lunes, 24 de febrero de 2020

Oración y santidad

Todos somos llamados a ser santos. Esto no es nuevo: incluso aparece en el Antiguo Testamento (Lev 19, 1-2). También aparece en las cartas de S. Pablo. Pero hasta hace no mucho esto se interpretaba como que todos estábamos llamados a ser religiosos o misioneros, a llevar una vida especial. Pero desde hace un siglo o así la Iglesia ha ido avanzando la noción de que todos estamos llamados a ser santos dentro de nuestras vidas cotidianas. Debemos aspirar a la santidad sin necesidad de hacer votos ni marcharnos de misiones: podemos ser santos en nuestros hogares, con nuestras familias, en nuestro trabajo, con nuestros amigos y vecinos. S. Josemaría Escrivá fue un destacado defensor de esta idea, como también lo fue S. Juan Pablo II.

Ser santos implica estar en continua presencia de Dios: trabajamos en presencia de Dios, jugamos con nuestros hijos en presencia de Dios, miramos la televisión en presencia de Dios. Como decía Sta. Teresa de Jesús, “También entre los pucheros está el Señor”. Pero esto, ¿cómo se consigue?

Esta presencia continua es una gracia de Dios, por lo que, aunque nuestro esfuerzo es necesario, nuestras fuerzas no bastan y sin la ayuda del Señor no lo vamos a conseguir. Un primer paso es estar en oración continua (o tan continua como podamos). Esto no quiere decir recitar Padre Nuestros y Ave Marías las 24 horas del día, sino estar en alabanza y ofrecimiento a Dios todo el rato. Por ejemplo podemos empezar al levantarnos por la mañana: hacemos unos momentos de oración para dar gracias por el nuevo día, pedir fuerzas para cumplir su voluntad y ofrecer nuestro trabajo y esfuerzo. Al salir con el coche, otros pocos segundos para pedir un viaje sin incidencias. Antes de empezar el trabajo, otra breve oración. Y antes de las comidas (incluido el café de media mañana), y al salir del trabajo, al llegar a casa, antes de leer un libro o mirar la televisión, al ir al cine o a pasear… Así estas actividades se convierten en oración, aunque no estemos recitando nada y estemos completamente concentrados en la carretera, nuestro trabajo o en la conversación con nuestro cónyuge.

También es bueno interrumpir lo que hagamos alguna vez para rezar: por ejemplo al mediodía podemos rezar el Ángelus. Y es necesario tener al menos un momento más intenso de oración cada día leyendo la Biblia o rezando el rosario. Y acabamos el día con otro momento de oración antes de dormir, haciendo un breve examen de conciencia, dando gracias y ofreciendo al Señor nuestro descanso (así el sueño también se convierte en oración).

Hacer esto no es fácil. Al menos para mí no lo es: me meto en el coche con prisas y pensando en todo el trabajo que tengo y se me olvida dedicar 5 segundos para pedir vigilancia en la carretera y un buen viaje. Antes de las comidas principales sí que rezo, pero antes del café de media mañana se me pasa casi siempre. Me siento ridículo rezando una oración antes de encender la tele. Y por algún motivo el examen de conciencia nocturno se me atraviesa: lo he intentado una y otra vez y nada. Mi director espiritual ya no sabe qué hacer conmigo. No es fácil, pero el camino a la santidad requiere superar estas pruebas que parecen pequeñas y triviales.  Quizá el Señor nos pone primero estas pruebas más simples y sólo tras superarlas nos pondrá otras de más envergadura.

¿Entonces, qué podemos hacer para ir consiguiendo esta oración permanente? No intentemos hacerlo todo a la vez: nos vamos a sentir agobiados y lo dejaremos pronto. Por ejemplo podemos empezar con la oración al levantarnos, antes de las comidas principales y al ir a dormir. Aunque sean oraciones de unos segundos. Una vez tenemos bien asentada esta costumbre, añadimos alguna más, al empezar el trabajo, por ejemplo. Y después, otra. A mí me va bien tener estampas de santos al lado de donde tengo las llaves o junto al ordenador de mi trabajo: al ir a coger las llaves al marcharme o al sentarme antes de ponerme a trabajar las veo y me es fácil musitar una jaculatoria. También me ayuda tener un icono de la Virgen y el niño al lado de la cama.

Ante casos más difíciles, como mi cerrazón ante el examen de conciencia diario,  mi director espiritual me recomienda ser “político y no despótico” (creo que esto es de Aristóteles). Es decir, a negociar con uno mismo y buscar alguna manera de ir avanzando en vez de imponer el avance. Por ejemplo, él sabe que tengo mucho cariño a las ánimas del Purgatorio. Me sugirió que cada noche, antes del examen de conciencia, ofrezca mis dificultades para estas benditas ánimas. Y de momento va funcionando (sólo llevo una semana, pero es más de lo que había conseguido con otros métodos).

Y finalmente, ayuda mucho tener un conjunto de oraciones a las que acudir. Aunque podemos ir recitando Padre Nuestros y Ave Marías, unas cuantas oraciones específicas para la ocasión y unas cuantas jaculatorias te simplifican recitarlas y por lo tanto estar permanentemente en oración. En tiempos de mis padres y abuelos eran populares los devocionarios, con oraciones, devociones, los textos de la misa y consejos, pero ahora son más difíciles de encontrar. Mantengo otro blog con oraciones, pero es un blog, con oraciones añadidas a medida que se me ocurren o las necesito, sin mucha estructura. Tengo la intención de escribir un Breviario simple para una vida santa (ese es el título que  me está gustando más), que sería un libro electrónico y gratuito, para promover la oración frecuente en nuestras vidas. Si os parece interesante, o tenéis alguna sugerencia, dejad un comentario. Lo voy a escribir seguro (si Dios quiere), pero si veo que hay interés, tendré un incentivo para dedicarle más tiempo y acabarlo antes.

Todos estamos llamados a ser santos sin salir de nuestra vida cotidiana. Un paso necesario para conseguir esta santidad es estar en oración permanente, hacer que nuestro trabajo, nuestras interacciones con los demás, incluso nuestro descanso sean oración. Para ello conviene iniciar todas nuestras actividades con breves oraciones o jaculatorias que hagan que nuestras actividades sean una alabanza al Señor.  La oración ha de pasar de ser algo que hacemos a ser parte de lo que somos. Para ser santos, primero hemos de ser oración.



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