miércoles, 12 de marzo de 2025

La solución ninivita

 La primera lectura de la misa de hoy (miércoles de la primera semana de cuaresma) es de uno de mis libros favoritos de la Biblia: el libro de Jonás. En la lectura de hoy, ante el anuncio de que Dios iba a destruir Nínive, el rey decreta:

«Que hombres y animales, ganado mayor y menor no coman nada; que no pasten ni beban agua. Que hombres y animales se cubran con rudo sayal e invoquen a Dios con ardor. Que cada cual se convierta de su mal camino y abandone la violencia. ¡Quién sabe si Dios cambiará y se compadecerá, se arrepentirá de su violenta ira y no nos destruirá!»

Y Dios, viendo su comportamiento y cómo se habían desviado del mal camino, no les destruye.

Qué diferente es esta “solución ninivita” a las soluciones que intenta la Iglesia hoy ante el problema que padece. ¿Que los seminarios están vacíos? Hacemos jornadas de esto o aquello o se pagan “sueldos” a los seminaristas. Los seminarios siguen vacíos. ¿Que las iglesias están vacías? Se montan coros infantiles para que vengan los niños acompañados de sus padres o se pone la Misa del Gallo a las 7 de la tarde, para que no interfiera con la cena de Nochebuena. Las iglesias siguen vacías. ¿Que la influencia de la Iglesia ha disminuido? Se fundan emisoras de radio y televisión y se da más empaque a la Conferencia Episcopal, como si fuera un poder. La influencia sigue disminuyendo. Y así todo.

Uno de los motivos por los que todas estas soluciones no funcionan –y no pueden funcionar– es que se ataca al síntoma y no al problema. Que los templos y los seminarios estén vacíos, o que la Iglesia sea un cero a la izquierda para la sociedad son sólo síntomas. El problema es otro. Y sólo puede ser uno: nos hemos alejado de Dios. Todos estos síntomas desaparecerán cuando volvamos a Dios, y no antes.

Pero no queremos reconocer que nos hemos alejado de Dios –ya no se habla de pecado–, ni tampoco hablar de penitencia y mortificación. ¿Y por qué es esto? No creo que haya una explicación simple, pero el Venerable Arzobispo Fulton Sheen nos da algunas pistas.

En el prefacio de su libro Vida de Cristo, comenta que: «El mundo moderno, que niega la culpa personal y admite sólo crímenes sociales, en donde no tiene cabida el arrepentimiento personal sino sólo reformas públicas, ha divorciado a Cristo de su Cruz», y más adelante «La civilización occidental post Cristiana ha escogido a Cristo sin su Cruz»

En su libro Peace of Soul (Paz del Alma), nos dice que tres falsos temores nos alejan de Dios: (1) queremos ser salvados, pero no de nuestros pecados; (2) queremos ser salvados, pero sin que nos cueste demasiado; (3) queremos ser salvados, pero a nuestra manera, no a la de Dios. Es decir, no queremos el Reino de Dios, sino nuestros propios reinos. Y por eso no le buscamos: quedaría demasiado obvio que nuestros reinecitos, que tanto queremos, no valen nada.

Hemos de volver a Dios, y la única manera es la solución ninivita: penitencia y oración. Y los sacramentos, que los ninivitas no tenían. ¿Cómo podría ser la solución? 

Vemos en el relato del libro de Jonás que el rey es el que hace el anuncio. Necesitamos que un obispo, una conferencia episcopal o el Vaticano tomen las riendas. Que expliquen que los problemas del mundo y de la Iglesia vienen de que todos nos hemos alejado de Dios. Desde el Papa al último bautizado. No hemos rezado lo suficiente, no hemos seguido a Cristo lo suficiente, no hemos sido santos. Y ahora es nuestra responsabilidad salvar a la Iglesia y al mundo volviéndonos a Cristo con lágrimas en los ojos, pidiéndole perdón, con penitencia, con la Eucaristía.

Lo segundo que vemos es que el rey pide un cambio de actitud. Luego no es cuestión de hacer una jornada de penitencia y oración en un día señalado. Eso no es volver a Dios sino simple postureo. Nuestra actitud, nuestra vida, ha de cambiar y para siempre.

Lo tercero es que ese cambio permanente ha de ser de mortificación y penitencia. Nos declaramos culpables de volver la espalda a Dios y le pedimos perdón. La Biblia nos enseña una y otra vez que la mortificación y la penitencia aplacan al Señor. Hemos de vestir de sayal y de ceniza.

Lo cuarto es que hemos de cambiar nuestras vidas y volver a aquello que nos manda el Señor. Todos los mandamientos han de cumplirse. Todos. Tanto los de la Ley de Dios como los de la Santa Madre Iglesia. No es electivo, no es opcional, no es cuestión de mi discernimiento personal. Incumplir cualquiera de los mandamientos es un pecado grave.

Y como es un cambio de actitud, no es algo que se dice una vez y ya está. Así, en una o dos semanas volveremos a las andadas. Es algo que hay que machacar y machacar y machacar. Y eso es quizá lo más difícil de todo, pues es hacer cambiar el discurso dominante, es hablar de pecado, cuando prácticamente nos hemos olvidado que existe. Es fomentar la mortificación, cuando la hemos desterrado. Es arrinconar lo que hemos puesto en un pedestal y volver a sacar lo que hemos escondido en el trastero. Lo más difícil de convertirse es reconocer que somos pecadores, y esta vez no va a ser una excepción. El hijo pródigo no decidió volver hasta que se moría de hambre.

No hay que inventar nada. Por ejemplo: 

  • Podemos volver al muy efectivo ayuno y abstinencia todos los viernes del año. Y ayuno y abstinencia en serio,  sin la trampa de que lo podemos sustituir por algo que nos guste más. Así, semanalmente metemos en nuestras pieles el tema penitencial y de petición de perdón. 
  • Podemos volver a tener misiones, que eran actos que duraban entre un día y una semana, en el que un sacerdote invitado predicaba sermones de conversión.
  • Podemos tener exposición del Santísimo semanal en todas las parroquias. Gracias a Dios, esto ya se hace en muchas.
  • Podemos fomentar la penitencia, no como algo que se hace de forma extraordinaria por cuaresma y adviento, sino como algo continuo –mensual como mínimo–  con un examen de nuestra vida, reconociendo nuestras faltas y volviendo a  Dios. 

No basta que esto “se haga”: tenemos la Exposición semanal y si alguien va, pues qué bien, y si no, pues no pasa nada. Se debe fomentar: debe repetirse una y otra vez que es fundamental cambiar nuestras vidas, pedir perdón y hacer penitencia. Si no lo hacemos, nos seguiremos alejando de Dios. Que es nuestra obligación, para la Iglesia y para el mundo, el confesarnos a menudo, el ir a Misa, el estar en gracia de Dios, el mortificarnos. La Iglesia y el mundo dependen de nosotros.

Naturalmente, necesitamos de la gracia de Dios para llevar esto a cabo. Yo creo que necesitamos que Dios nos mande a unos santos muy grandes que nos guíen. 

Necesitamos nuestro Jonás.



viernes, 7 de marzo de 2025

Tener fe no es lo mismo que creer

John Lennox es un profesor de matemáticas de la Universidad de Oxford y apologista cristiano. Una de las cosas en la que incide mucho es que creer no es lo mismo que tener fe. Que la palabra “fe” viene del latín fidere, que significa “confiar”. Argumenta que tener fe no es simplemente creer que Dios existe, o que Jesucristo es Dios, sino que implica que confiamos en Él. Naturalmente, para tener fe hay que creer, pero se puede creer sin tener fe. 

Esta visión de la fe la vemos explicada en dos pasajes evangélicos. Tenemos por un lado el padre del chico endemoniado de Mc 9, 17–27. Les ha llevado su hijo, luego cree, pero después le dice a Jesús «si algo puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos». Es decir, cree que es el Mesías, pero no confía demasiado en que pueda hacer algo. Por suerte, se da cuenta de esta situación y grita «Creo, pero ayuda mi falta de fe». 

El otro extremo lo vemos con el centurión que tiene el criado enfermo (Mt. 8, 5–13). Cuando Cristo le dice que irá a ver al enfermo le dice que no hace falta, que basta que dé la orden y ya está: tiene confianza plena. Y por eso Cristo dice «En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe».

Mucho creemos, pero con una fe débil, pues confiamos poco en Dios. Cosas que he notado en mí mismo:

  • Cuando rezo, no confío en que Dios me esté escuchando. Estoy seguro que mis rezos quedan “registrados” en alguna base de datos celestial y que cuando me muera y vaya al Juicio personal, me podrán decir exactamente cuántos rosarios he rezado y con cuánta devoción. Pero no confío en que Dios o la Virgen estén rezando conmigo en ese momento.
  • Como comenté en una entrada anterior,  tengo ofrecido mis sufrimientos por la conversión de los pecadores, pero cada vez que me llega una enfermedad o tribulación, tengo mis dudas de si me lo envía Dios o si me llega de forma “natural”. Y si me llega de forma natural, ¿cuenta como ofrecimiento? Mi confianza en Dios es muy limitada…
  • Voy semanalmente a la Exposición del Santísimo. Pero mi confianza de que Dios está presente no es muy alta, pues si lo fuera, no me distraería tanto.

 Esto mismo que he notado en mí, lo he notado en otros. Por ejemplo, ves gente “de Iglesia” (no turistas) que entran en los templos como si entraran en una tienda: si están hablando o bromeando con otros, siguen como si tal cosa: no confían en que el templo es la Casa de Dios. Esto lo he visto incluso en catequistas, que entran con los niños sin hacer –ni enseñar a hacer– el más mínimo gesto de reconocimiento de que están entrando en lugar sagrado.

Nuestro problema no es tanto en que no creemos, sino en que no confiamos. El pasado Miércoles de ceniza, como todos los Miércoles de ceniza, los templos estuvieron llenos.  La gente sigue yendo a las procesiones, las romerías y otros actos de piedad popular. Pero los domingos apenas hay nadie en misa. Bautizos, bodas, confirmaciones, incluso funerales, están bajo mínimos. Creemos en Dios, pero no confiamos en su Iglesia, ni en su Doctrina, ni en los sacramentos. 

En la primera lectura de ayer (Jueves después de la Ceniza, Dt. 30, 15–20) Dios decía: 

Pues yo te mando hoy amar al Señor, tu Dios, seguir sus caminos, observar sus preceptos, mandatos y decretos, y así vivirás y crecerás y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para poseerla.  Pero, si tu corazón se aparta y no escuchas, si te dejas arrastrar y te postras ante otros dioses y les sirves, yo os declaro hoy que moriréis sin remedio;

¿Confiamos en estas palabras?¿Creemos que seguir lo que Dios nos manda nos lleva a la vida, y que no seguirlo nos lleva a la muerte? Mas bien, no. No nos fiamos de lo que nos ha dicho, no nos fiamos de sus mandamientos. Nos fiamos más de nosotros mismos que de Dios, de nuestros deseos que de sus mandamientos. Nos fiamos más del Mundo que de Él. Y así nos va.

Creemos, Señor, pero auméntanos la fe.