sábado, 20 de mayo de 2023

Sobre el futuro papel de los laicos en la Iglesia (y 3)

Esta es la tercera y última entrada de reflexión sobre el papel que los laicos van a tener en el futuro en la Iglesia. Mucho conocimiento quizá no tenga pero mucha experiencia, sí, y desde ella hablo (Más sabe el diablo por viejo…). 

Tras hablar del reclutamiento y extensamente sobre la formación llega el momento de tratar los dos últimos puntos: la alimentación espiritual que deben recibir los colaboradores y cómo no perderlos.

Alimentación.  Por alimentación no me refiero al reconocimiento. La caja de bombones por Navidad se agradece, y que no falte, pero no es eso. Me refiero a la alimentación espiritual que todo el que realiza un ministerio en la Iglesia necesita recibir. Ayudar en tu parroquia es ser voluntario de la Iglesia y eso es esencialmente distinto que ser voluntario en una biblioteca o un hospital.  Para trabajar en la biblioteca te basta con tener formación, pero para trabajar en la Iglesia además de la formación necesitas una alimentación de tu alma. Estás trabajando para Dios y eso te convierte en mayor o menor grado en un guía espiritual de los demás. 

Esto es obvio en algunos ministerios: un catequista es un guía espiritual de sus catecúmenos. Pero también el que limpia el templo es guía: una iglesia limpia, con el altar bien dispuesto y ornamentado eleva el alma de una manera que una iglesia sucia, con el altar vestido con manteles arrugados y flores mustias no hace. Desde el monitor al sacristán todos necesitamos una gracia especial de Dios para que nuestra labor no sea un simple hacer material, sino una ayuda a los feligreses en su camino al cielo.

Esta alimentación espiritual proveerá a los laicos ayudantes de la gracia que necesitan. No deben ser acciones abiertas a todos los fieles, sino especialmente dirigidos a ellos: “Esto es para vosotros, porque vosotros lo necesitáis”. Así, además, les hará tener una conciencia más clara de la característica sobrenatural de su labor. 

Puede tomar muchas formas: dirección espiritual, grupos de oración, un retiro por cuaresma o adviento, una misa a principio o final de curso… Lo fundamental es explicar a los ayudantes que esto no es un servicio que se les hace, sino que es algo que necesitan para realizar su labor: sin una gracia especial de Dios no puedes leer las lecturas como Dios quiere, no puedes cantar como Dios quiere, no puedes tener el templo abierto como Dios quiere. Cualquier cosa que haces por la Iglesia es algo trascendental, no estás ayudando al párroco, que es tan simpático, sino que trabajas directamente para Dios, ayudando a los fieles a llegar al cielo.

Retención. Llega un nuevo colaborador lleno de entusiasmo y se mete a lector, y monitor y sacristán y a todo lo que le pidan. O se necesita un monitor y se lo piden a Fulano que ya es lector y sacristán y está todo el día aquí y nunca dice que no.  Sea cual sea el camino seguido, el resultado más frecuente es el mismo: el colaborador acaba quemado y se va. Me ha pasado a mí varias veces y lo he visto pasar a otros. 

Es un problema que un colaborador coja demasiadas responsabilidades, ya sea voluntariamente o invitado por otros. Además del problema ya descrito de estrujarlo hasta  quemarlo y perder un colaborador valioso, es que tener alguien que se ocupa de todo cierra los caminos a otros: si los monitores leen las lecturas, ya no buscamos lectores. Y como ya dije en la primera entrada de la serie, da la impresión que los ministerios de la Iglesia son un coto cerrado.

Las exigencias de formación ayudan a reducir el problema ya que si uno quiere hacerlo todo, tendrá que hacer todos los cursillos, lo que lo para un poco. Y también se hace más difícil pedir a uno que coja un ministerio más si sabes que eso exige hacer un cursillo nuevo.

Cuando tenemos un buen colaborador hay que cuidarlo y esto incluye no exigirle demasiado –ni permitir que se exija demasiado a sí mismo–. Esto redunda no sólo en el bien de la persona, sino en el bien de la parroquia.


Resumen.  En el futuro próximo la Iglesia va a tener que depender y confiar cada vez más en los laicos. Esto no puede conseguirse simplemente extendiendo lo que ya se está haciendo, sino que va a tener que crearse un modelo nuevo. En este nuevo modelo es esencial tener en cuenta el espíritu trascendental de la Iglesia. Esto no es como ser voluntario en una biblioteca o un hospital, pues los colaboradores de la Iglesia no sirven al sacerdote o a la comunidad, sino a Dios mismo. 

Para el buen funcionamiento no puede escogerse gente a dedo en momentos de apuro, que así no se escoge bien, sino tener abierta una convocatoria para que todo el que sienta esta llamada de servicio a Dios pueda presentarse. A los que se presentan hay que formarlos de forma específica, extensa y rigurosa: cada ministerio debe tener su propia formación;  no es una mera charla de una hora sino que es un cursillo en el que se tocan los aspectos de base del catolicismo (el catecismo, vamos), y aspectos específicos del ministerio; y no es una sugerencia voluntaria, sino que es obligatoria y el aspirante debe demostrar que ha entendido las cuestiones tratadas ya sea mediante un examen o de alguna otra manera.

Estos colaboradores, debido a su misión trascendental en la Iglesia, deben recibir una alimentación espiritual con retiros, dirección espiritual, grupos de oración, etc. Sólo así podrán ser guías de la comunidad, cada uno en su papel.

Finalmente, hay que cuidar a los colaboradores y no estrujarlos –ni dejar que se estrujen– y acabar con personas quemadas que abandonan. Nadie debe cargar más de lo que puede llevar de forma continua. Además, si hay unos pocos que lo hacen todo, cierran las puertas a otros que puedan estar interesados a servir a Dios de esta manera.


Los cambios que van a tener lugar en el papel de los laicos en la Iglesia son muchos y profundos y se va a necesitar mucho tiempo y esfuerzo. A partir de mi experiencia de muchos años, lugares y ministerios, he indicado algunos aspectos y he realizado algunas sugerencias. Pero hay mucho más trabajo a hacer si se quiere crear algo que sea más que un mero remiendo temporal para ir pasando.

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