que volver tu corazón a la presencia del Señor, aunque se vuelva a ir cada vez que lo traes de nuevo, tú hora estará muy bien empleada.”
Y me carga aún más ese horrible dicho “Cumplimiento: cumplo y miento”. Es cierto que a veces cumples por fuera y estás mintiendo por dentro, y eso está mal. Pero cumplir los mandamientos y lo que dice el catecismo aunque no lo entiendas, aunque lo hagas sólo formalmente, es obediencia y humildad, dos grandes virtudes. En cambio, sólo cumplir aquello que entiendes o que te parece bien es una magnífica excusa para hacer lo que te dé la gana. Es soberbia, es creer que sabes más que Dios y que la Iglesia sobre lo que conviene a tu alma.
Jesucristo mismo nos dio ejemplo de la importancia de seguir los formalidades desde su nacimiento mismo. La vida de Iglesia tiene una fuerte componente formal y estos formalismos nos ayudan en nuestra vida sacramental, nuestra vida espiritual y nuestra vida moral. Aunque hay que aprovechar el viento cuando sopla, la obediencia, humildad y disciplina de los formalismos a la larga nos van a llevar más lejos que las tormentas de las emociones.
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